Ciudad OnÍria

LA VELA NUNCA DEBIÓ DESHACERSE

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Por fin estaba en casa. Aquello no había sido para tanto, pero la gente de mi alrededor era demasiado intensa. Elliot había permanecido en silencio todo el trayecto, a decir verdad, poco había hablado desde aquella peculiar conversación, cuando salió a tomar aire y tardó horas en volver, con lo que habría tomado el aire de todo Stevenson Ranch. Bromeé sobre ello a su llegado, pero obviamente, Ell no estaba para bromas. Tras dejarme en casa, se marchó.

Mi madre y Larry pasaron el día conmigo, vigilando como si no hubiera demostrado todos estos años que sabía cuidar-me sola, sobre las ocho de la noche volvieron a Ventura.

Tras despedirme con la mano, no había terminado de cerrar la puerta cuando Price frenó aquello con uno de sus pies, quedé quieta y sorprendida. Esperaba no tener que lidiar con él durante un tiempo, pero me equivoqué:

—¿Qué haces aquí?.

—Estaba esperando a que se fueran.

—¿Qué haces aquí?.—vuelvo a repetir.

—Después de la discusión no pude quedar tranquilo.

—¿Has bebido?.—sí, había estado bebiendo, para variar.

—Un poco, pero esa no es la cuestión.

—¿Qué quieres?.

—¿Puedo pasar?.

—Claramente no.

—Está bien.—se rasca la nuca.—¿Vamos a algún lado para hablar tranquilos?.

—Price, estamos solos.

—No estás muy receptiva, por lo que veo.

—Contigo se me agotó todo.

—Ya veo. Mejor me voy… no sé que cojones hago rogando a una estúpida nerd.

—Ahora soy un nerd, ya veo.

—No tengo necesidad de ello.

—Exactamente.—cierro la puerta en la cara furiosa.

Price como siempre volvía a convertirse en el mismo gilipollas que desgraciadamente conocía. Cabreada miré a escondidas por la ventana esperando que se largara, pero con un regalito de esta nerd. No dejaba de observarlo sisear por el camino embaldosado hasta la reja, moví ligeramente la cabeza hacia un lado mientras y cayó de bruces contra el suelo, aguanté una risotada y volví a esconderme cuando trató de levantarse mirando hacia la ventana, como si supiera que estaba ahí:

—Brujita, sé que estás ahí. He bebido pero no tanto como crees… descerebrada.

Me asomo a la ventana y le premio con un dedo corazón estirado. Esperaba que aquello le sirviera para entender mi mensaje. No quería verlo en mucho tiempo.

 

Al día siguiente vuelvo al trabajo. Estaba jugando con fuego con tantas excusas de ausencias inútiles, y no podía permitirme el lujo de perder mi empleo.

Sirvo cafés, limpio, ordeno… y vuelta a empezar, más de lo mismo, más de lo de todos los días. Ell me honra con su presencia. Se sienta en la barra con los brazos cruzados, y con los ánimos visiblemente por los suelos. Los ojos hinchados, juraría que había estado llorando. Aquello me preocupa, Elliot no era chico de lágrimas:

—¿Qué ocurre?.—le cuesta mantener la mirada.

—Ash.—abro los ojos al máximo temiéndome una mala noticia.

—¿Qué pasa con Ash?.

—Se casa.—abro la boca de forma instintiva, como si fuera un emoji.

Pongo mis manos en la boca, tratando de parecer normal, pero aquello no era normal. Ashley Price, casán-dose… era horrible, más bien increíble. Ell me observa con una tristeza sobrecogedora. No sé que decir:

—Me llamó anoche. Vendrá en los próximos días para la fiesta de compromiso.

—¿Quién es el desafortunado?.

—Un tío holandés llamado Yani Beekhof. Estudian juntos. Previene de una familia de pasta, a la altura de una Price.

—Lo siento Ell.—le agarro la mano.

—¡Hostia puta!.—brama.

Golpea fuerte en el mostrador y se levanta, haciendo que toda la clientela lo mire. Trato de tranquilizarlo, pero no surte efecto. Se rasca la cabeza molesto y avergonza-do:

—¿En serio Gené? ¿Yo no estoy a la altura de una Price?.

—Tú eres mucho para cualquier mujer. Te lo digo yo que te conozco mejor que nadie.—suspira y vuelve a tomar asiento.

—¿Cual es el problema entonces?.

—El problema es que nunca le has dicho nada.

—Quería que se fijara en mí como hombre. ¡Joder! Nena, he estado ahí siempre, pero solo me veía como el amigo con quien llorar o pasar sus ratos libres. Soy el único de todo este puto pueblo que no quería solamente acostarse con ella.

—Y ¿quien tiene la culpa de eso?.

—Ya da lo mismo.

—Díselo.

—No lo haré. Creo que por más que me guste Ash, no es lo que busco en una mujer.

—Entonces ¿qué es lo que te molesta?.

—No lo sé.—comienza a reír y yo me siento perdida. Sin argumentos.—Quizás me pase como a ti con Price.

—¿Qué?.

—Quieres pero no, porque sabes que no es lo que necesitas.

—Tu lógica no es tan mala…respecto a ti.—especifico.

—Ya, claro. Te va a pedir ser su dama de honor.

—No jodas!.

—En Europa. En una de esas típicas casonas de Holanda tan grandes en medio del campo. Con cuadras y caballos, y todas esas cosas tan banales que tanto les gusta a la gente como los Price.

—Te siento bastante resentido.

—En realidad no me sorprende, la perdimos para siempre. Ash quería darte una sorpresa.

—Ya veo.—arrugo la frente.—Ell, hace tiempo que la perdimos.

—Perdona por joderla. Sabrás disimular, se te da bien.—no sabía si tomarlo como un cumplido, pero solaba bastante irónico.

Le serví un tutti frutti para que se entretuviera sorbiendo y dejara de decir incoherencias. No veía a Ashley casado, sentando cabeza, en una granja, en medio del campo, con molinos y tulipanes como paisaje rural al abrir las ventanas, aunque era impredecible. Elliot daba vueltas al batido con la pajita mientras reía para sí mismo, creo que aun trataba de asimilarlo. Continué con mis menesteres sin perderlo de vista, sabía que me iba a necesitar de una u otra forma.



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En el texto hay: amor, magia, ángeles

Editado: 09.01.2022

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