—Estoy preocupado por tu hermano. Sobrina querida —dijo Gastón con expresión algo sombría. Melina se acomodó el sombrero de ala ancha y miró con curiosidad al hombre ante el inesperado comentario—. Por tu hermano y por ti —continuó— Es evidente que tu padre no ha sido lo suficientemente diligente en la educación de Camilo, su voluntad es débil, parece despreocupado por su rol en el acontecer a gran escala de la nación y no infunde respeto, es más, su nombre pasa —por mucho— más desapercibido de lo que debiese. Temo que estás acarreando el peso que a él le corresponde como sucesor de nuestro nombre, patrimonio e importancia en la esfera política, pero en algún momento tendrás que casarte y preocuparte por tu nueva familia. Y, entre la falta de carisma de Arturo y la nula iniciativa y hambre de tu hermano… —Miró al cielo levemente acongojado, dejando el comentario en el aire. Melina se mantuvo en silencio unos segundos, pensativa.
—Hm… Es cierto que mi hermano es… Distinto. Pero ¿Es distinto sinónimo de malo o peor querido tío? —Melina pasó rápidamente de la expresión reflexiva a una sonrisa llena de cariño y orgullo—. Me cuesta encontrar las palabras precisas para expresarlo, pero a veces siento que vivir simplemente para ser un buen heredero, de evento en evento haciéndose un nombre o aprendiendo a gestionar tierras es algo que a alguien como mi hermano se le hace… ¿Pequeño? ¿Monótono? —dijo la chica soltando una risita inocente, ensombreciendo por una milésima de segundo la mirada de su tío, que sin embargo rápidamente se acomodó y le devolvió una sonrisa comprensiva—. De cualquier manera, lo hablaré con él —añadió Melina condescendiente. La mirada de Gastón se volvió a descolocar, esta vez con algo similar a rabia por un milisegundo, pero nuevamente se compuso y levantó una mano como diciéndole a su sobrina que pierda cuidado.
—¡Pero a lo que vamos, querida! —exclamó el hombre cambiando por completo su expresión facial y el tono de la conversación— ¡Ahora verán esos militares anticuados cabezas de cañón como se dispara con clase! —dijo acercándose a la chica y dándole una palmada en la espalda, antes de darle la orden al caballo de acelerar el paso.
Se escuchó a leguas a ambos caballos relinchar uno tras el otro antes de emprender firme y elegante carrera.
Pocos minutos después, en los jardines de la mansión Ferranza, la pequeña Fernanda revoloteaba inocente bajo la mirada atenta de su madre y dos criadas. Cuando Camilo salió de la mansión, no pudo evitar pensarse él mismo junto a Melina hace ya algunos años. Se acercó a su pequeña hermana y la levantó en brazos generándole emoción al poder observar desde la altura el enorme terreno de verde.
—Madre. Me dirijo a alentar a Melina en su competencia —dijo el chico de la manera más casual posible, devolviendo a la pequeña al suelo y apresurándose a los establos.
—¿Vestido así? —preguntó María Isabel recorriendo con la mirada de pies a cabeza a su hijo, quién llevaba una capa impermeable cubriendo la mayor parte de su cuerpo.
—Lloverá pronto, madre —respondió Camilo indicando al cielo—. Así que aprovechen de disfrutar el jardín antes de que les alcancen las nubes —continuó, sonriendo.
—Pero… —María Isabel tenía no una sino varias cosas para acotar, sin embargo Camilo la cortó antes de que pudiese comenzar.
—Pero nada. Me veo muy bien con la capucha, Madre querida—dijo soltando una risa y apurándose a buscar un caballo— ¡Nos vemos! —Alcanzó a despedirse con un gesto de mano ya emprendido la marcha.
Habiéndose alejado lo suficiente del terreno Ferranza, bajó del caballo y se quitó rápidamente la manta, bajo la cual traía otra con las mismas medidas pero en un estado mucho menos elegante. Preparado para lo que pretendía hacer, Camilo había roto y mal cocido su manta y la ropa que le cubría, dándose a sí mismo una apariencia que no se pudiera asociar a la nobleza, guardando solamente una bolsa de monedas y un estoque en caso de que le tocase defenderse.
Así, le pidió amablemente a su caballo que le esperase y cuidase de su manta, para volver luego a su hogar sin llamar la atención de su familia. Si bien, lamentaba no ir a ver competir a su hermana, el torneo le había dado la oportunidad justo para bajar a la ciudad, y de cualquier forma, disfrutaba cada vez menos de la compañía de los altos cargos de Nova Orda, siéndole los menos cómodos los compañeros de Gastón en administración y servicio público, quienes se acumularían en el torneo de arquería. Camilo, qué ya había adquirido el tono bronceado de piel, y el castaño oscuro del cabello típicos Ferranza se desordenó el peinado —algo que disfrutaba hacer—, se cubrió con la capucha de la manta, y descendió camino a la zona urbana de Valtoria.
Lo primero que le sorprendió fue la fuerte presencia militar y policial. Aunque sabía de antemano el fuerte brazo armado que se había generado entre policías y militares como medida de sofocación y persecución de magos y los problemas que estos traían, —siendo la élite de ésta la famosa Unidad Militar de Seguridad Nacional AntiMagia, que con el tiempo popularmente se terminó conociendo simplemente como UMA— lo cierto era que ver a los uniformados custodiando edificios, y haciendo rondas grupales era muy distinto a leerlo o escucharlo de parte de terceros. Le chocó lo blindados que estaban los antiguos nobles —como era el caso de su familia— frente a esta realidad, que apenas empezaba a observar.
Si Camilo había bajado alguna vez a la zona administrativa de Valtoria había sido a muy temprana edad llevado por Gastón a modo de paseo, algo de lo que casi no tenía recuerdos, mucho menos había pisado las zonas más centrales donde se aglomeraba el grueso de los habitantes de clase trabajadora. Así que intentó, siguiendo el plano que había arrancado de algún libro viejo de su padre —esperando que aun fuese fiel a la realidad— pasar la manera más rápida y sutil posible por la Zona Administrativa, para así evitar un control de identidad o algo similar.
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Editado: 14.04.2024