Cien días nos separan

Estrella 1: Corazón de Hielo

Lucas no podía creer que lo expulsaran de otro colegio más, para él, estaban exagerando. Le había roto la nariz, nada más y nada menos, que al sobrino de la directora. Quizás se lo merecía. Escucharle mencionar a su madre sacó de quicio al chico, y sacar de quicio a Lucas Vayne no era muy buena idea.

Su padre, el perfecto y muy correcto señor Alphonse Vayne, acababa de recogerlo en el colegio, furioso por tener que dejar de lado sus obligaciones para tener que ir una vez más a atender los pleitos de su hijo. El mayor de los Vayne, cabizbajo, no había dicho ni una sola palabra mientras la directora le decía lo desastroso que era Lucas y exageraba al contarle los detalles acerca de los problemas en los que el chico de cabello castaño claro se había involucrado recientemente.

     ― ¿Estás consciente de lo que acabas de hacer, Lucas? ―gruñó en cuanto puso en marcha su sedán plateado―. No me importa que tengas buenas notas, si no aprendes a comportarte como se debe, voy a enviarte a una escuela militar.

El chico cruzó los brazos sobre su pecho, con la mirada clavada en el paisaje que se desvanecía en la ventana abierta del coche. Resopló para sus adentros. Su padre no se atrevería a enviarlo a una escuela militar. No, no iba a asustarlo con amenazas absurdas.

     ―Escucha, te voy a dar una última oportunidad―prosiguió―, solo un colegio más y si vuelven a expulsarte, te prometo que irás a la escuela militar. Mientras vivas bajo mi techo vas a tener que vivir con mis reglas. ¿Me oyes? De nada te servirá que finjas que no me estás escuchando―advirtió con desdén, paseando la vista entre su hijo y la carretera, tocando el claxon como si el conductor del frente tuviera la culpa de todas sus desgracias.

Lucas no respondió, frustrado por la idea de que su padre realmente podía hacer lo que quisiera con él, mientras él fuera menor de edad.

A pesar de todo, el chico no era un buscapleitos, simplemente su carácter no era el mejor. No lo pensaba dos veces antes de abrir la boca o meterse en una pelea. ¿No es algo común de un adolescente meterse en problemas?

Para Alphonse, sin embargo, su hijo era casi como un castigo del universo; la comunicación entre ellos no era la mejor, o más bien era inexistente. Lo peor de todo era que cada vez que lo miraba, veía en sus ojos a Elise, la madre de Lucas, quien se había esfumado de su vida años atrás sin dejar rastro.  

 

 

Lucas

Era hora de enfrentar mi tercer colegio del año, luego de una Navidad terrible y un Año Nuevo en el que hubiera preferido estar en un ataúd, tres metros bajo tierra. Mi padre sí que sabía lucirse a la hora de hacerme la vida imposible.

Registré las pilas de papeles que descansaban en su escritorio desordenado, hasta descubrir el nombre de mi nuevo colegio: el Jules Watson High. Jamás había escuchado ese nombre antes, pero sonaba como uno de esos colegios católicos en los que las monjas dan las clases, al menos eso era lo que yo me imaginaba.

Por fortuna mi padre se creyó que tenía gripe y me dejó faltar el primer día de clases sin fastidiarme demasiado, pero al día siguiente tendría que empezar de cero en un nuevo colegio; y lo cierto es que no me preocupaba en absoluto. Ningún colegio podía contra mí, y este no sería la excepción. Cualquier persona que se atreviera a buscar problemas conmigo, los iba a tener.

Aunque, lo cierto es que las cosas en mi último colegio no habían sido tan malas como papá hacía que pareciera; eso sí, no sabía exactamente qué le había dicho la bruja de la directora acerca de mí, pero estaba seguro de que no había causado tantos problemas como ellos dos aseguraban.

Un poco de sangre en la cara del idiota de Trevor no era gran cosa. De todos modos, ¿a quién le importaba la cara de Trevor? Pude haberlo dejado mucho peor, pude haberlo desfigurado de por vida; si no lo hice fue porque me dio lástima. Hasta debería haberme agradecido por haber tenido piedad, porque realmente se merecía todos y cada uno de los golpes que le asesté. Él jamás debió hablar mal de mi madre, ni siquiera debería haberla mencionado con su asquerosa bocaza.

Estaba seguro de que ella se había marchado por alguna buena razón, no porque estuviera engañando a papá con otro hombre, como aseguraba ese bastardo. Él no sabía nada, y papá tampoco. Ni siquiera me dejó explicarle lo que había ocurrido en realidad. Si él supiera…Bueno, daba igual. ¿Cómo podría él entenderlo? ¿Qué sabía él?

Según mi perfecto padre, todo lo que se refería a mí, tenía que ver con mis hormonas locas de adolescente rebelde. Aparte, parecía como si nunca le hubiera importado realmente mamá. En el pasado, le cuestioné muchas veces el por qué ella nos había dejado y nunca se dignó a darme una explicación. ¿Por qué le importaría lo que ese imbécil de Trevor dijera acerca de ella, de todos modos?

 

 

――*――

El lunes doce de enero amaneció con un sol resplandeciente, mas no cálido. Era un frío invierno en la gran ciudad de Toronto, ubicada al sur de Ontario. Las calles estaban cubiertas de nieve, que apenas había caído esa misma mañana. Los estudiantes desempolvaban sus abrigos y los colegios preparaban sus sistemas de calefacción para recibirlos, luego de unas largas vacaciones navideñas.



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En el texto hay: juvenil, desamor, amor

Editado: 18.08.2022

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