Tratando de reprimir el temblor que se había apoderado de sus manos, Satsu Ren se sentó junto a su amigo. Aquella vestimenta negra que él usaba lo hacía ver más amenazante de lo que en realidad era, mas no lograba ocultar su esencia real y su evidente lucha interna.
—Sabes lo que pasó en el templo Jedi. —El muchacho asintió.
—Lo sé muy bien.
—Y estás esperando algo más antes de decirme la verdad.
—Sí. —Kylo Ren asintió de nuevo.
Mientras se sometía al escrutinio del muchacho, Satsu Ren deshizo el intrincado peinado que uno de los droides médicos elaboró para que su largo cabello no fuera un inconveniente cuando estuvo hospitalizada. Kylo Ren la miraba, entre fascinado y curioso.
—¿Es posible?
—¿Qué cosa?
—Lo que dijo el líder supremo Snoke.
La joven cerró los ojos y dejó que sus manos se movieran de manera automática entre los largos mechones del color de la obsidiana. Suspirando, quitó las diminutas horquillas y las acumuló sobre una pequeña mesa de noche.
—¿De verdad quieres que lo diga?
—Satsu... sólo hazlo.
Usando los dedos, Satsu Ren desenredó su cabello mientras Kylo Ren no le quitaba la vista de encima. Se tomó un buen rato para eso, abusando un poco de la paciencia del muchacho, que comenzaba a inquietarse.
—Oye... sé que somos jóvenes, pero no puedo esperar tanto para saber lo que te pasa. —Satsu Ren abrió los ojos y lo miró.
—Podría decírtelo de una forma que te complaciera.
—¿Qué tal si lo admites ya? Me estás matando.
Satsu Ren se levantó de la cama y dio un par de pasos hasta quedar frente a Kylo Ren. Luego lo tomó de la mano y le sostuvo la mirada con determinación.
—Creo que nuestras vidas están a punto de ser destruidas de todas formas. Yo verdaderamente... profundamente... te amo —Kylo Ren se estremeció al oír aquella frase—. Y antes de morir, quiero que lo sepas.
Aterrado por aquella reminiscencia, él bajó la vista. —Padmé... —Ella asintió. —Ahora sabes lo que se siente ser Anakin Skywalker. ¿Estás contento? Yo...
Satsu Ren no tuvo tiempo de terminar la frase antes de que a Kylo Ren se le ocurriera tomarla por la cintura y besarla toscamente, no sólo por haber escuchado algo agradable, sino para evitar que viera sus lágrimas de emoción. Ella sabía muy bien cómo tocar sus fibras sensibles, y aquella frase fue el preámbulo para, en la sobriedad, revivir el preciso punto de inflexión donde las cosas cambiaron por completo.
No podía dormir después de haber hecho tal cosa sin sentir un ápice de culpa. Le parecía liberador, relajante y una completa delicia. Satsu Ren, después de varios minutos de insomnio y de ver dormir a su acompañante nocturno, se levantó sigilosamente de la cama que compartía con Kylo Ren y salió de la habitación para recorrer la Base Starkiller con tranquilidad.
A través del amplio ventanal, las brillantes estrellas de un sistema distante le recordaban los destellos azules originados en las lámparas de aceite del templo Jedi, trayendo a su memoria la imagen del lugar en medio de las inexplicables llamas que lo destruyeron por completo. Con ese recuerdo, no pudo evitar lamentarse mientras daba media vuelta y caminaba hacia el lugar donde enfrentó a Snoke por primera vez. Allí, casi en medio de la nada, vio la jaula en la que Taliara y un puñado de aprendices de Jedi yacían, como un cruel botín de guerra.
—¿Valió la pena, Keikata? —La joven rubia, aun despierta, cortó el silencio con su voz, obligando a Satsu Ren a mirarla.
—Tali...
—¿Valió la pena dejar de lado la defensa del camino de la verdad para beneficiarte?
—Yo...
—Acabaste con la perfección de tu carácter. Tu valor impetuoso se exacerbó. Abandonaste la etiqueta Jedi. El espíritu de esfuerzo se acabó.
Aunque Satsu Ren no quisiera admitirlo, Taliara tenía razón. Dejó todo a un lado por un impulso que, al ser analizado más concienzudamente, se habría convertido, en cualquier caso, en un problema imposible de ocultar.
—Todo esto es tu culpa, Keikata. —Asterre, otro de los aprendices, se acercó al borde de la jaula e increpó a su antigua compañera de entrenamiento.
—Ni siquiera puedo mirarte a la cara. Tan decepcionante... —Yaqriq, otro miembro del grupo de rehenes, se unió al escarnio. Setrinka, una más de las aprendices, pronunció unas cuantas palabras en su idioma natal y se cruzó de brazos.