¡Era increíble! ¡Me habían escogido para la Selección!
Se suponía que debería estar gritando, saltando de alegría; pero no era así. Esto solo podía significar una cosa: el final de mi carrera. ¡A la mierda mis sueños! ¡A la mierda mi carrera bailarina! ¿Quién me mandaría participar en ese dichoso concurso? Algo dentro de mí se desgarró al ver mi fotografía en el canal nacional.
No quería creerlo. No quería creer el hecho de que me hubieran escogido; pero ahí tenía la prueba de que era cierto: mi fotografía salía en la televisión.
-Maddie, vas a vivir como una princesa -dijo Luna con alegría e ilusión. Se había levantado y daba pequeños saltitos, al igual que Fran, Amber y Rebeca.
-Te van a malcriar. -Esta vez quien lo dijo fue Dani, un chico de mi edad de cabello moreno.
Todos estaban eufóricos. Álvaro y Kara me abrazaron; Julia y Ariane me besaron en la mejilla, después de casi asfixiarme; y mis hermanos me felicitaron y abrazaron tanto que creí que nunca me soltarían.
Entonces me fijé en Lea. Parecía decepcionada. Recordé que ella sí quería ir (al contrario que yo). Me sentí mal por ella. Pero ella era la que había insistido tanto en que me apuntara en este jaleo, así que no se quejara. Culpa mía no era.
. . .
No podía dormir. Aquella noche daba vueltas y más vueltas en la cama, así que decidí levantarme. Cogí mi ropa de baile y mi reproductor de música y bajé a la planta baja del Moonlight.
Poco después de terminar el Report, habíamos recibido una llamada telefónica. En la ella se nos explicaba que la semana entrante íbamos a tener muchas visitas: vendría el que sería mi asistente personal hasta mi llegada a palacio, unos modistas (¿os podéis creer que me fuesen a hacer ropa a medida?) y un representante de palacio, con quien tendría una charla.
Así pues, estaba de los nervios.
Así que haría lo único que podría calmarme en esos momentos: bailar. Aunque parezca mentira, cada vez que bailaba todo lo que había a mi alrededor desaparecía. Todos mis problemas. Todo.
Antes de ir a la pequeña sala en donde solía ensayar pasé por el baño comunitario de la planta baja. Allí me cambié de ropa rápidamente; me quité mi pijama de colores llamativos y me puse un conjunto formado por un pantalón corto de color negro y una camiseta sin tirantes de color burdeos. Después, salí de ahí.
Llegué a la sala de ensayos poco después. Me puse los auriculares en las orejas. En cuanto la música fluyó por los pequeños altavoces, mi cuerpo se relajó. Automáticamente empecé a reproducir la coreografía de uno de los bailes que haría en los nacionales: mi solo como la chica loca. Hice giros, volteretas, puse caras de loca...
No sé cuando llegó, pero cuando me giré para hacer un paso, me encontré con Lea, quien me miraba asombrada.
—¡Es increíble lo que puedes hacer cuando bailas, lo que expresas! —exclamó mi amiga con admiración.
—Lea, me has asustado —susurré yo, ya que no quería despertar a nadie.
—Lo siento. Me desperté y no estabas, así que supuse que estarías abajo, pensando en todo lo que ha ocurrido en muy poco tiempo. ¿Me equivoco?
Negué con la cabeza. Ella me conocía muy bien. Sabía que yo no quería esto.
—No sé qué hacer —confesé con un nudo en la garganta—. Los nacionales serán en tres semanas y si voy, no tendré tiempo para ensayar.
—Maddie, te acabo de ver bailar y debo decirte que lo has hecho maravillosamente. Es más, te recuerdo que he ido a todos tus concursos, que he visto todas tus exhibiciones, y, amiga mía, es increíblemente bello ver lo que expresas cada vez que bailas. Se nota que te gusta lo que haces.
Se hizo un silencio. Fue un silencio cómodo, de esos en los que estás a gusto. De repente, sin saber muy bien por qué, dije:
—Me atemoriza que me obliguen a dejar de bailar. Sabes muy bien que no podría dejarlo nunca.
Salimos de la sala de ensayo para ir al salón. Allí nos sentamos. Ella alargó una mano y la posó en mi hombro izquierdo.
—Maddie, no sé cuántas veces te lo habré dicho ya. No te van a obligar a dejarlo. No debes tener miedo de eso. -Después calló durante un largo rato. Parecía estar pensando algo, ya que se mordía inconscientemente el labio inferior—. Eres más buena de lo que crees. Eres una chica realmente preciosa, aunque tú no lo creas. Sabes preparar buenas comidas, y eso es importante porque hay muchas chicas de nuestra edad que todavía no saben ni prepararse una ensalada. —Reí ante aquel comentario ya que, desgraciadamente, era verdad—. Sabes cuidar de los más pequeños del hogar; mejor dicho, de todos. Y, cuando bailas, eres como un ángel.