Brad observaba junto a su familia el vídeo que su abuelo había dejado grabado antes de irse a un largo viaje con sus amigos veteranos del ejército. Gloria, la abuela, sonreía al ver las caras de preocupación de sus nueras; sabía muy bien que en aquella familia comenzaría una guerra. Pero para ella, el único merecedor de tomar el mando de la empresa familiar era Brad. Tomás, su otro nieto, era un verdadero perejil; nada se tomaba en serio y era tan interesado como su madre. Aún no comprendía qué había visto su hijo en ella.
—¿Por qué papá tomaría una decisión así? —preguntó con total desconfianza Dan, el padre de Brad.
—Porque quiere y puede. No busquen el pelo en el huevo. Cumplan con lo que mi marido exigió y luego hablaremos. —Se puso de pie y se fue directo a su jardín, dejando a todos sin saber qué hacer.
—Yo debo irme; el abuelo nos dejó a cargo de sus reuniones. —dijo Brad mientras se ponía de pie y miraba a su primo. —Tom, vamos. Nuestra primera reunión comienza en veinte minutos. —El joven miró a Brad y, con total descaro, le respondió:
—Adelántate, yo iré unos minutos más tarde. —Aquello no sorprendió al rubio, por lo que se despidió de sus padres y salió con prisa hacia la empresa familiar.
•••
Mientras tanto, del otro lado del país, tres hermanas trabajaban como todos los días desde la pérdida de sus padres. Habían heredado una bonita pastelería, la cual tenía éxito. Lilen, la hermana mayor, era quien creaba todas las delicias que se vendían. Xiana, la hermana del medio, llevaba las finanzas y era la encargada de las remodelaciones que solían hacerle a su negocio. Bianca, la hermana menor, se dedicaba a terminar sus estudios y atender el local en sus tiempos libres. Las tres habían formado un buen equipo de trabajo, con cinco empleados más que estaban conformes con todo lo que las mujeres les brindaban.
—Deberías descargarte una de esas aplicaciones para citas. —le mencionaba la más pequeña a su hermana mayor mientras observaban a Xiana discutir con un proveedor.
—¿Y eso de qué serviría? —le preguntó Lilen mientras buscaba en el buscador posibles citas para su hermana.
—Ahí será más fácil encontrar un candidato para aquella gruñona. —La hermana mayor sonrió al recordar a la anciana que vivía en su barrio y que, por obra de arte, les conseguía parejas a todos los que solicitaban su ayuda.
—¿Y si vamos a casa de la señora Delgado? —le dijo la castaña a su hermana mayor, que, al escuchar aquel nombre, se emocionó.
—Sería una excelente idea; además, ¿quién dice que también te consigue un marido a ti? —Le dio un suave golpe con su codo y le guiñó un ojo. —Eres la mayor, debes dar el ejemplo. Pretendes que Xiana encuentre una pareja, mientras tú estás más sola que un hongo. —le dijo sin pelos en la lengua.
—Bian, no te golpeo por el simple hecho de que tenemos muchos testigos alrededor. —le respondió con los dientes apretados. —Yo estoy esperando a Felipe; él regresará este año y ahí nos casaremos, como lo prometió. —La ilusión brotaba de los poros de la mujer, mientras su hermana ponía los ojos en blanco ante lo ciega que estaba su hermana.
—Sigue creyendo en los Reyes Magos, querida; no solo se casará Xiana, también lo haré yo, y tú estarás toda arrugada esperando al fin a nadie de Felipe. —Volvió a decir una total verdad, pero la mayor no quería escuchar, así que cambió de tema mientras se ponía de pie.
—Vamos, ya despega tu trasero de la silla; iremos con la señora Delgado y no vamos a regresar hasta tener una cita para nuestra hermana. —Las dos caminaron hasta donde estaba la hermosa mujer e interrumpieron la acalorada discusión que tenía con el proveedor.
—Regresamos en dos horas, quedas a cargo. —le informaron sin detener su andar; sabían que si se detenían, Xiana no las dejaría salir.
—No me dejen sola, regresen. —les gritó, pero ninguna se volvió a mirarla.
—¿Entonces qué hago, bajo los productos o me los llevo? —Aquel hombre no sabía que estaba jugando con las bolas del león.
—Yo no pedí esa mercadería; si la descargas, no pagaré. Pero esto no se queda así; voy a llamar a su jefe y veremos si ahí también es un gallito. —Se giró y caminó hasta el mostrador para estar pendiente de todo, mientras seguía trabajando y reclamaba lo que acababa de suceder.
—Necesito calmarme y no descargar mi rabia con personas ajenas a mis líos. —murmuraba mientras escribía una lista de productos faltantes. Quizás, si escuchaba a sus hermanas y llevaba adelante aquella idea de una cita a ciegas, ayudaría a salir de la rutina y de aquel estado de constante culpabilidad por lo ocurrido con su ex prometido.
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Editado: 16.11.2024