Paré para recuperar el aliento. Jadeaba sonoramente. No eran más de las ocho de la mañana y yo ya estaba ensayando. Esta mañana me desperté temprano y cuando averigüé que no volvería a dormirme, decidí hacer algo productivo.
Volví a empezar. Un paso. Luego otro. Una voltereta. Luego otra.
Bailaba y bailaba. Cuando lo hacía, todo a mi alrededor desaparecía. Me encantaba esa sensación, la de estar sola en el mundo. Estaba tan concentrada que no me di cuenta de que la puerta se abría. Solo cuando hice un giro, me percaté de que tres pares de ojos me miraban con asombro. Mis doncellas habían llegado.
—¿Qué hace levantada a estas horas, señorita? —me preguntó Abigail. Un mechón de su cabello cobrizo se le había escapado del moño y mostraba lo joven que era.
—Me desperté temprano y como no podía dormir me puse a bailar.
Abigail, Danna y Romina se miraron asombradas. No debían de estar habituadas a gente como yo, o sea, madrugadoras.
—¿Hace eso habitualmente? —me preguntó Romina—. Me refiero a bailar. Se le da muy bien.
Sonreí.
—Me dedico a ello. Soy bailarina —confesé. Después callé por un momento. Entonces se me ocurrió algo—. Por favor, no me tratéis de usted. Y, por cierto, soy Madison Moon, pero todos me llaman Maddie.
—Entonces te llamaremos así, señorita Maddie -dijo Danna con una sonrisa cambiando el registro—. Será mejor que empecemos a prepararte, ¡hoy conocerás al príncipe! -exclamó, animada.
Y así, como quien ni quiere la cosa, me empezaron a preparar. Me bañé mientras ellas disponían todo. Me ayudaron a vestirme (¿desde cuándo necesitaba ayuda?) y me peinaron. Cuando vi que no me lo alisaba, tal y como habitualmente lo llevaba, dije:
—Por favor, ¿podrías planchármelo, Romina?
—Señorita, tienes un cabello precioso. Y esos tirabuzones que tienes son preciosos -dijo mientras enroscaba un mechón alrededor de su dedo.
—Solo los llevo en ocasiones especiales.
—¿Cómo que en ocasiones especiales? -inquirió Abigail.
—En los concursos de baile o exhibiciones, cuando se nos permite llevarlo.
—Está bien -dijo, cogiendo las planchas y empezando a alisármelo-, pero prométeme que los llevarás algún día.
—Vale, lo prometo.
Cuando acabaron, me miré en el espejo. Seguía siendo yo, aunque una versión más guapa de mí misma. Llevaba un vestido azul claro con unos tacones no muy altos del mismo tono. Llevaba el cabello suelto y liso. Sonreí a mi reflejo y después salí, lista para pasar mi primer día en palacio.
. . .
Estábamos sentadas en una pequeña sala cerca del comedor. Lisa nos estaba enseñando normas de etiqueta. Nos había estado explicando los diferentes tipos de tenedores. "Dios, mátame", pensaba una y otra vez durante todo ese tortuoso tiempo. De pronto, alguien llamó a la puerta. Cuando se abrió, apareció el príncipe Eric seguido de unos guardias, quienes se quedaron a cada lado de la puerta.
Todas soltaron exclamaciones ahogadas, todas excepto yo. Jade estaba sentada a mi lado. Por la mirada que me lanzó, se notaba que estaba emocionada.
Nos habían explicado el día anterior que los sitios en el comedor estaban asignados. Yo estaba sentada enfrente de una tal Grace Thompson, y al lado de Elizabeth Taylor y, por suerte, de Georgina.
Volviendo a la sala, el príncipe nos observaba a todas con curiosidad, quizá buscando con la mirada alguien que le agradara.
—Buenos días, señoritas. Espero no molestarlas, pero me gustaría conocerlas un poco antes de ir a desayunar -en cuanto dijo esto último, se fue a la primera fila y le tendió la mano a una chica. No sabía quién era, desde mi posición, en la última fila, apenas pude ver nada.
Me puse a hablar con Jade, bueno, mejor dicho, susurrar.
—¿Qué crees tú que querrá decirnos? —me preguntó ella.
—Yo creo, como él bien ha dicho, que solo quiere conocernos; hacerse una idea general de todas.
Me coloqué bien el broche con mi nombre encima del pecho. Me sentía extraña. Por un lado, había dejado a todos mis seres queridos atrás; pero por el otro, iba a conocer a la familia real. Me sentía eufórica. Me pregunté cómo se sintió la reina America al conocer al que sería su marido.