Si antes no me relacionaba con nadie, ahora menos. Mi tacto con otras personas o ser viviente es, prácticamente, nula. Los dos días que han pasado desde que estoy fuera del orfanato son los más solitarios, y eso, que cuando me encontraba allí no sentía que encaja con nadie, pero esta vez es de verdad.
Un vacío existencial con un toque coqueto de la soledad me acobarda, me corta el coraje que suelo tener para expresar mis opiniones sin importar a quien me dirija. Pero, en este caso, socializar con una persona que no está presente, que se va en la mañana y regresa en la tarde, es complicado.
Agregando también que estoy hablando como si soy parte de un matrimonio. Doy pena.
Continuando con la rutina monótona en la que se ha resumido mis días, en los cuales solo he estado comiendo, regando algunas plantas que están en un balcón detrás de la sala de estar, y las que se encuentran en mi habitación, paseando también por el lujoso Pen House; aunque todavía no reúno suficiente osadía para ingresar a la puerta al final del pasillo, la cual es metálica y más grande a comparación de las demás; pero nada fuera de lo común.
Todo normal…
Muy normal.
Cuando hago el recorrido al refrigerador por vigésima vez en el día, escucho la puerta principal abrirse. Desinteresada por la intromisión de Ryder a la cocina, dirijo otro “sándwich” que he preparado a mi boca. Sigo sin estar segura de que sea eso, pero con una salsa roja y otra blanca que le eché al pan, sabe mejor que con solo una rodaja de jamón.
Creo que era eso.
—¡¿Te has comido toda la funda de pan que compré?! —exclama el hombre cuando ve mi boca sucia por las salsas y luego, dirige su vista hacia mi costado, donde se encuentra dicha funda con un solo pan que reservo para más tarde.
—No me… —termino de tragar un bocado— culpes. Me dejaste a mi suerte por dos días y como no sé cocinar, ¡hice uso de mi inteligencia! —señalo el pedacito de pan que me queda, junto con una sonrisa para apaciguar las aguas.
—Había comida en el microondas —Retiene su enojo mientras apunta con su dedo índice un electrodoméstico en forma de caja, con puerta y varios botones.
—¡Ah, era eso! —exclamo sorprendida por mi absurdo hallazgo.
Él me mira fijamente para, después, soltar una risa irónica en voz baja, al mismo tiempo que aprieta el puente de su nariz con las yemas de sus dedos. Ignora mi presencia y se dirige al pasillo mientras va balbuceando maldiciones y otras cosas.
—Es increíble que salgo de un infierno para llegar a otro.
—¡¿Qué dijiste?! —grito desde la cocina para que pueda escucharme.
—Yo no te dije nada —contesta después de haber retrocedido sus pasos y terminar apoyándose de la característica columna de ladrillos—. No estaba hablando contigo. ¿Cómo pudiste escucharme?
—Tal vez hablas demasiado alto para tu desgracia —le contesto con educación, mientras termino de lavar mis manos y las seco con una toalla enganchada al mango de la puerta de la nevera.
Para dirigirme a mi habitación, paso por su lado izquierda, chocando hombros “accidentalmente”, y sigo caminando por el pasillo como una modelo en una pasarela, aunque mi vestimenta solo sea unas sandalias abiertas, unos jeans oscuros que encontré en el armario gigante de mi habitación, y una camiseta blanca con un estampado al frente.
—No te vayas a romper la columna que, por mí, no irás al hospital —escucho que comenta.
—Puedo aprender a esfumarme, como tú lo haces, y aparecer en una camilla de hospital —le contesto de vuelta.
Cuando llego a mi puerta, le saco la lengua en modo infantil e ingreso por ella a mi habitación. Me recargo la misma para exhalar profundamente y ver en el estante qué libro leeré esta noche, pero, luego del paso de unos minutos, varios toques en la puerta me cambian los planes.
—Ponte algo decente, saldremos a dar una vuelta.
Las palabras de Ryder me sorprenden, causando que un sinfín de escenas surquen por mi mente sobre los posibles lugares a donde me podría llevar. Y si, por casualidad de la vida, me lleva a un cementerio, tengo la ropa ideal: una blusa gris de mangas largas con un pantalón tiro alto negro y los zapatos que traje del orfanato, que siguen en buen estado después del ajetreado viaje.
Salgo de la habitación después de peinar mi pelo negro con mis dedos, donde encuentro a Ryder en la puerta principal. Su casual vestimenta negra es reemplazada por una camiseta blanca básica y unos jeans rasgados negros, junto con una llamativa chaqueta color rojo anaranjado por encima que, si estuviera entre mucha gente, resaltaría sin dudar.
Cuando él nota que mis ojos escudriñan su singular conjunto, encarna una ceja mientras espera una reacción de mi parte, aunque lo único que recibe es una sonrisa disimulada y dos pulgares arriba.
Luego, salimos al corredor del lujoso edificio en el que se encuentra el pen house, culminando en la puerta del elevador; siendo el camino a este iluminado por varias lámparas que se encuentran en las paredes laterales.
Cuando llegamos al parqueo en el sótano del edificio, él busca su moto y aparece segundos después frente a mí con un casco extra, el mismo que usé días antes mientras me enseñaba a conducir.