Ciudades de cristal

Primera nevada.

Alicia, sentada en compañía de otras señoritas a las que podría mencionar como amigas, apilaba naipes en la acostumbrada mesa redonda del salón contiguo a su alcoba. Comenzaba a aburrirse, inclusive de su propio juego; consistía en agitar con ambas manos varias monedas, para después depositar con fuerza sobre una superficie firme, esperando que la mayor cantidad de monedas cayeran del mismo lado.

Despreocupada esperaba que la nieve comenzara a caer. No necesitaba ser constante, parándose junto a la ventana para observar descender con delicadeza los copos de nieve, nada iba a ser diferente. Las conversaciones o la invitación que constantemente le extendían sus amigas para dar un corto recorrido por los jardines. Si consideraba pasar los límites del centro educativo, corría el riesgo de perder los sentidos y la rutina volvería a comenzar.

Previo a salir de la habitación, se volvería para observar al adulto que constantemente la acompañaba, aun sostenía en el rostro esa melancólica expresión. Si podía, evitaba observarlo.

-Anhelo el estar en casa, junto mis padres –murmuraría, sin obtener respuesta.

Constantemente el anhelo la acompañaba, recordando lo poco que podía, observándose frágil y blanca como la porcelana. Comenzaría a llorar y se colocaría en cuclillas, sin miedo a ser presenciada, sus amigas continuarían caminando, sin reparar en su presencia.

Las próximas horas tocaría el piano sin ser escuchada, leería sin ser interrumpida, pero lloraría acompañada, y sin ser consolada. Adriel continuaba con su expresión melancolía en el rostro, que la observaba a una distancia prudente sin interrumpir su llanto, que desbordaba por no poder plasmar en su memoria el rostro de sus progenitores, y como consecuencia, las lágrimas se depositaban silenciosas, sobre la fuente.

Antes de marcharse, negaría en repetidas ocasiones con la cabeza y dejaría a su pupila, sola. Como acostumbraba.

-Anhelo escuchar un villancico.

-Anhelas constantemente, pero no funciona.

Estaba a horas de la reunión que organizaba el centro educativo, donde jóvenes y señoritas convivían, previo a marcharse a sus respectivos hogares para celebrar las fiestas. Ella estaba cada vez más pálida, y eso no evito que siguiera, sin ser sigilosa a Theodoro, que paseaba con una rama, desesperado por aparentar ser un niño aun. En otro tiempo, lo puedo apreciar de lejos, razón por la que no podía ser escuchada.

No se le permitía observar el árbol decorado, no estaba en su itinerario, así como tampoco bajar previo a la merienda. El reloj daría las once de la noche y sin prisa depositaria los naipes sobre la mesa, Adriel la imitaría, caminando en su compañía hasta el amplio salón donde se reunían varios jóvenes. Silenciosa, y sin levantar la mirada, extendería la mano hacia la del adulto, siendo el único contacto más cercano que tenía, y aun así, era melancólico. Su tacto le resultaba glacial.

El piano formaría parte importante de la velada; los jóvenes bailarían a su ritmo, así como otros cantaban en grupos o a duetos a su alrededor. Alicia permanecería indiferente gran parte del tiempo, se decidiría en algún momento, aun si sentía cada vez más casada, a bailar. No le suplicaría a su compañía que la escoltara hasta el centro, de igual manera nadie reparaba en su presencia.

No fue necesario siquiera pedirlo, él gustoso, sin cambiar de expresión, la acompañaría.

No lejos de ahí, bailaba Theodoro en compañía de Juliette. La señorita hablaba falsedades cuando Alicia se encontraba ausente, lo cual sucedía constantemente. Volvería como de costumbre el llanto, y las lágrimas que derramaba le helaban el rostro, finalmente, buscando consuelo, buscaría el rostro de Adriel, entre lágrimas se preguntaría porque su rostro sostenía esa expresión, así como la razón del porque estaba maquillado como bufón.

No correría hasta su alcoba, pero al llegar, como el sueño no la lograba dominar, y las lágrimas se le detendrían, volver a bajar, o más bien se lo comenzó a imaginar. Las doce de la noche, estaban ahora ya muy lejos, y Theodoro esperaba temeroso que le volvieran a hablar de la guerra en casa. Alicia lo sabía, lo sabía desde hace mucho tiempo, lo sabía desde antes los primeros meses de diciembre, cuando bajo un balcón, de noche para que no los descubrieran despiertos a altas horas de la noche, le prometía volar un comenta juntos, cuando la primavera hiciera acto de presencia.

La cometa debería ser de color azul, no verde, rojo o algún otro color. Debía ser azul, el color favorito de ambos.

Hace mucho de esa conversación, y Alicia temía, como le sucedía con otros, olvidar el rostro de su amado, y ello, ahora, sin ser su intención, sin temerle a las advertencias de Adriel, se sentaría junto a Theodoro, obligando a su memoria a imaginarse todo el escenario, este no reparaba en su presencia, no lejos de ahí, Juliette conversaba con sus amigas, orgullosa de la velada en compañía del joven Theodoro.

-Juro que mi intención no fue la de ausentarme, juro que no me escondía de ti, sino de una enfermedad de la que no tenía control, y juro que repito todas y cada una de nuestras conversaciones pasadas, como penitencia a lo que comencé, por ti, a sentir.

Theodoro alzaría la mirada, y la observaría sin mirarla. Después se levantaría, silencioso y con lágrimas en los ojos, mucho menos dramáticas que las de ella, pero imitando la expresión del rostro de Adriel. Las fuerzas se le agotaban, y no podía forzarse a imaginar lo que no existía. La ilusión había acabado.



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En el texto hay: romance, segundaguerramundial, niñez

Editado: 13.12.2023

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