Capítulo 5 – El Silencio Del Hambre
Cuando despertó la mañana siguiente, Alejandro sintió un nudo de nerviosismo en el estómago. Recordaba la larga y tensa reunión familiar de la noche anterior, y salió de la cama con cautela, preparado para lo que pudiera encontrar al bajar. Al llegar a la sala, la escena que se desplegó ante él lo dejó sin palabras. Sus padres estaban tendidos en el sofá, claramente afectados por la extensa diversión. El olor a alcohol y tabaco impregnaba el aire, y sus rostros cansados revelaban que la noche había sido agotadora.
Sin querer perturbarlos, decidió no interactuar con ellos. Evitando la cocina, donde sabía que no encontraría nada para comer, se encaminó directamente hacia la puerta de salida en un silencio absoluto.
A pesar del caos en casa, anhelaba la normalidad de la escuela. Allí, entre las clases, los profesores y los amigos, esperaba encontrar un refugio de la agitación familiar.
A medida que avanzaban las clases, Alejandro notaba cómo se acercaba la hora del almuerzo. Sin embargo, no tenía ni un bocado que llevarse a la boca ni dinero para comprar algo en la cafetería. Mientras observaba a sus amigos y compañeros disfrutar de sus bocadillos y refrigerios, se sentía incómodo con la idea de pedirles algo prestado o compartir de lo suyo. Así que mejor optó por retirarse, inventando una excusa.
—Chicos, necesito ir al baño. Regreso enseguida —murmuró con voz tenue.
—Está bien, pero no te demores mucho —respondió Marta, mientras sacaba su almuerzo.
—Que todo salga bien —añadió Daniel con una sonrisa burlona.
Asintiendo con la cabeza, Alejandro se alejó de sus amigos. Después de un rato, encontró un rincón tranquilo en la escuela, apartado de la multitud, donde podía ocultar su incomodidad. Con cuidado, se sentó en el suelo y apoyó la espalda contra la pared.
El hambre apretaba su estómago y el dolor en su corazón no hacía más que aumentar en esa situación. Observaba cómo los demás alumnos disfrutaban de sus almuerzos, sintiéndose cada vez más solo y desamparado. La ansiedad le oprimía el pecho, dificultándole la respiración.
La hora del almuerzo se estiraba como un interminable tormento del que no podía escapar. Decidió cerrar los ojos e intentar por un momento ignorar el vacío que sentía, tanto en su estómago como en su vida. De repente, una voz familiar lo llamó por su nombre.
—¡Alejandro!
Era Sofía.
—¡Alejandro! —volvió a gritar.
Alejandro levantó la mirada y se sorprendió al ver a Sofía acercándose hacia él con una sonrisa cálida. Sus ojos brillaban con un brillo reconfortante que lo hizo sentir un poco más tranquilo.
—¿Qué haces aquí solo? —preguntó ella con curiosidad—. ¿No vas a almorzar?
Alejandro se sintió avergonzado y desvió la mirada. No quería admitir que no tenía nada para comer ni dinero para comprar algo.
—Eh… se me olvidó mi cartera —murmuró con dificultad.
Sofía asintió con comprensión y le tendió la mano con un gesto amable.
—No te preocupes —dijo con suavidad—. Ven conmigo, tengo algo para ti.
Alejandro vaciló por un momento, pero la expresión amable de Sofía lo convenció. Tomó su mano y se levantó, siguiéndola con curiosidad y vergüenza.
Sofía lo condujo hacia una mesa apartada, donde dos sillas gastadas esperaban. Abrió su mochila y sacó una lonchera rosa de plástico que desprendió un aroma delicioso al abrirla.
—Mira, mi mamá me preparó esto esta mañana —explicó con orgullo—. Son sus famosos sándwiches de ensalada de pollo con lechuga y tomate. Son realmente deliciosos.
Alejandro observó la comida, sintiendo cómo se le hacía agua la boca. Estaba sorprendido por la generosidad y amabilidad de Sofía.
—¿De verdad me invitas? —preguntó incrédulo.
—Por supuesto, tengo suficiente para ambos —aseguró con cariño—. Además, quiero compartirlo contigo. ¿Te apetece?
Alejandro se sintió conmovido por el gesto amable y dulce de Sofía. Notó la luz especial en sus ojos, lo que le tocó el corazón. Asintió con gratitud y una sonrisa iluminó su rostro.
—Sí, me encantaría —respondió sinceramente—. Muchas gracias.
Sofía le pasó uno de los sándwiches, quien lo tomó con cuidado y le dio un mordisco. El sabor resultó delicioso, la ensalada fresca y el pan fresco. Por un momento, cerró los ojos, deleitándose con el bocado. Sofía, observando su expresión, sonrió satisfecha, segura de haber acertado con el sándwich.
—Está increíble —exclamó Alejandro con entusiasmo—. ¡Realmente delicioso!
La sonrisa de Sofía se amplió al escuchar sus palabras y ver que disfrutaba del almuerzo casero.
—Me alegra que te guste —respondió con felicidad—. A mí también me encantan. No hay nada como disfrutar de algo hecho en casa, ¿Verdad?
La escena que presenciaban los demás alumnos era inusual. Alejandro y Sofía, dos estudiantes que aparentemente no tenían mucho en común, compartían un almuerzo casero en una mesa apartada, charlando como si fueran viejos amigos.
La curiosidad se apoderó de varios estudiantes. Lo que veían les dejaba perplejos. Marta y Daniel, mientras se dirigían a la cafetería, se unieron al grupo con expresiones de sorpresa y asombro.
—¿Qué está pasando allá? —preguntó Marta en voz baja, sorprendida por la escena—. ¿Sofía y Alejandro compartiendo almuerzo? ¡Esto es digno de una foto para el anuario!
Daniel se encogió de hombros, con una sonrisa incrédula en el rostro.
—Parece que Sofía le preparó un almuerzo. Por eso no quiso comer con nosotros. ¿Será que se gustan?
Los rumores se propagaron como un incendio forestal, alimentando conversaciones en toda la escuela. Algunos especulaban sobre si entre ellos había algo más que amistad, mientras que otros tejían historias sobre cómo se habían conocido y enamorado.
—¿Has escuchado lo que está sucediendo entre Alejandro y Sofía? —susurró una chica a su amiga—. Dicen que ella le preparó un almuerzo especial y le escribió una nota de amor.