—¿Qué habitación nos dieron? —dijo Xiana en los brazos de Brad. Habían pasado por la ciudad, fueron a una discoteca, a un McDonald’s y a una cabina para fotografías instantáneas.
—Habitación 666. —dijo Brad mientras caminaba por el largo pasillo.
—Debimos ir a mi departamento; no sé por qué insistes en un hotel. —le reclamó el empresario.
—Ahí está nuestra habitación. —dijo totalmente ebria, mientras señalaba la puerta de color blanco con el número dorado.
—No iré a tu departamento y que luego me saques de ahí como si fuese un perro callejero. —Brad abrió la puerta e ingresaron. La bajó suavemente y la observó.
—No podría hacer eso. —acarició su mejilla sin dejar de observarla. Él también se encontraba con unas copas de más, pero no tanto como Xiana.
—Eso dices ahora. —logró decir, antes de que Brad se fuese sobre sus labios y le diera rienda suelta a todo lo que había deseado hacer desde el primer segundo que salieron de ese restaurante.
Sin vergüenza y guiados por toda esa bebida que recorría sus sistemas, se entregaron al deseo como si sus cuerpos se conocieran de toda la vida.
Cayeron rendidos uno junto al otro, sus cuerpos sudados revelando el descontrol que vivieron entre esas sábanas. Brad la abrazó y así fue como se dejaron llevar por el sueño.
(***)
El sonido de un móvil resonaba en aquella habitación. Brad, aún con los ojos cerrados, buscaba sobre la mesita de noche. Sabía que aquel sonido provenía de su teléfono. Con sumo esfuerzo, abrió los ojos sintiendo una punzada en su cabeza, se sentó sobre la cama y tomó la llamada de inmediato al ver que en la pantalla se reflejaba la fotografía de su madre.
—¿Qué sucede, madre? —le dijo con su voz ronca, mientras buscaba su ropa. Miró sobre su hombro y encontró a la hermosa mujer.
—Hijo, ¿dónde fuiste anoche? Roma estuvo esperando por ti en el restaurante. —frunció el entrecejo; él estaba con Roma.
—Pero si Roma está junto a mí en este momento. —le dijo algo confundido.
—Cariño, acabo de colgar con ella. Estoy cien por ciento segura de dos cosas: me estás mintiendo o has pasado la noche con una mujer equivocada. —Brad se puso de pie de inmediato y cortó la llamada. Miró a la mujer que dormía plácidamente; ahora entendía por qué aquella mujer no coincidía con lo poco que recordaba de Roma.
Bajó con prisa las escaleras; necesitaba su billetera y no sabía dónde había caído la noche anterior. Buscó y buscó hasta que, de pronto, sintió un golpe en su cabeza.
—¿Quién eres y qué haces aquí? —le preguntó Xiana.
—¿Pero qué carajos haces? Estás loca. —le gritó.
—¿Qué me hiciste? ¿Por qué estoy así? —preguntaba mientras lo señalaba con un florero. Brad supo que debía mantener la calma y así lograría salir ileso.
—Escucha, anoche bebimos demasiado y creo que es por eso que nos dejamos llevar. También creo que nos confundimos de cita. —hablaba con calma, intentando que ella se tranquilizara.
—Tú eres Bart, la cita que mis estúpidas hermanas organizaron. —le dijo, cuando comenzó a recordar todo lo que había sucedido.
—Yo no soy Bart, soy Brad, y seguramente tú no eres Roma. —Xiana elevó una de sus cejas mientras sujetaba con fuerza la sábana y elevaba su mentón.
—No soy Roma, soy Xiana. —Brad grabó aquel nombre en su mente; por alguna razón, no se arrepentía de lo sucedido. Pero no podía seguir en contacto con ella; estaba seguro de que no era de su clase.
—Si deseas, podemos dejar todo esto en el olvido. —propuso el empresario.
—Me parece una buena idea, ya que ni siquiera es mi tipo; rubio y desabrido. Además, se le nota de aquí a la luna lo egocéntrico. —Xiana intentaba desencantarse.
—Ni tú el mío; eres una mujer corriente y sin gracia. —retrucó para no ser menos que ella.
Los dos se cambiaron y tomaron sus pertenencias. Salieron de la habitación y luego del hotel.
—¡Hasta nunca! —gritaron al mismo tiempo. Se miraron con desprecio y se marcharon en diferentes direcciones, deseando jamás volver a verse y seguir con sus vidas tal como venían. Brad lograría tener el mando de la empresa y Xiana seguiría con el pequeño negocio familiar que sus padres les heredaron.
(***)
Tres meses después:
Xiana presionaba el botón del sanitario por décima vez en el día. Estaba segura de que algo la había intoxicado; tendría que ir al hospital para que un doctor la revisara. No era amante de esos lugares, pero nada le estaba calmando su malestar.
—Hermana, iremos de inmediato al consultorio del doctor Emir. —le dijo su hermana mayor mientras tomaba sus bolsos.
—Está bien, no me negaré; me siento como la peste. —su rostro lucía pálido y hasta estaba más delgada; era hora de que un especialista le hiciera algunos estudios.
—Entonces vamos, yo conduzco. Bianca, quedas a cargo. —le gritó Lilen antes de salir del local.
Cuando las hermanas llegaron al consultorio del doctor, solo bastó esperar unos 30 minutos para que llamaran a Xiana.
—Buenos días, señoritas. —saludó con amabilidad.
—Buenos días, doctor. —saludaron las hermanas. Él doctor comenzó a hacerle algunas preguntas mientras anotaba todas las respuestas que ella misma le daba. Él, el apuesto doctor, sonrió y la miró.
—Muy bien, le voy a recomendar que se haga una prueba de embarazo. Aquí mismo se la puedo facilitar. —Xiana se ahogó con su propia saliva e intentó controlar sus náuseas.
—¿Prueba de embarazo? —preguntó después de salir de su estado de shock.
—Todo lo que usted dice son síntomas de embarazo; además, su periodo no bajó desde hace tres meses. —le extendió la prueba de embarazo y la tomó Lilen, ya que Xiana no lo hacía.
—En esa puerta está el baño; las dejaré solas por un momento. Debo ir a buscar mi almuerzo. —se puso de pie y salió, dejando a las hermanas solas.
—Xiana, debes hacerlo. Si estás embarazada, debes tener ciertos cuidados que quizás hoy no estás teniendo. —la mujer tomó una buena cantidad de aire y tomó la cajita de color rosa, caminó hasta el baño y de inmediato se hizo aquella prueba. Cerró los ojos, sintiendo un miedo de los mil demonios.
—No seas cobarde, Xiana; abre tus ojos y enfrenta las consecuencias de tus actos. —Se daba ánimos mientras abría lentamente los ojos. Se giró y quedó sin habla ante aquel resultado; dos lágrimas bajaron por sus mejillas y, en ese instante, ingresó su hermana.
—¿Qué sucede? —le preguntó con impaciencia. Xiana señaló en dirección a la prueba.
—Dos rayitas. —su voz salió pendiendo de un hilo. Su mente rebobinó tres meses atrás y no era necesario hacer preguntas sobre quién era el padre de aquel bebé, porque el único hombre con el que había intimado era con ese patán de la cita.
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Editado: 16.11.2024