Xiana caminó de prisa por las transitadas calles de la ciudad, los vehículos y las personas caminaban tan deprisa como ella; necesitaba con urgencia aquel trabajo, ya que no solo podía depender de su negocio familiar. No ahora que vendría un pequeñito. Aquella noche le había dejado un regalito y lo peor es que no sabía cómo encontrar al padre, si es que así se le podía llamar al hombre que había plantado la semilla.
—Buenos días, vengo a la entrevista de trabajo —le dijo a la recepcionista, quien la miró de pies a cabeza, sintiendo una pizca de envidia por la belleza natural de Xiana.
—Debe subir hasta el quinto piso y de ahí anunciarse con la asistente —dijo, con prisa y dejando de lado las ganas de jalar del cabello a la mujer. Subió hasta donde le había indicado.
—Te prometo que seré una madre responsable, te daré una buena vida. No vas a necesitar saber quién fue el donador —le habló a su bebé, que aún no se hacía notar.
Cuando se abrieron las puertas del elevador, corrió hasta donde estaba la secretaria del mero jefe.
—Hola, vengo por la entrevista de trabajo —volvió a informar. La muchacha le sonrió con amabilidad y eso hizo que Xiana se sintiera más aliviada; no tendría que lidiar con otra boba.
—Llega justo a tiempo, mis jefes están en la oficina. Déjame que la anuncie y regreso —dijo con coquetería la delgada mujer, mientras Xiana se acomodaba un poco la ropa y el cabello. Conseguiría aquel trabajo cueste lo que cueste.
—Puede pasar —habló la asistente del vicepresidente.
—Genial, muchas gracias —caminó con paso firme, queriendo reflejar profesionalismo y así lograr conseguir aquel trabajo.
—Buenos días, señorita Xiana Alves —habló el presidente de la compañía. Aquella voz. Aquella voz le resultaba familiar. Sus ojos se abrieron de par en par cuando vio al alto rubio.
—¿Tú? —dijeron a coro.
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Editado: 16.11.2024