Como muchas personas, yo creo en el amor. Siempre he creído que existe una conexión especial entre dos criaturas que las lleva incluso a cometer los actos más disparatados posibles. Pero a decir verdad, yo no creo en un pequeño ángel regordete que dispara flechas sin pensar en las consecuencias de envenenar a quienes podían haber seguido sus vidas tranquilamente y sin contemplaciones para encadenarlos quizá para siempre.
Yo soy Gabrielle, nadie que esté fuera de lo normal, y tampoco alguien muy experimentada en el amor. No he recibido aún mi primer beso, ni siquiera he sentido el “romanticismo” con otra persona, y el único chico con el que he tenido antes una conexión especial vivía miles de kilómetros de distancia; gracias, maldito internet. Soy una chica cualquiera, no soy muy alta, tengo largo cabello cobrizo rizado y ojos grises con matices verdes, así me han descrito antes. Voy al instituto, no me gusta mucho salir y tengo pocos amigos, por lo que en resumen… generación Y, ¿No es así?
Sin embargo, mi aburrida y monótona vida cambia cuando descubro la utilidad de cierto objeto misterioso que conseguí en una venta de garaje. “La Caja de Cupido” es, como su nombre indica, una pequeña caja musical con forma de corazón. No tiene nada demasiado interesante, únicamente es evidente que es vieja, las letras escritas sobre ella ya están casi borradas. No me pareció que en ese momento hubiera nada en particular. La anciana que me la vendió aseguraba que no sólo fue una reliquia familiar, sino que todos aquellos que la utilizaron encontraron al amor de su vida, y tuvieron una historia de amor feliz y emocionante. Tengo que creerle, aunque su esposo se dedique a regar las plantas y cortar el césped tres veces por semana y nada más.
Qué ilusa fui.