Cartas a un cobarde

Carta II

Querido Magnus:

Esperaba que al irme del lugar donde se llevó a cabo nuestra relación, te olvidaría más rápido. Por eso volví a Malmö, el lugar que me vio crecer. Sin embargo, al llegar, mi padre ya no estaba.

Tranquilo, no murió. Solo se mudó. Al parecer, la necesidad de alejarse fue tan grande que apenas les comenté que me quedaría en Francia, empacó sus cosas, besó la frente de mamá y se fue. Según lo que ella me contó, ahora tiene una nueva pareja, y se llevan bien. Quizás eso esperaba de ti.

Nunca lo preguntaste, pero mi relación con él fue un mapa de distancias. Era como una casa cerrada: podías verla desde fuera, sabías que estaba ahí, pero con un muro invisible entre él y el resto del mundo. Ni mamá ni la abuela podían decir qué pasaba por su mente cuando se perdía en sus pensamientos. Nunca encontré la llave que me permitiera ver su interior, y puede que eso se deba a que no fui lo que él esperaba… y nunca pudo tenerlo.

Pensarías que no hablábamos, pero no es así. Hablábamos mucho, pero siempre desde una especie de guion, como si fuéramos dos personajes que compartían escenario sin compartir historia.

Nunca fue cruel, pero tampoco amoroso. Era simplemente... ausente, incluso cuando estaba sentado frente a mí. Se fue, le escribe en Navidad a la abuela, y parece ser feliz con la familia que creó con su nueva mujer y los hijos de ella. Dos varones. Los que siempre quiso y nunca tuvo.

Me dolió saber que era eso —exactamente eso— lo que nos alejó. Y creo que por eso contigo repetí patrones que no entendía. Confundí amor con presencia, atención con validación, y la falta con costumbre. Nunca tuve un padre presente, y por eso me conformaba con tan poco. Quería que me leyeras como un libro abierto, pero me dejaba páginas arrancadas por miedo a parecer demasiado. Demasiado frágil. Demasiado herida. Demasiado intensa.

Ahora lo veo distinto. Estoy volviendo a casa, literalmente. A esa casa con olor a romero donde mamá todavía cocina como si todo tuviera arreglo. Y en esa calma he empezado a recoger las piezas de mí que dejé en distintos lugares. Tú eres una de ellas. Una importante.

No he escrito esto para que regreses. Solo quería entender y soltar lo que me carcomía. Solo quería decirte que, aunque muchas veces me sentí sola estando contigo, también hubo momentos en que fuiste mi refugio, incluso sin saberlo. Y eso lo guardo, sin rencores.

Gracias por lo que fuiste. Gracias, incluso, por lo que no pudiste ser.

Valkyrie.




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