La cita había sido acordada en un centro comercial. El plan era el mismo de siempre cada vez que se veían en uno de ellos: primero irían al cine a ver una película, y luego comerían en el “food court” para finalmente, volver a sus respectivas casas.
En realidad, el plan no era del todo malo. Quizás lo único malo del plan era la compañía que tendría durante más de 3 largas horas, lo que convertía toda la experiencia en algo aburrido y agotador.
La chica con la que compartía dos hermosísimos meses de noviazgo era Alexandra Leiva; una mujer de 25 años que había conocido gracias a la sugerencia de un amigo. Al principio, la relación marchaba de maravilla. Él veía en ella un carisma energético que lo hacía sonreír en cualquier momento, incluso en aquellos donde le era difícil hacerlo. Era optimista, luchadora, divertida; siempre alentaba a los demás con una pequeña frase o de cualquier forma que se le ocurriese. Su personalidad era el atractivo que él veía en ella y tanto le había fascinado.
Empero, con el paso de los días aquello desapareció por completo. De la noche a la mañana, Alexandra se volvió hostigosa y empalagosa a la vez, por lo que poco a poco, sus ganas de estar con ella se iban consumiendo.
El problema en sí no era Alexandra, pues su personalidad seguía siendo la misma desde que la conoció. Además, en ella no había despertado la niña cursi que toda mujer tiene cuando está enamorada. En pocas palabras, ella seguía siendo la misma. No lo hostigaba ni lo llenaba de palabrerías románticas todo el tiempo. Quizás Claudio no quería aceptarlo, pero era obvio que el verdadero problema era otro…
Sí. El problema no era ella, sino él.
Una vez más. El resultado era el mismo.
Claudio tenía consigo un chip defectuoso en los asuntos del amor. Nunca, en sus 24 años de vida, había estado contento o emocionado al estar con una chica. Siempre llegaba a lo mismo. Al mismo punto de siempre.
Lo peor de todo era que no sabía por qué. Alexandra, por ejemplo, era una mujer cuya personalidad era dulce, a pesar de su fuerte carácter. Ella era una mezcla perfecta entre la gentileza y el egoísmo, lo que para él resultaba muy atractivo. Pero luego, al igual que en todas sus relaciones pasadas, algo terminaba disgustándole. No sabía con exactitud qué. Pero cuando ese punto llegaba, detrás de él se aproximaba el final. Era inevitable y al mismo tiempo, desalentador.
Por consiguiente, era una verdadera tortura el tener que aguantarse las ganas de marcharse y dejar a su acompañante sola. La película no era buena ni mucho menos regular. Y las pausas románticas que Alexandra hacía no le contagiaban ni una pizca de entusiasmo. Sus besos eran insípidos y a veces, amargos. Su cercanía no le producía ni un grado de calor y para colmo, sus palabras eran las mismas de todos los días (cosa que no era verdad). En fin, aquello era un completo mar de aburrimiento.
La gala había durado 90 minutos aproximadamente, aunque Claudio sintió que pasó una eternidad. El plan era cenar en el food court después de la película, pero él – de repente – se arrepintió, y no lo quiso así.
El sueño empezaba a abrigarlo, provocando que su cuerpo bostezara cada medio minuto. Alexandra lo notó, más sin embargo no pronunció palabra alguna.
Claudio, motivado por sus terribles ganas de marcharse, aprovechó la oportunidad para decirle las cosas de una buena vez. Sin rodeos. Sin mentiras. Le explicó todo, tal a como era.
Y obviamente, con palabras sutiles y delicadas para no ocasionarle el menor daño:
- Tengo algo muy importante que decirte. Desde hace días ando con esto en la cabeza y, antes que nada, quiero que sepas que eres una mujer excepcional. Eres una persona muy hermosa, capaz de darlo todo por lo que amas. Hablo con toda la sinceridad del mundo al decir esto y créeme, jamás imaginé conocer a alguien como tú. Muy en el fondo lo lamento, pero no puedo cambiar las cosas. Lo que yo siento por ti, no es lo mismo que tú sientes por mí. Tu no mereces que alguien te engañe o te lastime. Yo no podría hacer eso, ni mucho menos hacértelo a ti. Por eso, y antes de cualquier malentendido, decidí hablar contigo con la verdad. Te agradezco de todo corazón el haberte cruzado en mi camino y sé que encontraras a la persona indicada. Lamentablemente, yo no lo soy.
Ella lo entendió y no dijo nada al respecto. Sólo se limitó a dejarlo ir, pues no había más que hacer. Se había enamorado de él y, por ende, había quedado resentida. Sin embargo, no mostró ni el menor gesto de tristeza o de dolor. Al fin y a la postre, desde el principio había notado algo extraño en él. Desde entonces sabía que dicha relación no llegaría lejos. Si lo había intentado fue sólo para no quedar con la mortal incógnita del qué hubiese pasado si no se hubiera atrevido a hacerlo. Ahora que sabía cuál era el resultado de su intento, estaba satisfecha.
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Editado: 13.01.2019