Cicatrices Invisibles

Capítulo 10 - La Ira Del Adiós

La oscuridad de la noche envolvía la habitación de Sofía cuando sus ojos se abrieron de golpe, sacándola abruptamente de su sueño. Un nudo de dolor se formó en su garganta mientras la realidad se estrellaba contra ella como una marea furiosa. El vacío que dejaba la pérdida de Alejandro la golpeó con la fuerza de un vendaval, y no pudo evitar que el llanto desgarrador se escapara de sus labios.

—¡No puede ser verdad! ¡Regresa, por favor! —rogaba entre lágrimas, sus palabras resonaban en la quietud de la noche, buscando desesperadamente una respuesta que nunca llegaría.

Sus gritos de angustia rompían el silencio de la casa, sacudiendo los cimientos de la tranquilidad nocturna.

Alertados por los alaridos de su hija, los padres de Sofía se apresuraron a salir de su dormitorio y corrieron hacia la habitación de la joven, temiendo lo peor.

—Sofía, cariño, ¿Qué sucede? —preguntó su padre, con la voz cargada de preocupación, al ver a su hija sumida en un mar de lágrimas.

—Sofía, amor, por favor, háblanos —intervino su madre, acercándose a la cama y envolviéndola en un abrazo reconfortante.

Mientras tanto, en la habitación contigua, Laura, la hermana menor de Sofía, se hallaba despierta, con el corazón oprimido por el dolor que se colaba a través de las paredes. Tapándose con las sábanas, dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas, compartiendo el sufrimiento de su hermana en silencio.

—Por favor, que todo vuelva a la normalidad. Que Sofía esté bien —susurró entre sollozos, anhelando que el nuevo día trajera consigo un rayo de esperanza en medio de tanta desolación.

El silencio pesaba en la casa, interrumpido solo por los llantos ahogados y las palabras de consuelo que se entrecruzaban entre los miembros de la familia. La pérdida de Alejandro los había golpeado con una fuerza inimaginable, dejándolos desorientados y desamparados en la penumbra de aquella madrugada sombría.

Sofía se encontraba en un estado de profunda aflicción, como si estuviera atrapada en un remolino de dolor y tristeza que amenazaba con ahogarla. En su habitación, reinaba un silencio sepulcral, solo interrumpido por los lloriqueos ahogados que escapaban de su pecho. Cada rincón de aquel santuario oscuro estaba impregnado con la amarga melancolía que emanaba de su ser. No tenía ganas de salir, el apetito había abandonado su cuerpo, y su semblante estaba marcado por las huellas indelebles de las lágrimas derramadas sin cesar.

Con su teléfono móvil aferrado entre sus manos temblorosas, Sofía se sumergía en la red social donde Alejandro solía compartir sus vivencias. Cada publicación era como un torbellino que la arrastraba hacia la vorágine de la desolación. Leía con detenimiento cada palabra, cada relato desgarrador que revelaba el oscuro tormento que había plagado la vida de su amado. La cruda realidad descrita en esas publicaciones chocaba violentamente contra la imagen alegre y despreocupada que Sofía tenía de Alejandro en la escuela.

—¿Cómo pudo soportar todo esto y seguir adelante cada día? —murmuraba Sofía, mientras su dedo recorría la pantalla con un gesto de incredulidad y dolor.

La incapacidad de comprender cómo Alejandro había logrado ocultar tanto sufrimiento y por qué no había compartido sus angustias con ella la llenaba de un sentimiento abrumador de culpa, impotencia y soledad. Se torturaba con la idea de si podría haber intervenido de alguna manera, si podría haber evitado el trágico destino que había consumido a su amado.

Las lágrimas no cesaban mientras sus ojos recorrían las publicaciones en la pantalla de su teléfono. Cada revelación era como un golpe directo al corazón, que latía con dolor e impotencia ante la injusticia del destino.

Su habitación, que alguna vez fue su refugio, se había transformado en una prisión emocional, donde se sentía aislada del mundo exterior, que le parecía cada vez más distante e indiferente a su dolor. Se sumergía en una tormenta de emociones que la transportaba al pasado, donde aún podía vislumbrar a Alejandro vivo y feliz. Sofía se debatía entre el deseo de encontrar respuestas y el temor a enfrentar la verdad que yacía oculta detrás de aquellos recuerdos.

Fue entonces cuando una notificación en su teléfono la sacó bruscamente de su ensimismamiento. Era un anuncio del noticiero local, informando sobre una ceremonia de despedida para Alejandro. Una oportunidad para que sus amigos y conocidos le dieran el último adiós en persona, una oportunidad para Sofía de confrontar el dolor que la había consumido desde la partida de su amado.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Sofía cuando la idea de despedirse de Alejandro para siempre se apoderó de su mente. La sola idea de enfrentarse al ataúd que albergaba su cuerpo sin vida le resultaba abrumadora. No quería aceptar la cruda realidad de su partida definitiva. No estaba preparada para asumir que él se había ido para siempre. La noción de encarar la verdad la atemorizaba.

—No puedo… no puedo decirle adiós así —murmuró, con la voz entrecortada por la angustia que la invadía.

Un profundo pavor se apoderaba de ella al pensar en asistir a la ceremonia fúnebre. La sola idea de ver a Alejandro yaciendo en un féretro la estremecía hasta lo más profundo de su ser. ¿Cómo era posible que él ya no estuviera entre ellos? ¿Cómo podía aceptar que nunca más volvería a verlo, a escuchar su voz, a sentir su presencia reconfortante?

A pesar del dolor abrumador que la embargaba, una voz interior le susurraba que debía estar presente en aquel acto de despedida. Sentía la necesidad imperiosa de rendir homenaje al joven que había marcado su vida de manera indeleble. A pesar de las tormentas por las que atravesaba, Alejandro siempre había sido el faro que iluminaba su camino. Necesitaba verlo una última vez, aunque fuera en el silencio eterno de la muerte.

Entre la angustia y el miedo, Sofía se enfrentaba a una decisión desgarradora, ¿Dejar que el dolor la consumiera en la soledad de su habitación o tener el coraje de enfrentarse al último adiós?




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