Caprichoso destino

10: Problemas en el paraíso

Me despierto sintiéndome con las fuerzas necesarias como para ir a clase hoy y recuperar mi clase favorita, así que después de darme una ducha rápida, me visto con una sonrisa iluminándome la cara. Bajo corriendo las escaleras y abro la puerta del portal, esperando encontrarme con Rayan. Pero con lo único que me encuentro es con el frío ambiente de fuera, típico de un mes como Noviembre. Me desilusiono y mi alegría se desinfla, pero me obligo a levantar la cabeza y quedarme esperando un poco para ver si aparecía. En efecto, unos diez minutos después lo veo de lejos, con una cara un tanto amargada.

-Hey.- saluda secamente, moviendo la cabeza en un pequeño gesto de afirmación hacia mí. Le miró con una interrogación tatuada en la frente, y le devuelvo un saludo un poco más efusivo, esperando así animarle un poco la expresión de la cara. No funciona. Rayan solo empieza a andar, dejándome atrás. Yo voy medio corriendo, intentando pillarle el ritmo. No sé que le pasará, igual ayer hice algo malo, o algo que le molestó. Aunque parecía haberse ido bastante contento. ¿Debería preguntarle? No, igual es mejor esperar a ver como sigue a lo largo del día.

Llegamos a la puerta y Rayan se despide con un adiós bastante seco para ser el. Lo veo desaparecer entre el barullo de gente que pasa por los pasillos, y, encogiéndome de hombros, sigo mi camino hacia mi clase. Llego y me siento en la silla, sacando los libros de la materia que toca. Filosofía. De normal me suele gustar bastante, ya que me parece interesante, pero hoy estoy en las nubes. Lo único que quiero es ir a ver a Rayan y preguntarle que pasa para intentar solucionarlo. Y una diminuta parte de mi también quiere ir y darle un bofetón por ser tan cambiante de un día a otro. Hay veces que no lo entiendo, y tengo unas ganas tremendas de hacerlo, pero, si me pongo a pensar, no se mucho de él, en cambio el sabe hasta lo de mis padres. Cojo un papel y el boli azul de mi estuche peludo con cara de gato, y me pongo a escribir.

 

 

RAYAN

20 años

Estudia periodismo

Familia ¿?

Pasado ¿?

Color favorito ¿?

Comida favorita – croquetas

Lugar favorito ¿?

Amigos ¿?

Cumpleaños ¿?

Película favorita ¿?

Libro favorito ¿?

 

Sé que puede parecer todo muy acosador, pero no sé prácticamente nada de él. Está tan sumergido en su halo de misterio e intriga que se ha olvidado de salir de él.

Y ahora… ahora no sé lo que le pasa. Lo único que sé es que el timbre acaba de sonar y ahora me toca literatura, con Rayan. Empiezo a guardar las cosas en mi mochila y me levanto, haciendo chirriar la silla al arrastrarla. Ando por el pasillo arrastrando los pies y me adentro a la sala, yéndome a sentar al final, en mi sitio. Rayan ya está allí, así que le miro de soslayo y me siento a su lado. El, lo único que hace, es mirarme preguntándome silenciosamente si pasa algo, a lo que yo solo le devuelvo la mirada, y me pongo a su lado. El resto de la clase no es para nada lo interesante que pensaba que sería cuando me levanté esta mañana. Ray sigue igual de distante, no hay sonrisas cómplices, miradas tímidas, sonrisas tiernas, ni siquiera ha rozado su pierna con la mía por debajo de la mesa. El tiempo pasa como si estuviésemos dando clase en el espacio, flotando sin rumbo. Las agujas del reloj no hacen más que avanzar unos segundos cada vez que lo miro, siendo que parece que han pasado horas, y, por primera vez, quiero que la profesora deje de hablar de una vez para poder desaparecer hasta que acabe el día.

El timbre suena al fin, y, por muy raro que resulte, recojo más rápido que Rayan, así que al levantarme, le dejo la lista encima de la mesa, viendo por el rabillo del ojo como me miraba inquisitoriamente. Yo solo la deje ahí y me fui, esperando con toda mi alma que entendiera la indirecta.

 

Lo que queda de día me lo paso con la incertidumbre de lo que pasará, o si siquiera pasará algo. Llega la hora de la salida, y yo me quedo el último, guardando todo lentamente. Cuando salgo, me choco (como es normal) con alguien. Subo la cabeza y me encuentro a Rayan mirándome intensamente con sus ojos negros hipnotizantes, pegando mi mirada a la suya. Me coge del brazo y me saca a rastras de clase, llevándome fuera. No sé si estará enfadado o molesto por la lista, y tampoco sé si quiero saberlo.

Me lleva detrás de un muro, como queriendo esconderme, o escondernos, la verdad no lo sé. Me empuja y se apoya en el muro, y de repente siento algodón de azúcar en los labios. Siento como me besa intensamente, haciéndome olvidar momentáneamente cualquier duda sobre él. Deja de apoyarse sobre el muro para cogerme de la nuca, mientras me acaricia el pelo, y con la otra mano me toca la mejilla suavemente, contrastando la intensidad de su beso con suaves caricias. Es todo tan mágico... de todos los escenarios posibles habidos y por haber, este era el menos probable. Había fantaseado con este momento desde que lo vi en clase de perfil, desde que nos miramos por primera vez, desde que nos rozamos por primera vez, desde que nos dimos la mano por primera vez, desde que nos abrazamos por primera vez. Lo deseaba aun sin conocerlo si quiera, aun sin saber de su existencia. Y es mucho mejor de lo que pensaba. Sus labios se amoldan con los míos como si fueran dos piezas de puzle perdidas que se acaban de encontrar. Su boca es tan sumamente suave, tan sublime, que me empiezan a temblar las piernas y por poco se me doblan las rodillas, pero Ray se da cuenta y me sujeta bien fuerte, brindándome confianza para seguirle el ritmo. Nos separamos con la respiración errática y un hilo de saliva uniendo nuestras bocas, con sonrisas cómplices y miradas llenas de amor y esperanza.



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En el texto hay: amor adolecente, gaylove, misterio e intriga

Editado: 27.07.2021

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