Jadela se preparó una taza de café con leche y posteriormente se sentó en la barra de la cocina. La mujer ya pensaba marcharse, hasta que sin querer, escuchó los pasos de su amado hijo que bajaban las escaleras.
Erick llegó, todavía estaba en ropa de dormir; un short y una playera blanca, se sirvió el resto de café en una taza y luego se recargó en la barra, cerca de su madre.
—¿En dónde estuviste anoche? —la mujer lo cuestionó casi de inmediato.
Claramente esto no sería del agrado de él, por lo que le dedicó una mirada de severo rechazo.
—¿Ahora también tengo que decirte los lugares que frecuento? —enarcó una ceja.
—No me respondas así, soy tu madre.
El hombre suspiró, se llevó las manos a la cara y también las pasó por su cabello.
—Perdón —y de la nada, todavía ella sentada, la cogió de la cintura y le plantó un beso en la mejilla—. He tenido algunos problemas.
—¿Qué tipo de problemas?
Erick comenzó a masajearle el cuello mientras le seguía besando la parte alta de la cabeza, cosa que a Jadela pareció gustarle.
—Son solo problemas.
—Mmmm —la mujer se levantó, envolvió sus brazos alrededor del cuello de su hijo y lo observó durante un par de segundos—. ¿Qué te sucede? Desde que llegamos te noto algo ausente.
—Estoy bien.
—Erick, no he visto a Sara.
—¿Para qué la quieres ver? Pensé que no te agradaba.
—No, no me agrada, pero normalmente extraño correrla cuando viene a buscarte. No me mientas Erick, yo sé que los días que no estuvimos aquí, la trajiste, y que durmieron juntos.
—No ha venido.
—¿Seguro?
—¡Sí mamá! Mierda, ¿por qué a veces te pones tan intensa?
—Erick —lo tomó de las mejillas—. Abrázame.
Él la obedeció tomándola de la cintura.
—Erick.
—Mmmm.
—No quiero problemas.
—¿Sobre qué?
—Sobre tu insípida relación, la cual deseo que muy pronto termine.
—Mamá —los dos tuvieron que separarse al escuchar la voz de Morgan en la entrada de la cocina.
—¿Qué sucede, cielo?
—Tengo hambre.
—Ven aquí —Jadela le ofreció su mano—, te prepararé algo.
Erick aprovechó la oportunidad para salir corriendo y subir a su auto. Una vez más el coche pareció volar, pues intentaba por todos los medios reducir el tiempo que lo dividía de la bodega. El hombre estaba enojado, tenso y un perverso deseo oscuro lo amenazaba con aflorar.
Una vez llegado a Holdenville, Howard corrió presuroso hasta la cortina que cerraba la bodega, sus manos quitaron los cuatro candados, los arrojó y entró, no sin antes colocar uno por dentro. Tampoco era tan estúpido para dejarla abierta y que cualquier errante pudiera meterse.
El hombre bajaba las escaleras cuando la misma voz espectral volvió a taladrarle la cabeza:
—«Cánsate, todo esto tiene un final. ENCUENTRALO».
—Cállate, no te pedí tu opinión.
Su camino nuevamente se vería truncado al llegar a la puerta del cuarto de Sara, pues ésta estaba cerrada con dos candados más que se cerraban y abrían por fuera.
El ruido de los candados hizo despertar a Lizzy. La muchacha se puso de pie, se limpió los ojos y decidida con el palo de madera en ambas manos esperó lo peor…
—Sa… —Erick se quedó quieto, impávido constató horrorizado la cama vacía.
—¡Erick!
Y cuando él se dio la vuelta…
¡PUM!
Ahí vino el golpe.
Un golpe descomunal que le ensordeció el lado derecho del oído, lo tumbó y casi le rompe la nariz.
—¡Maldita perra! —le gritó. Sus manos se revolvieron con la tierra del suelo y su misma sangre.
Sara salió despavorida, corrió, subió las escaleras y brincó el poco camino que la dividía de su agresor y la cortina de metal, pero cuando quiso levantarla para salir, el candado no se lo permitió.
—¡NO, NO! ¡AYUDA! ¡AYÚDENME POR FAVOR! ¡MAMÁ!
La muchacha golpeó la cortina, la golpeó una y otra vez con la esperanza de que alguien pudiera oírle. El metal se estremeció, le ayudó con sus plegarias, sin embargo y lo que Sara desconocía, es que la bodega se hallaba encerrada en un terreno gigante, una propiedad privada en la que nadie más tenía permitido entrar.
De repente, un par de dedos se clavaron en su cabello y la arrastraron en dirección contraria. Erick había conseguido llegar a ella, el hombre tenía la nariz casi destrozada y la parte derecha de la cara le sangraba, pero contra cualquier dolor que pudiera aturdirle la consciencia, pensaba vengarse por el cometido ataque.
—¡AAAAAAAAAAAAAAAH! ¡SUÉLTAME! ¡SUÉLTAME ERICK! —Cada intento de pelea, cada golpe, rasguño y punta pie le resultó inútil, pues nada podría ir en contra de la descomunal fuerza de un hombre molesto.
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Editado: 07.05.2024