12 de octubre.
El día no había sido precisamente el mejor de todos. La cita que tenía con su amado sería lo único bueno del día, pues todo lo demás había sido un desastre. Estaba ansiosa. Quizás haya sido la ansiedad la culpable de haber buscado como loca las llaves de su casa, hasta darse cuenta de que las traía en el bolsillo. Y eso fue sólo el principio. No se percató hasta llegar a la universidad de que su bolso llevaba sólo uno de los tres libros que necesitaba. Gracias a ello, tuvo que regresar a casa a buscar los dos restantes sólo para darse cuenta de que, luego de haber buscado por largas horas las llaves de su hogar antes de salir, ahora las había dejado olvidadas justo encima de la paleta de su asiento cuando había salido corriendo de regreso. Gracias al cielo, su amiga las había tomado y las había guardado para evitar que se extraviaran o que las tomara alguien más. De haberlas perdido por completo, difícilmente hubiese recuperado el acceso a su hogar, pues esta era completamente cerrada y estaba protegida con cerraduras en las puertas principales. Siendo así, no tuvo más alternativa que buscar a su amiga y recuperar las llaves.
Para colmo de su mala suerte, el vehículo no respondía ante el estímulo del encendido, y en esta ocasión, no se debía a la falta de combustible. Casi dos horas tardó en darle solución al problema para poder viajar a casa de su amiga. A los pocos segundos de haber emprendido la marcha, un torrencial aguacero cayó del cielo, por lo que terminó dando gracias al altísimo por no haberse tardado un minuto de más. De lo contrario, estaría más que segura que la historia hubiese sido muy diferente… al igual que su humor.
Y todo aquello, gracias al dulce adictivo de una mirada que permanecía en sus pensamientos.
Era tan encantadora, que solo el hecho de recordarla le había provocado el escape de una sonrisa en sus labios.
A pesar de todo, él siempre estaba presente en su imaginación causándole momentos como esos. Por un leve fragmento de tiempo, todo quedaba en el olvido y sólo él tenía su completa atención, aunque su presencia física no existiera.
Por ende, saber que en cuestión de horas se encontraría con él, hacía que sus síntomas se incrementaran al doble, llegando al límite que jamás había despertado.
Todos sus pensamientos dieron un giro y se concentraron en lo que se avecinaba. Tenía que pensar en lo que iba a usar; en el tono de maquillaje, la ropa, zapatos, perfume, lápiz labial y delineador. Echó un vistazo rápido al reloj de su celular y apresuró el rumbo de las cosas… Sólo faltaba una hora para el encuentro.
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El restaurante “Muelle de Managua” era un lugar excepcional en la capital. La elegancia de sus interiores era uno de sus principales atractivos. Los precios no eran exagerados, la comida era de buena calidad, y el ambiente era cálido y tranquilo. A un volumen suave, se podía escuchar una relajante melodía que armonizaba la hora de cenar tanto para las parejas, como para las familias que decidieran pasar un agradable momento en el lugar. En cuanto a bebidas, el local ofrecía una buena variedad de ellas que venía desde frescos naturales hasta botellas de vino, las cuales eran muy populares para las cenas románticas. Y obviamente, lo mejor del restaurant, era la hermosa panorámica que ofrecía del lago de Managua (de ahí su nombre) la cual generaba un toque extra de romanticismo al ambiente, así como una decoración natural. Sin lugar a duda, Claudio había escogido el lugar perfecto para la ocasión.
La reservación era en la mesa número cuatro, muy cerca del mirador. Claudio había planeado todo con la precisión de un maestro. La música, la atención, la hora, los arreglos… Todo debía estar muy bien planificado para ser ejecutado a la perfección. Nada podía salir mal en cuanto a los detalles; un error podría arruinar la velada. No obstante, los trabajadores del local estaban más que acostumbrados a ese tipo de cosas. Ellos no necesitaban lecciones ni que alguien les estuviera diciendo en qué momento debían hacer cada cosa. Por consiguiente, no había nada de qué preocuparse en realidad. Paciencia era lo único que requería para la sorpresa…
Beatrice lucía esplendida, super hermosa. En una hora – o menos – había arreglado su look de forma impecable, cuidando cada detalle para resaltarlo en el resultado. En menos de una hora había hecho grandes maravillas… Cualquiera que la viese hubiese jurado que habría tardado horas en arreglarse. Y obviamente, era fácil pensarlo por lo bella que se veía: ojos con un brillo intenso, pero cautivador; labios vivos y sensuales, capaces de despertar las ganas de besarlos en cualquier hombre; piel con un tono fresco y natural (pues sólo se había puesto una crema, nada de vanidad ni de base); y el cabello suelto que irradiaba ondas de profunda oscuridad a miles de kilómetros de distancia. En fin, Beatrice había destacado y explotado sus cualidades hasta más no poder, logrando verse mucho más bella de lo que era. Una energía cautivadora se hacía sentir cuando ella se acercaba. Una energía de la que era muy difícil escapar o bien, de olvidar.
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Editado: 13.01.2019