Un doloroso recuerdo se incorporará a ese lugar donde se quedarán dormidos, aletargados, hasta que la pena, o la nostalgia los haga regresar de nuevo.
Elvira ha traspasado el umbral de la puerta, esa puerta por la que en multitud de ocasiones quiso escapar de este lugar, esa puerta que era como la ventana por la que veía el mundo exterior cuando en muy contadas ocasiones se abría. Se imaginaba cruzándola para ir a rescatar a niñas como ella de los horrores de ese mundo exterior.
Sor Sofía le contó como la rescató de ese lugar de pobreza, que la encontró abandonada y la trajo a vivir a este lugar de paz. ¿Sus padres la estarán buscando?, ¿Quizás tuvieron que abandonarla por culpa de la guerra, o porque no tenían con que alimentarla? Estas y otras miles de preguntas se le amontonaban en la cabeza mientras caminaba por la calle de la mano de una extraña mujer. Sabía que esta no era su verdadera madre porque no compartían ni siquiera el mismo color de piel.
Sor Sofía aguantaba las lágrimas viéndola partir, y cada vez que la niña se giraba para mantener ese último contacto visual notaba que se le partía un nuevo hilo de esa cuerda imaginaria que las unía. Sabía que nunca más la volvería a ver y eso le partía el corazón, pero a su vez se alegraba de que Elvira pudiera tener una nueva vida, una nueva familia. La puerta se iba cerrando y ella siguió durante unos instantes más en la misma posición como si pudiera seguir viéndola a través de las maderas de la puerta.
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Nuevos compañeros, un nuevo cuarto vacío de todo, un estricto control de sus tiempos y falta de libertad, sobre todo falta de libertad. Las lágrimas mojan la almohada, no quiere estar aquí. Su mente solo piensa en escapar.
Raúl solo lleva dos semanas encerrado en el corrector de menores y ya se ha hecho nuevos amigos, pero también nuevos enemigos. Lo mejor de la sociedad, hablando irónicamente, está en este lugar. Y él puede estar contento, es un privilegiado, su condena, a pesar de haber disparado a una persona, ha sido de tres años en este lugar. Jorge pasará más de veinte años en la cárcel, y Pablo toda una eternidad bajo tierra.
Él también atesorará un nuevo montón de recuerdos. El recuerdo de cuando fue tumbado en tierra y esposado, el policía no tuvo piedad a pesar de ser un niño. Luego un paseo por la ciudad hasta la comisaría. El recuerdo de ser interrogado durante horas para que declarara su implicación en el robo. El recuerdo de ver a su madre gritando que le dejasen en libertad. El recuerdo de no poder abrazarse a ella y pedirle perdón. El recuerdo de entrar en un edificio donde todas las puertas están cerradas con una verja, y el recibimiento entre gritos y amenazas por alguno de sus compañeros.
Toda su vida había cambiado en un abrir y cerrar de ojos. Si no se hubiera parado a hablar con sus amigos, si hubiera tomado el autobús del colegio, si no estuviera metido en toda esa mierda, si se hubiera negado a ir con ellos... ahora sería un niño libre que podía estar jugando al balón en el patio del portal de su casa.
Todo se había ido a la mierda y las lágrimas que derramaba era la amargura que sentía desde que llegó a este lugar. Ya hacía tiempo que no soñaba esas cosas bonitas que su cerebro le enviaba mientras dormía, ahora solo soñaba con el disparo a aquella mujer de la tienda, y como su amigo estaba tirado en el suelo, con los ojos abiertos, pero sin vida.
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Acostumbrarse a su nueva casa no fue sencillo. Nuevas normas, nuevos horarios, nuevas formas de entender la vida. Sus nuevos padres Holly y Frank eran ingleses y tenían una forma muy diferente de pasar el día a día de la que ella había tenido en el convento.
Lo más raro era no tener que ir a rezar cada mañana, antes de la comida, y antes de acostarse. Aunque ella durante un tiempo lo siguió haciendo, pero a escondidas de sus padres, ellos no eran cristianos y no creían en sus ritos.
Fue inscrita en un colegio que tampoco estaba regentado por monjas, y en la misma clase había chicas y chicos. Su ropa también era muy distinta, el hábito que llevaba se cambió por jerséis, pantalones, faldas y chaquetas.
Lo que no había cambiado era la actitud de las chicas, algunas se reían de ella, la llamaban la monja, para otras era invisible, y dos, o tres, quisieron ser sus amigas. En los chicos ella era más popular, siempre había alguno que la criticaba, sobre todo los que estaban con el grupito de las chicas que más se metían con ella, pero en general se acercaban para conocerla. Ser la novedad en el colegio tenía sus pros y sus contras.
Echaba de menos a Sor Sofía, cada vez que escuchaba unos ruidos en la noche se imaginaba que era ella que la venía a arropar, a dar ese beso de buenas noches, y se sentaba unos minutos en su cama rezando para que todo le fuese bien.
Y en verdad Sor Sofía cada noche estaba allí, a muchos kilómetros, pero en espíritu estaba allí. Cada noche rezaba unas oraciones por Elvira, cada vez que salía al mercado, o a ayudar a los más desfavorecidos, la buscaba entre la gente. Era mucho el amor que sentía por esa niña.