—Sigue, mami. Cuéntame más de esa historia ¿El príncipe salva a la princesa?
Sonreí, viendo sus preciosos ojos rojos llenos de alegría, sus pestañas largas batirse con coquetería, sus mejillas sonrojadas acompañadas de ese hoyuelo precioso, justo como el de su padre.
La luz se filtraba por los grandes ventanales que tenía el departamento ubicado en una calle concurrida de la ciudad, la vista era encantadora y por eso había decidido comprarlo, para que pudiéramos vivir de forma cómoda, ya que tenía tres habitaciones cada uno con su baño privado, una sala de estar muy grande, en donde a veces correteábamos al jugar las escondidas, la cocina era mediana y me encantaba de esa forma, porque podíamos compartir más en nuestros momentos culinarios, simplemente era ideal para nosotras. Teníamos intimidad y una bella vista ¿Qué más podíamos pedir?
—Amor, sacas conclusiones muy precipitadas ¿Cómo salvara el príncipe a la princesa? Si no sabe en primer lugar que su princesa existe, y ella tampoco sabe que necesita a un príncipe. Solo has escuchado el “había una vez” y dices tales cosas — negué divertida.
Siempre me gustaba por las tardes contarles historias, desde los clásicos a unos inventados, se dice que incrementa la imaginación de los niños, y yo quería que esta pequeña niña fuera más inteligente de lo que ya era, merecía algo grande, más de lo que nosotros sus padres habíamos tenido.
—Pero las historias que me cuentas siempre son así.
—Hoy no, mi amor. He sentido latir con dificultad mi corazón. Es hora de una historia real ¿Has escuchado la historia de la gran reina?
— ¡Sí! Dicen que es preciosa ¿Tú la sabes? — asentí apartando un mechón de cabello de su delicado y bello rostro, bese su frente y mi corazón empezó a latir con más rapidez — ¡Cuéntamela mami! ¡Por favor!
La chispa de la curiosidad estaba instalada en sus pupilas.
—Está bien. Pero que sea nuestro secreto. Sabes que está prohibido hablar de ella ¿verdad? — Asintió con emoción, llevando su dedito a los labios rojos que estaban curvados en una sonrisa pícara, se acomodó en su asiento de almohadones, el viento hizo abrir las ventanas y el aire puro con ese olor particular a cereza invadió la habitación, sonreí al entender mientras los ruidos automovilísticos del trafico hacían su ruido habitual —. Muy bien, amor. Empezare por el principio, como cualquier historia digna de contar, como siempre ha sido merecida la leyenda de la gran reina, con detalles y grandes verdades.
— ¿Y tú como sabes todo eso, mami? — torció tu boquita logrando que un puchero se formara en su rostro.
Se metió una galleta de chocolate a su boca, eran sus favoritas y me encantaba cocinarle, no importándome que dejara sus vestidos sucios por limpiarse con ellos.
—Porque estuve cerca de ella, muy cerca, y lo viví como si fuera ella ¿Estas lista? — Asintió aplaudiendo con emoción—. Había una vez, hace muchos años, en una ciudad perdida de este mundo…