Llegué a mi casa y mi madre estaba preparando el almuerzo, jamás confió en las empleadas. Agarré mi celular y subí a mi habitación a cambiarme, me senté en mi cama y a mi izquierda, en la mesa de luz había una foto de Ian y yo abrazados, pasé mis manos por mi rostro y grité tirando un par de hojas que tenía sobre la mesita. Volví agarrar mi celular y me tiré de espaldas a mi cama, me puse a ver mis redes y tenía un nuevo seguidor, Dalila, nunca le pedí su número, que estúpido. Sonrío como un imbécil al recordarla esta mañana, luego una sensación de angustia me revuelve el estómago no, es una debilidad Valentín, no seas estúpido.
Caminaba de un lado a otro sin parar, refregando mis manos preocupado, posé mis manos en el barandal del balcón y sonreí tenso, el viento y un par de gotas me hicieron tranquilizar y volví a sentarme en la punta de la cama con un leve tic en la pierna. No quería cerrar los ojos, porque recordaba cada minuto de la última vez que vi a Ian, la última vez que sonrió, no, estos ataques no podrían estarme pasando, no cuando todo va bien.
—Hijo, ¡Valentín! Hace horas te estoy llamando, ¿Estás bien?— preguntó mi madre entrando en mi habitación sin permiso, le largué una mirada asesina.
—Sí, perdón mamá, estaba pensando.—le dije sacando unos libros de la mochila.
—Te tengo noticias, hoy fui a la casa de los Pols con uno de mis abogados, me insistieron en que reciba tu mochila porque me dijeron que no aceptan caridad, ¡Malagradecidos! de todas formas tu abuelo es dueño de ese lugar, asique les propuse comprarles la propiedad incluido el diario de Green City.— sonrió victoriosa apoyándose en el balcón sacando un cigarrillo.
—Increíble mamá y ¿Quien escribirá el diario?— le pregunté cruzando mis brazos.
—Hijo yo pienso en todo, en el almuerzo, cuando llegué tu padre hablaremos.—sonrió
Punto para mí, un estúpido menos.
Pensé en decirle a mi madre de Dalila pero sé que algo esconde, nadie es adecuado para estar conmigo excepto Ian, mi fiel amigo.
—Estuve pensando y veo que tienes un gran potencial, se te da bien lo de los trabajos Valentín-— me dijo mi madre volteándose a mi chocando con mis calculadores ojos verdes. —Vendrá tu abuelo en estos días debes alejarte de los problemas y afianzar la confianza que tienes con él, Constantina vendrá con él. — imposible, mi hermana está en la escuela, jamás faltaría.
— ¿Constantina?— pregunté curioso juntando las cejas.
—Así es, llegamos a un acuerdo y ella volverá a la escuela aquí, alégrate. — me respondió golpeando mi hombro emocionada.
— ¿Pero cómo?— pregunté desorbitado, ella no podía volver, no cuando estaba comenzando a armar mi imperio.
—Es la luz de los ojos de tu abuelo, él pagó unas donaciones a la escuela y la aceptaron otra vez. — demonios, mi abuelo metiendo sus garras, cuando no.
— ¿Y la abuela?— pregunté fingiendo desinterés.
—Está conteniendo a mi hermana de que no compre el diario. — largó una carcajada sobria. — Le falta ambición, es una patética. — dijo tirando el cigarrillo en el balcón.
—Señora Matilde, su marido Paulo, acaba de llegar, la mesa está servida. — dijo la sirviente interrumpiendo en mi habitación.
—Y tu falta de educación acaba de salir. — le respondí sarcástico, era una chica de aproximadamente veinte años, hace tres años trabaja para nosotros y es sumisa, demasiado rara, está reemplazando a Teresa la ama de casa que se fue con mi abuelo, por lo menos esa tenía un poco más de clase.
Mi mamá sonrió y me dio un beso en la mejilla.
—Te espero abajo. — sus tacones resonaban en toda la habitación y mi cabeza daba incontables vueltas, me cambié con mi estúpido equipo blanco de golf, mi padre había estando intentado en estos últimos años que sea un buen golfista, no por el juego, sino porque podría intervenir en negocios jugando.
Baje las escaleras y mi padre estaba sentado en la punta de la mesa, del otro lado mi madre y yo en el medio, era una posición que se mantiene desde años, en la punta de la derecha mi madre y en la izquierda con el semblante firme mi padre.
—Cuando terminemos de almorzar iremos a jugar golf, espero que por fin se te dé la oportunidad. — sonrió irónicamente, típico de mi padre.
—Quizás y debido a mi rendimiento no tuve un buen mentor. —le dije mirándolo a los ojos, iguales que los míos.
—No comiencen a discutir. —dijo mi madre levantando la voz. —Valentín tu padre y yo pensamos en que sería lo correcto que hoy fuéramos a cenar a casa de los Berlusconi, hace poco regresaron de su viaje y tu padre mantuvo contacto con ellos y no hay problema que no se pueda solucionar.— sonrió mostrando sus perfectos dientes blancos.
Oh mierda.
—Con una chequera no hay nunca imposibles mamá. — dije agarrando el vaso de agua confiado.
—Hijo, los hijos de Berlusconi siempre te cayeron bien. —dijo mi padre comiendo ensalada, como si no importara.
—Papá, Berla, Miriam, Angelina me agradan y sé que les agrada un poquito, pero Samuel es otra cosa, era mellizo de él y tú lo sabes, él jamás me perdonará lo que le pasó a su hermano. — afirmé golpeando la mesa.
—Tienes que agradarle, porque volverán a la escuela y tiene que ganar su confianza, empieza con Angelina y mandaré a Constantina con Samuel, no será difícil. — demonios, por eso vuelve Constantina.
—Angelina no es el problema, a esa se le suelta la lengua, ¿Qué quieres que averigüe? —pregunté mirando a los dos extremos de la mesa, juntando mis manos.
—Enamórala, las personas desembuchan todo cuando están enamoradas. — dijo fríamente mi padre limpiándose con una servilleta, mi madre asintió pícaramente.
Mi cabeza pensaba en una cosa, Dalila una y otra vez.
— Está bien, Iré solo al club a practicar, me adelantaré papá.
Me despedí de ambos y me metí en el auto, Pablo me sonrió, como un estúpido esperando que lo salude, ¿Qué le pasa al servicio que esta tan amable? Él ni siquiera se enfadó cuando lo mire despectivamente de arriba abajo. Mire por la ventana de camino al club, hace años no lo veía, que iba hacer ahora que Samuel volvería a la escuela, debía preocuparse por embobar a Angelina, no era difícil, ella siempre estuvo enamorada de mi, pero Ian siempre detenía todo lo que pudiera pasar, me dijo que me mataría si salía con su hermana. Llegué al club, me bajé del auto, mostré mi membrecía y me dieron el estuche que contenía el palo y las pelotas. Me coloqué bien lejos, para que nadie observara mi fracaso, intenté veinte veces y ninguna entraba. Sentí unas risas atrás mío, una voz familiar, Dalila. Mi corazón dio unas vueltas.
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Editado: 09.07.2021