Estaba asombrada. Y horrorizada. ¿Qué hacían ellos en el Moonlight? Que alguien me explicase, por favor, qué hacía la familia real y las chicas de la Élite en mi casa. Estaba en shock.
Ellos estaban en el salón, sentados en los sofás y sillones que había desperdigados por la estancia. Todavía no se habían dado cuenta de mi presencia. “¿Qué hago?”, me pregunté, “¿Les saludo o no?”.
No tuve tiempo de escapar ya que Andrea levantó la vista de su libro y fue hacia donde yo me encontraba, en la puerta principal.
—Maddie, ¿qué tal estás? —me saludó abrazándome.
El resto, al oírlo, se giraron y posaron su mirada en mí. Me sentí muy incómoda con ellos allí; incómoda y confusa. No sabía qué estaban haciendo aquí.
—Muy bien —contesté, ejecutando una reverencia.
—Oh, Maddie, quédate con nosotros —me pidió Andrea. El resto se había ido acercando a nosotras. Me sentía fuera de lugar, como si sobrara. Además, sobraba; ya no era parte de la Élite.
—Me encantaría —dije educadamente con una sonrisa—, pero no puedo. Tengo que… tengo que hacer los deberes. —Incluso a mí me parecía una mala excusa. Por Dios, era viernes.
—¿Un viernes, Madison? —inquirió la reina America.
—Sí. Tengo muchos deberes, un trabajo y exámenes. Si no quiero sacar malas notas, debo estar siempre al día.
—Muy bien. No te entretendremos más —dijo el rey Maxon.
“Zafé”, pensé.
Subí las escaleras y me encaminé hacia la habitación de las chicas. Allí, me cambié de ropa. Me quité el horroroso uniforme del instituto y me puse unos vaqueros, una camiseta de manga larga y una sudadera gris. Por último, me puse unas deportivas y salí.
Oí ruidos provenientes de la sala de juegos, así que fui hacia allí con paso tranquilo. Antes de entrar oí:
—¡Retíralo!
Era la voz de Caleb, uno de mis hermanos. Él tenía diez años y sus padres habían sido asesinados hacía cuatro años, mientras él estaba en el colegio. Tras su muerte, nadie se quiso hacer cargo de él, por lo que vino al Moonlight. Al principio estaba muy triste, pero poco a poco se amoldó al Moonlight. En parte, fue gracias a Kara, Álvaro, Lea y yo; por otra parte, fue gracias a Adam quien se acercó a él y se convirtieron en uña y carne, si bien a veces peleaban.
—¡No quiero! —dijo Adam, otro niño de diez años. Este había sido abandonado nada más nacer en las puertas del Moonlight. Recuerdo ese día. Cuando aquello yo tenía casi siete años. Bajé las escaleras junto a Lea dando saltitos de alegría cuando, de pronto, oímos el llanto de un bebé. Seguimos el sonido, y este provenía del despacho de Kara y Álvaro. Tanto Lea como yo tocamos la puerta del despacho y entramos. Sentíamos curiosidad. Fue entonces cuando vimos a un recién nacido en los brazos de Kara. Entonces nos explicaron lo que había pasado y nosotras nos entristecimos, ya que nosotras también habíamos sido abandonadas al nacer.
No me lo podía creer. Seguro que estaban peleando. Cuando entré, mis sospechas se confirmaron. Caleb estaba encima de Adam, a horcajadas. Adam estaba en el suelo con sus ojos azules abiertos, sorprendido quizá por la reacción de Caleb. Caleb estaba encima, agarrándole fuertemente del cuello del jersey.
—¡Parad! —grité dirigiéndome hacia ellos. Conseguí separarles, aunque Caleb intentaba volver a agarrar a Adam, quien se escondía detrás de mí.
—Deja de esconderte, cobarde —le dijo Caleb, intentando picarle. Tenía a Adam detrás de mí y a Caleb delante de mí intentando agarrar a Adam.
En la habitación no había nadie más. ¿Dónde estaba Lea cuando se la necesitaba?
Cogí a Caleb de la mano y lo llevé al otro lado de la habitación mientras le lanzaba una mirada de advertencia a Adam. Ya en el otro extremo de la habitación, me senté en una de las sillas; él hizo lo mismo que yo.
—¿Qué ha pasado? —quise saber.
—Estábamos jugando y Adam me ha culpado de hacer trampas porque le he ganado muchas veces.
—¿Y por eso le has atacado?
—No. Él ha seguido picándome llamándome tramposo y ha sido ahí cuando le he atacado.