Cicatrices en el alma

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Ella se fijo en que la voz era del chico de pelo oscuro, le encantaban esos ojos, ahora que lo veía de pie, era bastante alto, de hombros anchos y brazos largos, vestía con un pantalón negro y una camisa gris de manga corta que dejaba ver en toda su gloria sus brazos, de piel bronceada y rostro anguloso, que de alguna forma parecía ser suaves, generalmente los rostros como el suyo eran de apariencia dura, pero si los mezclabas con otras cosas que suavizaran el rostro, se obtenían rasgos menos duros; todos los demás se voltearon a verlo, y el silencio se precipito sobre ellos, como si estuvieran sorprendidos de que el simplemente dijera algo como eso, parecía como si el simplemente hubiera soltado la primera idea que paso por su cabeza.

― ¿Cómo me comunico contigo? ―le preguntó April después de unos minutos, ella estaba empezando a pensar que se habían quedado petrificados.

―Hmmm, ¿Vesubio por la noche? ―le propuso.

― ¿CÓMO RAYOS SABES DE VESUBIO? ―rugió― ¡No! ¡No deberías entra a ese lugar! ―corrió para llegar a su clase, afortunadamente el profesor parecía de buen humor y le permitió entrar, el tono de April había sonado enojado, a ella seguramente no le agradaba la idea de que ella supiera de ese lugar, April era sobreprotectora, puede que fuera mayor que ella, pero ya no era una niña, y ella no era su madre, no es que la mía haya hecho mucho por cuidarme, más bien como que me refiero al comportamiento de las madres normales, pero, en fin, era hora de que April comprendiera que ya no era una niña.

Llegó a Vesubio casi a las siete de la noche.

Abordó a una de las camareras preguntándole por una vacante.

―Ve a la oficina. ―dijo, señalando una puerta roja, que se encontraba junto a una especie de cabina, en donde ella suponía que tocaba el DJ.

Nunca antes había estado en un club, pero este sin duda, estaba bien administrado, había una parte para sentarse y charlar, y otra para bailar, el lugar era grande y espacioso, era de un solo piso; la barra era blanca y en forma de "L" por lo que pudo ver, supo que tenían bastante variedad de licores. La gente aun no llenaba el espacio, las luces de colores le fascinaban, fastidiaban un poco su vista, pero se sentía atraída por los colores; al llegar a la puerta roja, toco ligeramente con el puño. Abrió una mujer que debía estar en sus treinta, vestía un pantalón oscuro, llevaba una blusa de color menta de mangas hasta los codos y unos zapatos con plataforma del color de la blusa, su piel era morena y su cabello oscuro, facciones italianas, reconoció, sus ojos eran sagaces y le observaban con detalle.

― ¿Necesitas algo? No te ves bien hija. ―"hija" siempre le sorprendía ese término, se sentía ajeno a ella, no se sentía como la hija de alguien, siempre que la habían llamado así, había sido para insultarla o algo peor, era lo mismo que le ocurrió cuando Jacqueline le había llamado "mi niña".

―Estoy bien, en realidad quería preguntar por un empleo.

Ella abrió la puerta para que pasara y le indico con un gesto que se sentara. La oficina era pequeña, pero fresca, las paredes estaban pintadas de un color blanco hueso, en la esquina había dos archivadores rojos de metal que le llegaban a la cadera, en el centro había una delicada mesa de vidrio rectangular, sobre esta, estaban desperdigados algunos papeles y una laptop, que para variar, también era roja, la mujer tenía buen gusto, y un fetiche por el color rojo, se sentó en el taburete también rojo en frente de la mesa, y la mujer se sentó en la silla negra que quedaba tras la mesa.

―Me llamo Valentina Vicenza. ―estiro su brazo sobre la mesa y estrecho la mano que la ofrecía la mujer, no había acento en su voz, pero definitivamente era italiana.

―Soy Alex.

―Un gusto Alex, y bien ¿Has trabajado antes en un club?

―No, trabajé los últimos nueve meses en un bar, en la barra.

―Oh, pues tienes la experiencia, un bar está bastante cerca que un club, ¿Estudias?

―Sí, mecánica, puedo trabajar en la semana por la noche, y los fines de semana, seguido.

―Bueno, puedo ofrecerte los fines de semana en la barra, que serían jueves, viernes, sábado y domingo. ¿Te parece? ―le pregunto.

Eso era una buena oferta, ocuparía su tiempo, por lo que dormiría menos tiempo.

―Excelente. ―dijo con una sonrisa honesta.

―Lo que sí, es que vas a tener que utilizar ropa menos....―dijo señalándola― Cubierta ¿Puedes?

―Hmmm, no quiero sonar quejumbrosa, pero no creo que eso sea buena idea. ―murmuró.

― ¿Es por tus moretones?

―Sí y no, los morados van a desaparecer tarde o temprano, pero... bueno... tengo cicatrices por todo el cuerpo, pecho, piernas, brazos, espalda... ― ¡Ya qué! Total, igual debía decirle, en una entrevista de trabajo no era bueno que mintieras. Ahí se dio cuenta de lo inmoral que era, le había dicho a una completa extraña lo de sus cicatrices, nadie sabía sobre ellas, ni siquiera un medico, ella nunca iba al médico, había temido que alguien preguntara por las marcas― así que cuando tenía trece años y le había dado una fiebre de 40 grados, ideo un sistema para obtener medicamentos, si llevara la cuenta, ya tendría innumerables cargos por robo de sustancias no recetadas ―pero esta mujer no la conocía, era más difícil decirle la verdad a las personas que quería, que eran menos que los dedos de una de sus manos, en cambio, decirle a esta extraña, era tan fácil.



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En el texto hay: amor, dolor, perdida

Editado: 07.08.2018

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