Cambio de Vida

La Carta

El síndrome del ovario poliquístico traía consigo enormes riesgos. Literalmente, quien lo sufría debía tener en cuenta que pasaría una vida llena de límites y restricciones. En el caso de Beatrice, el principal reto era mantener una dieta sumamente estricta. No podía comer comida grasosa ni nada por el estilo (fritanga, por ejemplo). Cero bebidas carbonatadas y mucha precaución con el azúcar. Su comida, debía ser a base de vegetales puros y frutas frescas, las cuales no eran del todo fáciles de conseguir. Los carbohidratos no podían superar cierto límite de porciones y, por último, la proteína no podía faltar. Para acompañar, un vaso de agua era lo mejor. Había un recetario completo para preparar el vaso de muchas formas: con hielitos, haciendo una fusión de agua caliente con agua helada, y un largo etcétera. No obstante, también tenía permitido consumir – cuando el vaso de agua no le quedara muy bien – jugos hechos de forma natural. Naranja, Jamaica, zanahoria y limonada eran sus favoritos. A veces hacía exóticas combinaciones entre ellas para innovar un poco, pero nada más que eso.

Otro punto a tomar en cuenta en su diario vivir, era el ejercicio. A causa de la enfermedad, era muy probable que su peso corporal experimentara un incremento, por lo que no podía permitirlo. El sobrepeso era muy peligroso para ella, aunque se tratara de un incremento mínimo. De tal forma, evitaba otro monstruo abominable y horrendamente poderoso como lo es la Diabetes; monstruo que venía de la mano con el ser que ya tenía en su interior.

Así pues, el ejercicio era la medicina predilecta que la ayudaría a combatir esa parte del problema. Además, los beneficios de dichas actividades no eran solo esos… podían evitar enfermedades cardiovasculares (las cuales también eran propensas a aparecer a causa del síndrome), y el estrés excesivo, el cual podía destruir a cualquier persona sin esforzarse en dañar su físico.

Y a pesar de que el ejercicio no era precisamente la actividad más codiciada por todos, Beatrice disfrutaba mucho de este tipo de práctica. El gimnasio muchas veces fue su refugio, donde podía desahogar toda la melancolía que hubiese en su interior. Frustraciones, dolores, amarguras, desconsuelos y aflicciones. Con una mancuerna o una barra encontraba la paz que mucho tiempo atrás le daba una falsa compañía. Lograba transformar su mundo en un lugar mucho más bonito. O se adueñaba de él, para que ninguno pudiera hacerlo antes que ella misma. Siendo así, no tuvo dificultad alguna en empezar esta fase del tratamiento.

Empero, todo lo anterior mencionado era apenas la punta del iceberg. Había cosas mucho peores que aquello y mucho más espantosas en todos los aspectos. Física y emocionalmente, tenía que ignorar todos los susurros del viento que la hicieran sentir inferior. Olvidar todo lo malo y seguir caminando paso a paso, en un pasaje lleno de pesadillas. Lidiar con el hirsutismo no era la cosa más alegre y sencilla del mundo precisamente. Vellos en las piernas que parecían ser las de un hombre, y que tenía que depilar a cada período para tratar de evitar la masculinidad; Acné, lo que podía ser traducido como limpiezas faciales que podían ser quincenales o mensuales a lo mucho. Limpiezas faciales… las palabras solían escucharse como la más bella de las poesías, justo antes de la primera vez. Eso, conjugado con miles de voces que aparecían en su mente, gritándole a cada segundo que solo en sueños podía… Y rápidamente, olvidó lo que seguía.

 

El viaje a casa de su abuela duró poco más de 2 horas y media. Apenas llegó, corrió hacia la cama donde su segunda madre reposaba para saludarla con el abrazo más cálido que pudiera expresar. Ella le sonrió con dulzura, y tomó sus manos por entre las suyas, para darle la bendición de bienvenida.

La última.

Los días pasaron como horas, y las horas como segundos. En una mañana, justo cuando el sol empezaba a irradiar rayos de luz, la gran amiga de su infancia, compinche de fantasías, maldades, pero también de experiencias memorables; la miró a los ojos por última vez, para despedirse de su nieta querida en un acto agónico de amor. Lo último que quedaba en su ya exhausto corazón.

Con un esfuerzo, logró acercase a su oído para pronunciar las palabras finales que saldrían de su boca, y que serían las más importantes de su vida. Acto seguido, dejó que sus fuerzas físicas la abandonaran, para emprender el vuelo hacia el paraíso celestial. Ella dijo su último adiós.

Beatrice se derrumbó por completo ante el shock de haber presenciado la muerte de quien tanto amaba, y que ahora era un cuerpo inmóvil sin vida. Sintió que su mundo había sido demolido como por un soplo de viento que destruye un castillo hecho de naipes. Como si nada.

Lloró, desbordando lágrimas que yacían escondidas desde mucho tiempo atrás y que ahora aprovechaban su oportunidad para salir. Concibió el desolador abrazo de la soledad y expuso ante ella sus más profundos temores, como pidiendo auxilio a viva voz. Aterrada, devastada y destruida, había perdido todo en un solo suspiro.




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