Cambio de Vida

La fiesta

“Maquillaje, vestido y tacones”.

Beatrice había escogido la mejor ropa de su armario para la ocasión. No supo realmente por qué, pues no tenía ningún interés “particular” con el evento. Sin embargo, algo dentro de ella quería sobresalir aquella noche. A pesar de que prácticamente iba sola, quería disfrutar al máximo, y la apariencia era uno de esos detalles que marcaban la diferencia. Al final, cuando no quedara más que un simple recuerdo, todos y todas podrían confirmar su presencia diciendo que su atuendo había sido espectacular; que aquella noche en la que se despidieron de la universidad, había lucido hermosa. Y obviamente, su memoria tendría almacenada una imagen satisfactoria de sí misma.

O bien, iba en busca de alguien que tuviera el poder de calcular la intensidad que había detrás de sus ojos de contorno negro. Alguien dispuesto a enamorarla, para caer en sus redes de trampa he ir mas allá de una noche. No lo sabía con exactitud, pero en su interior quería algo así y en parte, la apariencia jugaba un papel importante.  

Así pues, dedicó buena parte de su tiempo para pulir su apariencia.

El vestuario fue lo más fácil de proceso. En realidad, sólo tenía dos alternativas en mente y decidirse por una de ellas no le costó mucho tiempo.

El primero era un vestido color azul rey con cuello de bote que dejaría sus hombros al desnudo. El color le fascinaba, pero no estaba del todo convencida. Siempre que iba a un evento, escogía alguna prenda color azul por defecto. Esta vez quería algo distinto, algo que no haya usado antes y que, de igual forma, la hiciera ver hermosa. Por tal razón, la segunda opción le gustó mucho más…

Los zapatos tampoco serían una difícil decisión. Unas sandalias negras de tacón alto fino combinarían a la perfección con el vestido.

En su cuello luciría un hermoso collar oscuro que resaltaría el tono vino del atuendo. En pocos segundos, todos sus maestrales conocimientos de combinaciones se pusieron de manifiesto. El collar le daba un brillo extravagante y distinguido, pero a la vez exquisito – en cuanto a belleza – a su apariencia.

 Por último, y no menos importante, el maquillaje, el cual se basaba en un delineador de ojos lo suficientemente trabajado para lograr el efecto más natural posible; lápiz para fortalecer el color de sus cejas; pestañas (lo único que iba más allá de su naturaleza física) y lápiz labial.

Perfecto. Más de alguno se quedaría con el corazón en la mano, dispuesto a entregárselo a penas la viera; y no era para menos, Beatrice lucía un brillo encantador que dejaría hechizado a cualquiera.

Incluso a quien creía que no se fijaría en ella…

Sí. Ahí estaba él, y aunque no la vio desde el principio, los minutos se extendieron eternamente frente a sus ojos cuando contemplaba a la mujer que acababa de llegar. Esa mujer traía consigo un aura especial que lo había capturado en sus encantos. Por eso no dejaba de verla, y aunque quisiera, no podía. Su mirada estaba congelada en aquella mujer de contorno oscuro, cuya belleza la hacía brillar en la noche. Era muy probable que hubiese mujeres tan hermosas como ella en la fiesta, pero no como Beatrice. Ella poseía una belleza singular, única, nunca antes vista. Y él había quedado paralizado en ella, aunque no por su belleza ni por su vestido rojo vino escotado, sino por algo distinto.

Y lo mejor – o peor – de todo era que no tenía idea de qué era eso.

Tal vez había sido su sonrisa conformada por una dentadura perfecta y unos labios carnosos y sensuales que parecían estar en llamas. A lo mejor, fue la oscuridad de sus pupilas que embellecía su rostro como si fuera la mejor de las obras creadas por Dios, escondiendo un universo entero en cada uno de ellos. Tal vez había una fusión de los dos. O simplemente, su aura le había revelado algún detalle de su alma que lo había conquistado desde el primer instante.

No tenía idea de lo que era eso, pero era precisamente lo que había buscado desde hace mucho tiempo.

Dejarla ir no era opción. Perder la oportunidad sólo sería una posibilidad para un cobarde. No para él. Tiempo habría de sobra. La noche, apenas estaba comenzando…

**************

Beatrice notó la presencia de Claudio y de repente, el arrepentimiento de asistir la albergó. No lo odiaba ni nada por el estilo, pero el simple hecho de recordar que su amado tenía pareja, la hacía sentir mal. Él no tenía la culpa de nada. Tampoco ella. Todo era como un nefasto recuerdo que – de algún modo – la hacía recaer en su realidad: la eterna decepción.

Hasta cierto punto, la decepción de una persona puede acarrear un mar de malos sentimientos, dependiendo del punto de resistencia y percepción de cada quien. La esperanza, la cual moría al último, poco a poco se iba desvaneciendo, dejando en su lugar una nube cargada de tristeza con dosis de depresión.




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