Ciencia lovecraftiana

1

Aquella tarde, un grupo de tres chicas caminaba por el parque hablando de historias de romance puro, pero una de ellas solo permanecía en silencio por escuchar música en su teléfono celular.

Su nombre era Andra Villegas, una chica pelinegra con ojos rojos y tez morena, casi blanca. Medía 1,67 m y era muy amante de la lectura, sobretodo la ciencia ficción. Por más veces que sus dos amigas le intentaban "culturizar" en el romance, ella terminaba dormida en las primeras 20 palabras.

—Hey, Andra —dijo una chica rubia de ojos avellana, captando la atención de la mencionada.

— ¿Qué pasa? —desvío la vista de su lectura la azabache.

—Aún no entiendo algo —habló la tercera chica, de ojos color verde y pelo pintado con matices azules y morados —, ¿cómo rayos te gustan esos libros de ciencia ficción y no de romance?

—Lirio, Grecia, ya lo hablamos muchas veces —Andra rodó los ojos ante la insistencia de sus amigas —, el romance que ustedes leen se vive al máximo en mi casa.

— ¿Por eso prefieres a un lunático de los aliens? —cuestionó Lirio.

—Prefiero mis libros de ciencia ficción, a sufrir diabetes por romance.

—Eres una amargada, An —dijo Grecia frunciendo un poco el ceño.

—Aún me pregunto... ¿Cómo terminamos siendo amigas si mis gustos literarios son distintos a los suyos?

Lirio se quedó pensativa. Aquella chica rubia, ojos avellana y tez morena, tuvo que ser guiada en su caminata por Andra.

—Terminamos siendo amigas porque entramos al mismo club de la universidad —dijo Grecia en un suspiro.

—Vaya... Que pequeño es el mundo —comentó entre risas la azabache.

—Por favor, apúrense —reprochó ahora Grecia, una chica ojiverde con el pelo teñido en matices, tez blanca y estatura unos pocos centímetros más alta al promedio.

Las tres se dieron prisa, pero algo detuvo a Andra. Sentía como alguien, o algo, la sujetaba del hombro, impidiendo que avance.

El tiempo se detuvo alrededor de la azabache, pero su error más grande fue mirar tras ella. Un portal dimensional apareció de la nada y le arrastró hacia él, desapareciendo misteriosamente la ojirroja.




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