Una mujer y un hombre fueron obligados a casarse.
Él, hijo de un hombre poderoso, su padre dejaba el mando que perduró por más de cincuenta años, pero para poder cederle al todo su poder debía casarse... y así fue.
Ella, hija de un hombre poderoso perteneciente de otra mafia, era muy querida en su grupo pero la noticia de que su padre la puso en compromiso con un hombre que no conocía hizo que cambiara de la noche a la mañana, ya nadie la veía igual y eso les asustaba. Debía cumplir le gustara o no, en ese tiempo las mujeres de las mafias no tenían ni voz ni voto, así que lo hizo, se casó con aquel muchacho que no conocía y que la obligaban a unirse a él.
Ella ya no sonreía, ya no portaba esa alegría que siempre mostraba, todo eso se había apagado gracias a lo que le hicieron.
A él ya nada le importaba. Tarde se enamoró de una castaña con una vida parecida a la suya, la quería, pero si su padre se enteraba no sólo eliminaba a la chica que amaba sino terminaría con la vida de él también. Tuvo que aceptar su destino por salvar a los dos.
Cuando el día llegó, la chica que contraería nupcias lloraba de impotencia al tal extremo en el que estaba, era lamentable. La chica de ojos olivos que recordaba el tiempo de haber pasado a su lado, fue poco, sí, fue su primer todo del cuál se arrepentía de su promesa, podía ir y terminar con eso pero sabía que habría problemas con su padre y ella tenía motivos para seguir en su lugar. Él estaba de pie en el altar, sin ningún sentimiento más que desprecio por su padre y por la nueva chica que pronto sería su mujer.
Y así todo ocurrió como se esperaba.
Él alcanzó el liderazgo, uno el cuál antes se sentía listo para llevar las riendas que un día su padre obtuvo, como generación tras generación en su familia era el mismo proceso. Eso era lo que tanto deseó, desde niño admiraba la valentía de su progenitor, varias veces observó como querían destruirlo. No obstante, también tuvo miedo porque más de una vez rozó la muerte y sabía que no lo hacía por su familia, por su lugar, por su poder.
Juró un día hacer lo mismo y desafortunadamente ya no era eso mismo que sentía, si bien sabía que su familia estaban obligados a casarse con quien los padres elegirían, él sentía que no sería así que era una primera excepción, lo podía ver y por eso fijó la atención en alguien que tal vez tenía una vida común y él añoraba el tenerla, por eso quería saber lo que era desde la otra mirada. Se enamoró... en vano.
Tiempo después la mujer quedó embarazada, ya casi cumplía los nueve meses. Estaba en su habitación descansando cuando de la nada siente más pesado el ambiente, se sentía como adormecida, un escalofrío recorrió su espalda y fue tarde para abrir los ojos ya que la habían vendado. Sin esperar, con una fuerza indescriptible, enterraron una gran cuchilla en el lado de su corazón. No podía gritar, no tenía voz, al poco tiempo ella ya estaría muerta. Quitaron la cuchilla ensangrentada y ahora iba para su gran vientre abultado donde se encontraba el bebé aún no nacido, estuvo por hacerlo pero le fue imposible ya que se escuchaban pisadas apresuradas por el pasillo. Sigilosamente el asesino salió de la habitación saltando por el balcón y ocultándose en los grandes arbustos entre el medio de toda la oscuridad que reinaba la noche, y se perdió en esta.
Al entrar, el hombre con sus guardaespaldas, no pudieron creer lo que había delante. Su mujer yacía casi muerta. Urgente pidieron ayuda para que la atendiera. Creyó que había perdido todo pero la esperanza creció cuando le avisaron que el bebé aún seguía vivo. Un milagro que nadie creía.
Todo pasó muy rápido. El ajetreo del médico y algunas enfermeras, su desesperación por lo sucedido, la sed de venganza que crecía en su pecho... hasta que un llanto agudo lo sacó de su trance. Le entregaron a su bebé.
—Es niña, felicidades —dijo el médico.
Niña...
Su pequeña hija lloraba desconsoladamente haciendo que despertara un lado de él que nunca creyó tener: el sentimiento de ser padre, cuidar lo suyo.
Sonriendo con lágrimas dio un pequeño y delicado beso en su cabecita. No le importó si se manchaba la cara ropa que vestía, no le importaba nada más que a ella.
Luego de estar preparada se la volvieron a entregar, era tan hermosa, tan parecida a él aunque también tenía rasgos de su ahora difunta madre.
—¿Seguro que podrás cuidarla? —dijo con voz fría el hombre mayor mientras fruncia el ceño mirando a la bebé, se notaba su disconformidad.
—Es lo más preciado que tengo, padre —lo miró a los ojos—, y nadie me la va arrebatar...
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Había pasado casi dos años desde aquel trágico día. Por segunda vez se casó. Su nueva mujer traía una sorpresa: un hijo de ella con su ex pareja. Los cuatro parecían una verdadera familia ante los ojos de los demás, ninguno tenía problema con su vida... o mejor dicho, sí.
El día de la entrega de poder había llegado nuevamente. Se había alejado ese tiempo para enfocarse en su hija que no era nada fácil, un trabajo que no podía hacer todo solo por la falta de la madre biológica de la bebé. Aún así no se rindió e hizo lo que pudo.
Por supuesto consiguió lo que quería, su poder.
Marchaba bien las cosas en el primer tiempo que llevaba el mando, muchos lo respetaban como él quería, otros lo veían con resentimiento y él se hacía la idea de que estaban celosos ya que la mayoría lo vieron crecer y de por sí otros tenían experiencia y oportunidad, pero aún así, no podían llegar a este sino que un Lombardi puro y él lo era perfectamente como su hija ahora que sería una líder en un futuro...
De un momento a otro, vino el ataque. Nadie lo vió llegar, todo era un caos. Él le ordenó a su mujer que se llevara a sus dos hijos lejos del lugar mientras atacaba también y defendía lo suyo.
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Editado: 31.03.2024