No tengo pensado aburrirte con información innecesaria de mis actividades diarias, así que solo escribiré para ti aquello que signifique algo, todo lo que nos guio a este apocalipsis. El primer paso que nos condujo a eso, fue el miércoles de esa misma semana, cuando llegué a clases.
En cuanto a alumnos nunca fuimos un grupo grande, —tan solo nueve personas— entre hombres, mujeres y alguien que al principio no estuve muy seguro de si era humano o alienígena. Esa persona se quedará en mi memoria para siempre. En ese tiempo llevaba un corte de cabello flat top que hacía lucir sus rasgos faciales ligeramente bruscos, como los de un hombre en pubertad, pero sin una pizca de vello facial; sus cejas, delgadas y arqueadas como las de una mujer delicada y linda, daba a su cara tal asimetría que lucía increíble. Nunca usó ni una gota de maquillaje. Su voz era ladina juvenil, lo que me confundía aún más, si era un poco menor que yo y aún no le cambiaba la voz, tenía sentido.
Tal vez te preguntes por qué hablo con tanto detalle de esa persona. Bueno, más adelante lo sabrás.
Recuerdo haber mirado a quien ese mismo día empecé a llamar «Ali» —de alienígena— como idiota por mucho tiempo, ya que me saludó a la distancia. Y yo, como soy una máquina de cortesía, devolví el saludo. Ali me guiñó un ojo y después se giró hacia su amiga, que estaba de pie a su lado en la parte de atrás del salón recargada sobre la puerta, y empezaron a reírse. La chica con la que estaba tenía el cabello de color rosa fucsia y grandes ojos amarillos de caricatura japonesa.
Me di la media vuelta de frente al piano, nervioso. ¡Es que nadie ahí era normal! Ninguno era como mis compañeros de secundaria, aburridos y monótonos. Primero tú, un hombre de ojos grises. Luego, Ali, una criatura que tal vez se reproducía por mitosis, y para rematar una chica pelirrosa-oji-amarilla. ¿Qué seguía? ¿Qué me encontrara a alguien sexy en un bus y esta historia tuviera continuación? Me sentí en una novela de Wattpad. Todavía espero mi Watty.
No te ofendas, pero estuve tan distraído esa clase que solo aprendí una cosa: Ali se llamaba en realidad Francis, lo que no resolvió mi duda en ese momento. Al encontrarme tan distraído y ausente, varias veces me preguntaste si me encontraba bien. No me atreví a contarte nada, estaba cohibido. Aceptar que la situación se repitiera me tenía aterrado, no por el hecho de ser… lo que soy, sino por no saber cómo enfrentarme a esto. Te dije que no tenía ganas de cantar y me dejaste solo hacer solfeo.
Al terminar la clase me pediste quedarme un momento. Debíamos hablar. Asentí sin saber cómo debía oponerme, luego tomaste tus cosas, dijiste que irías a la dirección por unos minutos y regresarías para hablar. Tomé asiento frente en el banquillo frente al piano, mirando sin interés las teclas desnudas solo para mí.
«Mami, mira lo que puedo hacer.» Escuché mi propia voz retumbar en la habitación. Infantil, pura y ladina. Giré apenas la cabeza para mirar las teclas.
«Cariño, has mejorado mucho. Estoy orgullosa.» La hermosa voz de mi madre también vino a mí, tan cálida y llena de amor como siempre.
En medio del silencio, la melodía que ella me enseñó comenzó a sonar a bajo volumen, en una caricia nostálgica. Cerré los ojos disfrutando del recuerdo, de la sensación de saber que esa canción era nuestra… solo nuestra. Abrí los ojos y, con suavidad, deslicé los dedos sobre las teclas. Mi madre me enseñó a tocar el piano cuando era pequeño, pero dejé de hacerlo luego de su desaparición ya que mi padre —como una forma de lidiar con el dolor—, se deshizo de nuestro piano y me prohibió volver a tocarlo.
No estoy molesto con él por hacerlo. Aunque dolía alejarme de la música tan abruptamente, dolía mucho más hacerlo sin ella. Al menos hasta ahora, casi cinco años después. Ahora que lo pienso, antes de eso me gustaba cantar en todas partes, ser partícipe de festivales y de todo lo que me pusiera bajo los reflectores. Incluso llegué a participar en algunos de sus conciertos. Tras su desaparición mi padre llegó a preguntarme miles de veces sobre ese día porque yo estaba con ella, pero juro por mi vida que no lo sé. Solo recuerdo su voz diciéndome que no me asustara que todo estaría bien y después… solo tengo dolores de cabeza.
Abrí los ojos y me di cuenta de que no solo estaba tocando, también cantaba nuestro tema favorito: Hallelujah. Me conquistó desde el primer día en que lo oí. Si algún día llego a casarme, me gustaría sellar nuestro amor interpretando esta canción.
—Wow, eres muy bueno.
Oí tu voz acercándose a mí. Te acercaste a paso tranquilo hasta sentarte a mi lado sobre el banquillo, sin embargo yo decidí no detenerme y seguir tocando. Estaba dominado por la nostalgia, la paz y el amor sincero que ella me entregó sin condiciones de tal manera que te permití acercar tus manos con delicadeza a las teclas, entrelazándolas con las mías para tocar juntos.
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Editado: 28.11.2019