—Libros… Hecho. Ropa de baile… Hecho. Zapatos de baile… Hecho. Fotografías… Hecho. Teléfono móvil… Hecho. Una muda… Hecho. Creo que ya está todo.
Estaba revisando mi equipaje, por si me dejaba algo. Como el reproductor de música había decidido dejar de funcionar, me llevaría mi teléfono móvil, en donde estaban grabadas todas y cada una de mis canciones, además de las canciones que interpretaría en los internacionales.
Cuando había subido a la habitación, me había encontrado con un precioso vestido azul puro estirado encima de mi cama con una nota que decía:
“Querida Maddie:
Como sigues siendo parte de la Selección, ponte este hermoso vestido para el viaje. Los zapatos están en el armario y las medias, debajo del vestido.
Saldremos de camino al aeropuerto sobre las cinco y media, así que estate preparada para esa hora.
Siempre contigo.
Eric”.
Así que me lo había puesto. El vestido me sentaba como un guante. Me sentía hermosa, aunque me había desacostumbrado a no llevarlos. Esta hecho con una tela muy suave que no sabía qué era. Era pegado hasta la cintura y la falda de encaje tenía un poco de vuelo. Después, me había calzado los botines marrones con un poco de tacón.
Miré mi cabello en uno de los cuatro espejos de cuerpo entero que había en la habitación de las chicas. ¿Qué le iría mejor a este vestido? Enseguida supe la respuesta: mis tirabuzones. Así que, muy a mi pesar, deshice mi trenza e intenté que mis tirabuzones quedaran más o menos decentes. Una vez conseguido, cogí mis cosas y bajé a la planta baja.
Todos se encontraban en la entrada principal con cara de funeral. Estaban colocado en orden (de mayor a menor). Cuando llegué, los reyes me hicieron una seña para que fuera.
—¿Te has despedido de tu familia? —me susurró el rey.
Yo negué con la cabeza.
—Pues despídete, tienes diez minutos —me ordenó él.
Fui hacia donde se encontraban mis hermanos y los abracé uno a uno. Los más pequeños estaban muy tristes y me dijeron que me echarían mucho de menos. En cuanto Lea me abrazó, se derrumbó.
—Te voy a extrañar muchísimo —me susurró al oído.
—Yo también, Lea —le respondí, tranquilizándola. Después, imitando la voz de Eric dije—: Por favor, querida, no llores.
Lea soltó una sonora carcajada que provocó que yo empezara a reír.
—Lea, por favor, cuida a los pequeños —le pedí.
—Y tú cuídate, por favor. Aunque quedéis seis chicas, la competición no ha hecho más que empezar.
—¡Lea! —Típico de Lea, pensar que iba a luchar con todas las armas de una mujer para conquistar a Eric—. No me topo esto como otra competición —le dije, poniendo un énfasis especial en “competición”—. Él me elige a mí, y yo no voy a fingir ser otra persona para que me ame. Si no le gusto tal y como soy, que se fastidie.
—No entiendo como tú y yo somos compatibles. Se nota a leguas que somos bastante distintas —dijo ella riéndose.
La volví a abrazar y después me despedí de los adultos. Julia, Ariadne y Marlene me abrazaron tan fuerte que creí que me asfixiarían allí mismo. Kara y Álvaro no se quedaron lejos, un poco más y, en vez de ir al palacio, habría ido a mi propio funeral.
—Pórtate bien —me pidió Kara.
—Nada de peleas ni insultos.
—Pero lo más importante es que seas tú misma —dijo Kara. Le brillaban mucho los ojos. Sabía, porque parpadeaba mucho, que se estaba conteniendo de llorar.
Los abracé por última vez. Iba hacia la puerta principal cuando Lea se adelantó y me dijo:
—¡Espera, Maddie! —Se aproximó hacia donde yo me encontraba—. Hannah no puede venir, pero me ha dado esto. Es una carta suya y de Sarah. Además de eso, te explica con todo lujo de detalles toda la rutina.
—Gracias, Lea —dije, volviéndola a abrazar.
Después me separé de ella y me dirigí hacía la puerta principal. Una vez donde los reyes, estos nos dijeron que ya era hora de ir hacia el aeropuerto. Así, juntos, salimos del Moonlight, mi casa, mi hogar. Me giré una última vez para verlos y, con un triste sonrisa, me despedí con la mano.