Capítulo XIÍ: Familia
Salimos de la ciudad de Guanajuato, suelto un suspiro porque no esperaba que el viaje terminara de esta forma y es que llevamos 10 minutos y ya quiero aventarme por la ventana del copiloto. El ambiente que nos rodea es tenso y siento que no puedo decir nada porque si no este hombre va explotar, en serio no quiero estar aquí.
Y la cosa se pone peor cuando prendo el radio, pero Ernesto de inmediato lo apaga soltando un gruñido. En ningún momento me voltea a ver por lo que resignada tomo mi bolsa y de ahí saco mi teléfono y mis audífonos.
Pero mi tranquilidad no dura mucho porque recibo una llamada que no me esperaba.
–Hola – contesto de inmediato.
–Hola Andrea– la voz de Ben invade mis oídos. – ¿A qué hora llegas?
–Pues... de Salamanca me voy a Valle, ya sabes es puente. – contesto con aburrimiento.
–cierto, lo había olvidado– dice con un deje triste– Me llamas cuando llegues a tu casa y ten lindo puente.
–Gracias Ben.
Al momento en que digo el nombre de Ben siento la mirada de Ernesto sobre mí, pero decido no darle el gusto de voltear a verlo.
– ¿paso algo? suenas triste– un nudo se forma en mi garganta y los ojos se me llenan de lágrimas pero no pienso llorar eso sí que no.
–No, es solo que estoy cansada– contesto – Nos vemos el lunes y traten de no quemar la casa.
–con cuidado.
Cuelgo el teléfono y retomo mi tarea de escuchar el álbum de Taylor Swift, bajo el volumen de la música y apoyo mi cabeza sobre la ventana, no tarde mucho en quedarme dormida.
Entre abro mis ojos cuando siento un movimiento suave en mi hombro, obviamente es Ernesto.
– ¿quieres algo? – me pregunta con voz suave, demasiado extraño porque no me había dirigido la palabra desde la mañana.
Abro completamente mis ojos y veo que estamos estacionados en una tienda de autoservicios.
–No, gracias– respondo con voz nutra.
– ¿agua, café, algún jugo? – vuelve a preguntar pero yo niego con la cabeza.
–estoy bien. – él no me responde y baja del auto con cierto deje de aflicción.
Estaré bien cuando llegue a mi casa.
Ernesto regresa con una botella de agua y un café en mano, se sube al auto, abrocha su cinturón y retomamos nuestro viaje.
– ¿Dónde quieres que te deje en Salamanca? – me pregunta después de diez minutos en total silencio.
–En la entrada.
– ¿por qué en la entrada?
–porque ahí está la central de autobuses.
–pues te dejo ahí.
–Como gustes– respondo finalizando la conversación.
El camino se me hace interminable y suelto un suspiro de alivio cuando veo la desviación hacia Salamanca, la siguiente media hora me la paso pensando en las cosas que hare llegando a casa y lo más importante es que veré a mi mama después de un mes.
Llegar a la central de Salamanca es sencillo, solo tienes que pasar la glorieta, un pequeño retorno y ya, no tiene menor chiste, pero claro le voy dando indicaciones a Ernesto porque nunca ha ido a la central de Salamanca.
Los dos nos bajamos al mismo tiempo. Ernesto se encarga de bajar mi maleta de la cajuela mientras yo me limito a observarlo y es cuando llega el momento que no quería que llegara: la despedida, estoy entre irme sin hablarme o tratar de obtener una explicación ante su comportamiento.
–Bonito fin de semana– le deseo tomando la manija de maleta, esto es muy incómodo.
–Perdón– dice repentinamente antes de darme la vuelta, lo miro incomoda y trato de no soltarle una palabrota. –me comporte como un tonto.
–Yo diría estúpido e infantil– suelto sin pensarlo dos veces.
–Agreguemos eso a la lista. –dice con una pequeña sonrisa. –Descargue mi enojo contigo y no lo merecías, escucha Andy tengo otros asuntos en la mente y justo uno se complicó cuando termino la primera conferencia. Sé que planeamos quedarnos a comer pero esta complicación la tengo que resolver cuanto antes, discúlpame si mi comportamiento te ofendió y lo siento.
–Y-yo pensé tú te habías enojado….
– ¿enojado por el chico que hablaba contigo? – Me interrumpe con cierta burla en su voz– es normal que conozcas gente y quieras hacer amigos, lamento haberte hecho pensar que eran celos.
–entonces ¿Cuál es el problema por el que reaccionaste así? – pregunte con curiosidad.
–Prefiero contártelo cuando lo resuelva– dice cortante– Ve o no alcanzaras camión.
–Doctor Marín, usted me confunde más que contabilidad.
Ernesto comienza a reírse mientras se acerca a mí, en estos momentos no lo pienso mucho porque cuando el hombre frente a mi acorta la distancia entre nuestros labios decido seguirle el beso, aunque dentro de mi seguía aquella sensación agridulce.
–Te veo el martes– susurra contra mis labios.
–Nos vemos– me alejo de él, tomo mis cosas y me dirijo hacia la entrada de la central.
El trayecto en camión dura veinte minutos y durante ese tiempo le doy vueltas y vueltas a mi conversación con Ernesto. Una parte de mi sabe que no está bien lo que hizo además su excusa fue muy tonta, tanto pensar me provoco dolor de cabeza pero lo bueno es que ya estaba en casa.
Mi mamá piensa que voy a llegar a las 5:00 pm pero apenas son las 2:00 así que justo llego a la hora de la comida. Abro la puerta de la casa y de inmediato me siento aliviada y tranquila.
Dejo mis cosas en la entrada y me voy directamente a la cocina donde está mi abuela y mi mamá.
– ¿Me extrañaron? – pregunto asustándolas porque el chisme estaba tan bueno que no hicieron caso cuando llegue.
– ¡Mi niña! – exclama mi mamá, sus ojos brillan de emoción y me abraza fuertemente. –te esperábamos más tarde.
–Sí, quería sorprenderlas. – me voy a donde está sentada mi abuela y antes de saludarnos ya estamos alegando sobre tonterías.
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Editado: 30.12.2020