Cenizas de maldad

El nacimiento del fin

Segunda parte

 

“Algunos habían sugerido que la realidad es un concepto  bastante indigno de confianza, quizás no más sólido que un trozo de lona extendido sobre cables entrecruzados como  hebras de telaraña”

STEPHEN KING

<<IT>>

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para bien o para el mal

 

Faltaba poco para el crepúsculo, y con él, los últimos rayos del sol realizaban su recorrido sobre la tierra febril del valle de Miza. Un furioso rio, portentosas montañas y pequeñas construcciones plateadas y cobrizas; que servían de refugio para la desdichadas gente del pueblo de Muatan, era el recorrido de su última gran ronda, para luego así poder estregar la vigilia de la oscura y malévola noche a sus hermanos; los desdichados astros nocturnos.

 

Es muy bien sabido que la luna y las estrellas no eran aficionados para el trabajo como lo era el Sol, jamás sus fotos se exhibirían como los empleados del siglo, ni nada parecido. Solo eran cuerpos celestes cansados, perezosos y seniles, que algunas, que otras veces faltaban a su labor ancestral. En cambio el sol era constante, ordenado  y puntuar. Nada parecido a sus hermanos nocturnos. No podía juzgarlo por eso, al contrario; los compadecía. Comprendía muy bien que cuidar de la noche no era el trabajo ideal. La noche era un ente travieso, inquieto y malévolo, y muy difícil de controlar. Qué destruía y creaba cosas con una frecuencia morbosa (Por algo era la madre de los gemelos inmortales del sueño y la muerte) La gran esperanza era que siempre la mañana llegaría, y el vigoroso y experimentado sol intentaría arreglar las hecatombes de la inevitable noche. Aunque si el sol tuviera el poder de decidir; para él era mejor tener que reparar las cosas que la noche destruía, que encontrar y arreglar las titánicas atrocidades que con imprudencia de ella nacían.

 

Allí entre malezas gigantescas y arbustos torcidos, por un camino angosto, serpenteante y obstruido por raíces que se asemejaban a serpientes perezosas y regordetas se encontraba caminando el pequeño Tobax. Tan solo contaba con 6 años de edad y unos pantalones cortos que hace algún tiempo fueron de un rojo intenso, pero ahora el uso y el agua, lo cambiaron a un seco color naranja. Muy análogo al tono crepuscular de aquella tarde  fría de invierno.

 

Entre arboles cada vez de mayor tamaño y entre sombras cambiantes y danzantes, se encontraba el pequeño e inexperto Tobax, en busca de algo perdido.  Lo muy que pronto, en su pequeña y frágil existencia descubrirá lo innecesario e incoherente  que es buscar alguna cosa, cuando está en riesgo la pérdida de algo más importante, aún más importante que la vida misma.

 

No era fácil para una criatura de tan corta edad alejarse de su lugar seguro, su hogar. Nunca había llegado tan lejos solo. Aunque si levantaba lo suficiente la mirada, podría ver las opacas brillantes de un viejo y herrumbrado techo que cubría su pequeña casa, aun así le parecía un lugar lejano e inasible, pues, si no encontraba lo que había salido a buscar, su hogar seria él último lugar sobre la tierra donde desearía estar.

 

<< ¡Y todo por un estúpido conejo! Yo solo quería acariciar al suave y delicado conejito. >> pensaba mientras recordaba la desastrosa escena cuando

Solo levanto un poco la pequeña jaula de fabricación rudimentaria, lo suficiente para poder introducir pequeña mano de un curioso niño, apenas fueron unos pocos centímetros, pero quizás por la excitación de momento o por  simples caprichos de la providencia, fue medida exacta para una salida de emergencia del pequeño y escurridizo “señor Perraut”.

 

Su padre lo había dicho mil veces; no se debía de poner nombres a los animales. Según el, eso despertaba una alusión de familiaridad y aprecio, sobre todo de parte de los niños. Nunca se le pone nombre a aquellos que pronto se convertirían en una tan necesaria cena. Y para Tobax ese fue el verdadero error al que tenía que odiar.

 

<<Es cierto. Todo lo que estoy pasando es culpa de mama, ella no debió de ponerle nombre al pinche conejo, por más divertido que le pareciera. Si ella no le hubiera puesto un nombre, quizás no hubiera querido acarciar al estúpido conejo,  o tal vez la culpa seria de mi hermana. ¡Si  ella! ella no debió descuidarme, su deber era cuidarme ¿no? y no dejar que un pobre e ingenuo niño como yo cometiera una estupidez. Si papa se enterara que ella se pintaba los labios con las semillas de un albor de mama. Mi papa la castigaría a ella en vez de a mí. Si no encuentro el conejo, le voy a decir a mama y papa lo que Minty hace y así me salvaría el pellejo>>



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En el texto hay: demonios, rituales, criaturas oscuras

Editado: 30.09.2019

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