Mientras me estaba vistiendo en mi habitación, observé el viento entrar por mi ventana abierta. Hasta ese momento, lo único que había hecho era fantasear con su muerte, pues por más que intentara alejarme de esa sensación, no conseguí hacerlo. ¿Alguna vez escuchaste hablar del Sueño diurno? Yo era un compulsivo de esos sueños, mis fantasías se almacenaban dentro de mi cabeza y muchas veces me aterré al imaginarlas cumpliéndose. Mis demonios me quemaban, me estaban matando lentamente y no se detendrían hasta que los obedeciera. Cogí la sudadera negra de mi armario, me ajusté las agujetas de mis botas y tomé la navaja del buró. (Sonrío) Esa navaja viviría tantas cosas y me acompañaría en los momentos más escandalosos de mi vida.
Llegué a Harlatory a eso de las once quince de la noche, lo sé porque recuerdo que cuando intenté limpiarme las manos, bajé la mirada y sin querer vi la hora en el reloj del estéreo. Me pareció un poco inusual lo tranquilo de aquella calle cuando normalmente Harlatory es una zona demasiado ruidosa por sus bares y discotecas, pero igual no me estaba concentrando mucho en eso. Me preocupaba la manera de entrar y saber si Brandle de verdad vivía ahí, o solamente había entrado en busca de una compañera sexual. Me estaba desesperando. Comencé a dar de vueltas por las calles cercanas, en todas ellas encontré varias prostitutas, pero para mi desgracia todas estaban en grupos de al menos cuatro mujeres, y no pensé detenerme hasta que finalmente encontré a una bella mujer morena que caminaba en la soledad de una avenida.
—Hola —la saludé bajando el vidrio de mi coche.
Era una mujer hermosa, alta, de largo cabello negro y piel blanca, el prototipo de una belleza por la que muchas veces cometí onanismo en mi juventud. Ella miró el auto y después me miró a mí, sonrió y se acercó, parece que al principio la tomé desprevenida.
—Hola —se mordió el labio inferior. Llevaba puesta una blusa oscura, una falda roja y tacones.
—¿Puedo hacerte algunas preguntas?
—¿Eres policía, cariño? —enarcó una ceja burlándose.
—No me insultes —le sonreí—. Solo necesito saber algunas cosas que tal vez tu podrías responderme.
—Hasta mis palabras cuestan —se frotó los dedos.
—Está bien, te pagaré, pero anda, sube.
Ella me obedeció. Engañarla no fue difícil.
—Te escucho, ¿qué quieres preguntar?
—Necesito que me hagas un favor.
—¿Un hombre tan apuesto como tú buscando favores en este tipo de zonas? Eso sí que suena interesante.
Pude haber fornicado con ella, me hubiese encantado descubrirle el escote y tocarla, tan siquiera besarla me hubiese bastado, pero no podía, no podía dejar ni una sola huella de mi ADN sobre su cuerpo, de lo contrario estaría en serios problemas. La llevé a la calle del edificio, y deteniendo mi auto frente a mi objetivo pude señalarlo.
—En ese edificio, vive un hombre llamado Brandle Howard. Me debe dinero y desde entonces no me ha querido dar la cara.
Ella comenzó a reírse.
—¿Y qué te hace pensar que yo voy a cobrar tu deuda?
—No quiero que la cobres, solamente necesito que entres y me investigues en qué habitación reside —ella seguía dudando—. Por favor preciosa, yo sé que puedes.
—Mis servicios no son gratis, precioso.
Saque cincuenta dólares de mi cartera y se los mostré. Esperé dentro del auto mientras ella se acomodaba la falda y entraba al recinto departamental. Las manos me sudaban, e incluso por primera vez en años sentí deseos de fumar, pues quería permanecer ocupado y que mis demonios se tranquilizaran; quería un momento de calma porque muy pronto iría por el causante de tantas pesadillas y desvelos. Luego de casi un cuarto de hora esperando, ella volvió al interior de mi auto.
—¿Y bien? —comencé a cuestionarla.
—Habitación doce… —la miré esperando que continuara, pero en respuesta estiró una de sus manos esperando su recompensa— Segundo piso.
—¿Hay alguien que cuide la entrada?
—No.
—¿Entonces a quién le preguntaste?
—En uno de los cuartos hay varios hombres jugando póker y bebiendo cerveza, a ellos les pregunté si lo conocían, y como pensaron que posiblemente me había mandado a traer, me dijeron el número y el piso de su habitación.
Ahora me quedaba otro problema todavía mayor. No quería que cuando la policía encontrara el cuerpo, esta mujer les fuese a servir de testigo. Estaba sumamente hermosa, pero lamentablemente no era de mi conveniencia que viviera.
—Me piensas acompañar, ¿verdad? —le acaricié una de sus piernas y subí su falda.
Ella se burló:
—¿No tienes novia, niño?
—¿A qué viene la pregunta? No necesito estar soltero para saber que una mujer ha sido de mi interés. Te pagué por preguntar el paradero de ese hombre, imagina lo que te pagaré por otro tipo de cosas.
Aquello pareció gustarle, pues con la ayuda de sus manos de largas uñas rojas y de mis dedos deseosos de algún contacto femenino, y no, no me mires así, Elaine, el que haya buscado caricias en otra mujer no significaba que Eli no me fuera suficiente. El punto es que comenzamos un peligroso juego de piel y excitación.
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Editado: 07.05.2024