— Ha sido un placer para nuestra preparatoria formar a jóvenes tan capacitados como los que egresan hoy de nuestra casa. Recuerden — sus ojos miel repasaron las sillas en donde todos estábamos sentados —, que nada puede detenerlos, que poseen una capacidad mayor a lo que se imaginan y que sus fortalezas y debilidades los hacen únicos. ¡Si el mundo dice no puedes! Ustedes dirán…
— ¡Solo calla y observa! — gritamos con alegría y orgullo toda la promoción.
Esa era una frase que el director de la preparatoria siempre solía decirnos en sus discursos al inicio de clases de cada año, la cual tenía mucha razón y gracia, era única.
Sentí como lagrimas salían de mis ojos, estaba feliz ¡Lo había logrado!
Durante mi vida estudiantil, había sido un fiasco de estudiante, no sabía cómo el día de hoy me había podido graduar, no es que fuera cabeza hueca o algo por el estilo, sino que los exámenes a mí me ponían mal, nada más al ver la serie de preguntas, no que va mejor dicho el espacio en donde iba:
Nombre:
Clave:
Fecha:
¡Solo con ver eso, sentía mi corazón dejar de latir! Y todo lo que había estudiado se me olvidaba a pesar de que pasaba la noche en vela o incluso semanas repasando, siempre pasaba como gato panza arriba o por unos pelos de más en las notas, los profesores veían que ese era mi problema, porque en clases prestaba atención y respondía en los debates que se hacían en ciertas materias, entregaba con puntualidad mis tareas y todo, pero nada más al escuchar la palabra examen las piernas me temblaban y confundía las cosas, era un caso sin remedio.
Entonces para mi graduarme había sido una gran aventura, una muy satisfactoria llena de momentos bellos y preciosos, con sus altas y bajas como cualquier adolecente.
— ¡Lo logramos! — chillo Eryne mientras me abrazaba.
— ¡Pensé que jamás lo lograríamos! — le siguió Lilibeth.
Nos unimos en un abrazo, mientras pegábamos brinquitos.
Éramos un grupo único.
Eryne, era; alta, de cuerpo esbelto, cabello rubio, ojos verdes, piel blanca y un rostro aniñado de esos que invitan a pecar. Sus padres eran arquitectos y socios del mío, por lo cual mi padre le tenía suma confianza, a pesar de ser de las típicas barbies en apariencia era todo lo contrario, era inteligente, graciosa, un tanto ruda, cero simpática con el gremio masculino, muy madura cuando se lo proponía y tenía a veces cierta paranoia que la hacía insoportable por momentos, pero fuera de eso era de gran corazón.
Y Lilibeth, era Lilibeth, de estatura media al igual que la mía, ojos miel, piel blanca como la leche, cuerpo esbelto pero tenía más pechos que Eryne y yo, cabello castaño y rostro delicado, era muy guapa, inocente en ciertos aspectos, soñadora, inteligente, atrevida y graciosa. Su madre era diseñadora de interiores y su padre vendedor de bienes raíces, así fue como la conocí, mi padre le había comprado al suyo la casa en la playa.
Ella fue quien me consiguió el trabajo en el restaurante, su jefe era un viejo amigo de su padre y la había contratado para vacaciones, al pasar el tiempo le gusto y se fue integrando conforme los horarios de la preparatoria, era un gran sacrificio trabajar y estudiar al mismo tiempo, pero la independencia te hace dar pasos que poco a poco forjan tu vida.
Aunque nuestros padres no aprobaban que trabajáramos, porque teníamos de todo, y así mismo nos cumplían cualquier cosa que pidiéramos, pero la independencia y el pensar más allá de lo que a veces tienes, te hace tomar decisiones con las que otros no estarán conformes y debes aprender a escucharte a ti mismo sin importar el que.
Varios chicos y chicas nos abrazaron como muestra de despedida mientras nos deseaban lo mejor o incluso vernos en la universidad, no éramos populares como tampoco marginales, éramos un punto medio en la sociedad estudiantil, y eso estaba bien.
— ¿A caso ustedes no piensan despedirse de sus padres? — hablo Will, el padre de Irina, mientras se cruzaba de brazos, pero la sonrisa en su rostro demostraba que no estaba enfadado.
— Déjalos, Will. Mira que nada más se gradúan y se creen reinas del mundo — rio Dayen, la madre de Lilibeth, mientras acomodaba su sobrero, ella era muy excéntrica en su forma de vestir —. Son guapas, chicas. Pero no se crean tanto, que las damas somos nosotras — señalo a Helena la madre Eryne y después a sí misma.
Todos nos echamos a reír, y cada una fuimos con nuestros respectivos padres para abrazarlos, que de cierta manera gracias a nosotras se habían hecho cercanos.
— Bueno, nosotros como buenos padres que somos les hemos hecho reservación en un restaurante…