JAMES STANTON.
Lunes por la noche.
Después de regresarle las llaves a Sara se había tirado en la cama del apartamento que compartía con Sam, había dormido por horas hasta que lo despertó el timbre de su teléfono que le indicaba que alguien le había escrito un mensaje de texto, se desperezo y estiro los brazos sobre su cabeza, estiro su brazo sobre la cama y alcanzo su celular, el cual creía haber puesto en silencio sobre la mesa cuando se acostó, pero al parecer se había equivocado. El mensaje era de su primo.
―Vamos a estar a las nueve en Vesubio ¿Vienes?
―Imagino que se "reconciliaron" ―le respondió.
―Hmmm, nos vemos más tarde.
―Ok.
Marco el número telefónico de Sara.
―Hola ―dijo ella.
―Hola ¿Quieres ir a Vesubio en una hora?
―Trato ―y colgó.
Esa, seguramente era la conversación más corta en la historia de la humanidad. Eran las 5:38 según el reloj de su muñeca. Había dormido como unas cuatro horas. Tomo una toalla y se ducho, el siempre se bañaba en unos veinte minutos pero ya que no tenía prisa se demoró en el baño el doble de tiempo que lo usual, después de secarse y colocarse un conjunto relativamente decente, es decir nada decente, se enrumbo camino a Vesubio, quedaba a unos 15 minutos de la universidad, a la misma distancia que la casa de sus padres, el club era un edificio grande y de una sola planta, estaba hecho de una piedra gris que cubría la estructura de cemento, en la entrada había una enorme "V" de neón que brillaba con luz purpura. El interior era espacioso y bien distribuido, el área de las mesas tenia ventilación, se encontraba en el lado izquierdo del edificio y frente a esta estaba uno de los segmentos de la larga barra en forma de "L", la otra parte de la barra era usada por los que estaban en la pista de baile, este espacio era un poco más grande que el de las mesas, pero no demasiado; a su derecha y junto a la pared estaba una enorme cabina en una plataforma en donde se encontraba el DJ, la música sonaba de manera tenue, y el lugar estaba tranquilo, las personas aun no bailaban, pero las mesas se estaban llenando, busco con la vista a Sara y le encontró a unas 5 mesas de su posición haciéndole ojitos al camarero.
El se acercó, puso su cara de asesino serial y el tipo se esfumó.
―¿Ves lo que haces J? Espantas a los chicos de mi ―le reprocho con una mueca.
―Yo no hice nada ―le respondió mientras se sentaba frente a ella y levantaba los brazos en gesto de no culpable.
―Mentiroso.
―Seguro no era el indicado si se espanto.
―Al diablo el indicado, yo quiero s-e-x-o.
El sonrió y no pudo evitar reírse, Sara era única; pero si se lo decía ella solo le preguntaría ¿Y la novedad?, en estos seis meses había llegado a conocerla muy bien, aunque los inicios de su amistad no fueran muy convencionales.
―Tú también espantas a las chicas que se me acercan ―le recordó.
―Eso es porque tengo un sensor de rameras que tiene un alcance de 1 km, además deberías agradecérmelo, todas las chicas con las que te acuestas son busconas, yo solo te aparto de las peores.
―Es un buen alegato.
―Gracias, su señoría.
Después de eso ninguno pudo aguantar la risa.
―¿Te acuerdas como nos conocimos? ―le preguntó―. Todo fue gracias a tu magnifico radar.
Los dos se proyectaron un momento a ese día, la universidad tenía una semana de haber iniciado y era sábado por la noche, se había acostado con una morena, una de las tantas compañeras de cuarto que había tenido Sara en estos seis meses, era su segunda compañera, ―la primera se había ido al segundo día― en el apartamento de la chica, lo que no sabía es que Sara los encontraría en el suelo desparramados y medio desnudos, Sara les había gritado a ambos y lo había sacado a patadas en ropa interior al pasillo. Él le había gritado, se vistió y se fue.
El domingo por la mañana se la encontraría en un cafetín cerca de su apartamento, desayunando en una mesa mientras un chico intentaba algo con ella, perecía incomoda, puede que apenas le conociera, pero no le gustaba los hombres que molestaban a las mujeres.
― ¿Qué haces con mi chica? ―le gruñó.
―Nada.. eh na...na...da... ―dijo el chico mientras se largaba.
Ella le había dado las gracias diciéndole que lo contrataría para apartar a los idiotas de ella.
―Entonces tú deberías apartar a las perras de mi.
Y colorín colorado, se hicieron amigos desde entonces.
―Aquellos buenos tiempos ―dijo ella con una mirada de anhelo.
―Esa se fue al día siguiente ¿Verdad?
―Sip, mis compañeras de habitación duran tanto como tus acostones de fin de semana.
―Tienes razón ―dijo él entre risas.
―Aunque el 30% de tus acostones de fin de semana han sido mis compañeras de habitación.
―Velo de esta forma, si no fuera así, seguro jamás nos hubiéramos conocido.
―A lugar ―dijo con un asentimiento―. Aunque tengo entendido que pronto debe estar por llegar carne fresca ―dijo con una sonrisa diabólica pintada en sus labios.