Se sentó sobre su cama y observo la habitación, recogió algunas cosas salió de su habitación, había un suéter purpura sobre el sofá, debía de ser de su compañera, mierda, su compañera, sabía que debía haber llegado durante la noche, ya que no había visto antes ese suéter ahí, así que había alguien más ahí en el apartamento, ¿La había despertado? Giro lo más silenciosamente posible la cerradura, y echó un vistazo, sobre la cama, estaba profundamente dormida, una chica con cabello oscuro y mechones claros, su cuarto estaba pintado igual que el de ella, todo de blanco, había algunos muebles por ahí, pero la habitación se veía bastante parecido a la suya, excepto por carteles que adornaban las paredes, suspiró de alivio, su compañera seguía dormida, y entro al baño, afortunadamente no olvido el detalle del espejo, así que seguía sin verse en el espejo desde hace días.
Se ducho y lavo su cabello, su shampoo olía a frutas tropicales y había tenido la precaución de no poner el recipiente en el suelo de la ducha como siempre lo hacía, siempre chillaba al agacharse, era mejor evitar hacer esos ruidos mientras su compañera dormía, solo chillaría al vestirse, dijo reprendiéndose.
Después de unos cuantos gemidos de dolor y uno que otro chillido, logro ponerse un suéter de cuadros blancos y negros sin nada abajo excepto el sostén, un blue jean que abrazaba sus piernas, unas medias de diferente color y unas botas militares que aún no se había estrenado, se colgó su bolso, un morral negro con enormes lunares amarillos fosforescentes, había sido un regalo de April hace casi tres años, pero estaba como nuevo, nunca se lo había puesto antes, temiendo que su padre lo viera y preguntara por el; llevaba su laptop, libros, cuadernos y lapiceros, los libros le habían sido enviados hace unos dos meses por la universidad a la dirección del bar, nunca dio su verdadera dirección en el formulario de inscripción, había sido una de las decisiones más inteligentes que había hecho en su vida.
Se lamentó de no poder salir a correr aun, si lo hacía, seguramente la tapa de su cráneo se caería y su cerebro rodaría por el césped, aun le palpitaba la cabeza y su equilibrio era más torpe que lo usual, su tobillo sonaba siempre que lo forzaba y su pecho no resistiría, así que eso era un rotundo no, tendría que despedirse de sus carreras matutinas por un tiempo.
Salió de la casa y se fue caminando hasta una cafetería que quedaba cerca de ahí, funcionaba las veinticuatro horas, por suerte para ella. El lugar estaba ambientado como la playa, todas las paredes tenían un papel tapiz ininterrumpido que imitaba una costa caribeña, era como si hubieran pintado una playa gigantesca por todo el lugar sin detenerse en ningún trazo, tenia enormes ventanas que iluminaban la estancia, aunque por aquí el sol casi no se dejaba ver, en la larga y blanca barra había pequeños taburetes de un color azul que le revolvió el estómago- era el mismo color del que estaba pintada su casa, o mejor dicho, su antigua casa- del otro lado había mesas de cuatro de color blanco, pero si se sentaba en ellas, vería directamente a los taburetes, así que decidió sentarse en uno de los detestables banquillos.
Una camarera con cabello rubio pálido, recogido en una cola alta, vestida de blanco con un delantal azul. ―que gracias al cielo era de un azul oscuro― se acercó a ella para pedirle su orden.
―Hola chica ¿Qué quieres ordenar? ―dijo en tono jovial. Era un poco más baja que ella y parecía estar es sus veintitantos, seguramente veintiuno supuso.
―En realidad no lo sé, ¿Tienes una carta o menú?
―Si claro. ―le estiró una especie de carpeta que debía ser la carta.
La hojeo rápidamente y pidió su desayuno.
Al poco rato la mesera le trajo un plato con una enorme rebanada de torta de chocolate con glaseado de azúcar y una taza de café negro. Comió con gusto, ya no mas comer porquerías por ahí, no mas tener que cocinar para ese bastardo, tenía suficiente dinero ahorrado para comer decentemente por un tiempo, pero no escarbaría mucho en sus ahorros, debía conseguir un trabajo, y pronto; se quedo sentada por horas leyendo uno de los libros de la universidad; miro su muñeca y vio que ya eran las siete de la mañana, debía regresar, tomar su moto y partir, después de pagar su cuenta le pregunto a la camarera acerca de un trabajo que supiera.
―Depende ¿En qué eres buena?
―Bueno, he trabajado en un bar. ―dijo, ahora que lo pensaba, ella no era buena en nada excepto eso y en la mecánica.
―Oh, hay un club cerca de aquí, llamado Vesubio, escuche hace unos días que buscaban contratar, puedes empezar ahí.
―Gracias. ―se despidió con una sonrisa y se fue.
Camino lentamente de regreso a la residencia, el aire era fresco, no hacía calor, perfecto, ella odiaba el calor, una vez su padre le había castigado dejándola dos días seguidos en el jardín, recordó el hambre que golpeo su estomago por tantas horas, también recordó las picadas de hormigas con las que había despertado el segundo día por haber dormido en el suelo, recordó que solo tenía doce años en ese momento, también recordó su miedo al pensar que tal vez nunca entraría de nuevo a la casa y el terror que la inundó cuando su padre se iba a trabajar y ella pasaba toda la mañana y tarde de ambos días completamente sola; pero sobre todo, recordaba el inclemente sol, el calor la abrasó completamente, no había ninguna sombra bajo la que pudiera refugiarse, su piel le ardía dolorosamente y sus manos estaban enrojecidas, no comió ni bebió nada en esos días, su garganta estaba tan seca que pensó que nunca volvería a ingerir nada; puede que fuera una niña, pero ella había leído en uno de los libros del colegio que el ser humano podía pasar varios días sin comer, pero que no podía pasar un solo día sin agua, en ese momento trató de recordar la palabra que había aprendido en clase, empezaba con la letra "d" y la maestra les había dicho que era cuando una persona se enfermaba por no tomar agua; deshidratación, esa era la palabra, se asusto al recordar que la maestra también les había dicho que una persona podía morir de deshidratación. Por la noche del segundo día, después de llegar del trabajo, su padre le había abierto la puerta de la casa. Bastardo ¡Dos días la había dejado! Aparto el recuerdo con la destreza de un experto, las cosas no iban bien cuando recordaba.