—Daño en las siete pasiones —dijo el anciano Li Wei con un tono de voz difícil de interpretar, luego de observar a Melina, la que con ayuda de Aron había llegado a la reunión usando el ya clásico portal de Pulgar. La chica tenía la mirada perdida, llevaba su cabello totalmente suelto y desordenado. No portaba la parte superior del uniforme de la cárcel, lo cual dejaba a la vista su contextura delgada, dándole una apariencia de fragilidad mayor a la de siempre, si era esto posible.
—¿Daño en las…? —preguntó Aron, mientras acomodaba a la chica en el suelo, sentada con la espalda apoyada en la litera inferior, donde normalmente dormía Pulgar, quién no se encontraba en la celda.
—Todas sus emociones internas dañadas por noticia de combate —aclaró Li Wei—. Por eso parálisis. —Aron entendió entonces que el anciano se refería a la causa del shock de Melina desde la antigua tradición médica Fengniana. La chica se abrazaba a sí misma, miraba al suelo con los ojos ausentes y se movía solamente cuando temblaba—. Necesito metal. Agujas. Para ayudar Melina —continuó el anciano Fengniano, quien hablaba un Nimbriano rústico. Li Wei Se sentó en el suelo, juntó las manos y luego de un segundo de reflexión volvió a hablar— ¡Joven Aron! ¡Use Fuego! ¡Mínimo nivel posible! ¡Barrera! —ordenó al chico de cabello castaño, el qué asintió con la cabeza y cerró los ojos.
—Melina. Confía en mí —susurró Aron con sonrisa leve, intentando que sus palabras llegasen a la chica. Acto seguido inhaló profundo, y al exhalar se envolvió junto a la chica en una casi invisible burbuja calórica. Una palma apuntaba hacia arriba y la otra hacia abajo, con los brazos a la altura superior del pecho. La chica dejó de temblar y su expresión facial se relajó, así sus ojos terminaron entrecerrados y sus brazos descansando sobre sus piernas
—Bien. Fuego sin destrucción cuesta más tiempo a joven Aron —dijo el anciano con un leve gesto de aprobación hacia el despliegue técnico de Qi de su discípulo—. Ahora necesitar agujas para tratar Melina… —continuó Li Wei con expresión pensativa y los brazos cruzados en la espalda. No pasaron muchos segundos antes de que se abriese un ya conocido portal en la pared de la celda, y los presentes observasen a un preocupado Pulgar entrar en esta.
—¡No están! ¡Señor Li! ¡Hermano Aron! ¡La señorita Lucía y el nuevo recluta no están en su celda! —Aron y su maestro miraron intrigados al niño de los portales, pero no alcanzaron a verbalizar sus cuestionamientos cuando el sonido de la llave en el candado de la puerta de la celda les hizo cambiar el foco de atención. Luego del abrir de los candados y el sonido de la cadena caer, se abrió lentamente la puerta, por la cual entró Lucía con una sonrisa triunfante y altanera, seguida de Wanqian con expresión curiosa.
—Sorpresa —dijo Lucía agrandando la sonrisa de triunfo, elevando el mentón, poniendo la cabeza en un ángulo de soberbia y dejando a Wanqian cerrar los candados tras de sí.
—¡Wooooh! —exclamó pulgar con su clásico tono cantado y expresión caricaturesca— ¡La llave! ¡Tiene la llave! ¿Intentará escapar otra vez? ¿Lucía? —añadió esta vez cambiando la expresión a un terror exagerado, dando saltitos en el lugar.
—¿Otra vez? —preguntó Wanqian, sorprendido, integrándose a la conversación. Aron salió de su concentración para reír en su forma jovial.
—¡Lucía! —dijo con tono cantado, dirigiendo su vista a la chica con una mirada que en lugar de desaprobación transmitía algo más similar a la condescendencia, mientras continuaba riendo de buena gana. Lucía sintió su rostro calentarse y se ofuscó por un par de segundos sin saber cómo responder. Entonces sacudió la cabeza y replicó reincorporándose.
—Sí. ¡Otra vez! Lamento si en mi primer intento causé un quiebre en tu enferma relación amorosa con Grant, el Viejo Loco de los experimentos y el resto de tus torturadores uniformados, chico bueno —esgrimió la chica apuntando con el dedo a Aaron—. Pero esta vez es diferente. Tengo las herramientas, como quizá te hayas dado cuenta —dijo haciendo rodar entre sus dedos la llave con la que acababa de entrar a la celda—. Y por último ¿Vas a dejar morir a tu princesa en apuros? —Miró entonces a Melina con una expresión de desprecio que superaba incluso los propios estándares de Lucía— ¡Esta vez podemos —y debemos— escapar todos! ¿Es qué no pueden aceptarlo?
Lo cierto era que desde hace un par de años el maltrato y la barbarie hacia los reclusos habían disminuido enormemente. Por un lado la asunción de Grant, que en su afán de hacer las cosas de forma correcta había traído cierto orden y transparencia al funcionamiento de la cárcel, el liderazgo conciliador y armónico de Aron de parte de los reclusos, fortalecido de gran manera por la doctrina Fengniana del “No Hacer” enseñada por el anciano Li Wei, mentor del joven prisionero y por ende de los demás internos, sumado finalmente a la curiosidad científica y amoral de Von Hagen, quien prefería magos vivos como sujetos de estudio antes que masacres innecesarias, terminaron por formar sin querer ni estipular abiertamente, una especie de pacto de convivencia entre las partes que cohabitaban la prisión de Valtoria. Aquella inédita convivencia había llevado a la dirección a ceder varios beneficios –otrora impensados— a los reclusos, desde una mejor alimentación e higiene, pasando por la casi ausencia de castigos innecesarios, hasta la opción de salir por horas de sus celdas, pasear por el patio de la prisión y respirar aire fresco.
Para mala fortuna de Aron y su grupo, la llegada de Lucía y su primer intento de fuga tuvieron como consecuencia el retorno del encierro permanente, un nuevo aumento en la vigilancia y el retorno de la hostilidad y resquemor por parte de los guardias. Aun así, la convivencia en la prisión de Valtoria se podía considerar amena en comparación a la época de la dirección anterior, o a otras prisiones para magos de Nova Orda, que actuaban casi únicamente como centros de abuso y tortura, reprimiendo de vez en cuando algún fallido intento de motín con una masacre en masa de la totalidad de magos encerrados, iniciando así un nuevo ciclo.
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Editado: 14.04.2024