No tuve fuerzas para responder con palabras, así que tan solo me limité a asentir. Mi cara enrojecida brilló como el culo de Jaimico; sé que no lo puedo asegurar, pero así lo sentí. Agaché la cabeza, mis labios temblaban y pensé que iba a soltarme a llorar ahí mismo, eso si no me desmayaba primero. Sin embargo tú, comprensivo y tierno, te acercaste a mí, me colocaste una mano en el hombro y me abrazaste con delicadeza.
—No te aflijas por esto —dijiste tan comprensivo y delicado que yo no pude resistirme, correspondí tu abrazo. Algunas lágrimas consiguieron escapar—. ¿Es la primera vez que te gusta alguien de tu mismo sexo? —preguntaste.
No quise contarte mi experiencia anterior, esa historia demasiado privada para contarla, cual secreto impuro al que está ligada mi alma, así que tan solo asentí. No deseaba —ni deseo ahora— contarte ese evento, fue traumático para mí y me obligó a enfrentar una realidad a la que no estaba preparado. Todavía ahora me estoy levantando de ella.
—Bueno lo primero que debes saber, es que no es malo —murmuraste cerca de mi oído. Me estremecí en tus brazos—. A veces la gente puede llegar a ser muy cruel con todas estas cosas porque son diferentes; nos da miedo todo aquello que va en contra de nuestras enseñanzas, pero eso no siempre significa que esté mal. Si alguien de tu mismo sexo te gusta, no es razón para asustarte o juzgarte, es tan normal como decir que prefieres comer verduras y no carne, o que te gusta más el verde que el azul. —Te separaste para mirarme a los ojos y, con la suavidad de tus manos, limpiaste las lágrimas que corrían por mis mejillas—. Yo entiendo lo que estás pasando, Stephen, mejor que muchos otros. Si necesitas un amigo para hablar, estoy aquí para ti.
—E-entonces —titubeé al responder—, ¿no te molesta lo que siento? Es decir, tú eres…
—Stephen —interrumpiste—, no eres el único alumno mío que dice sentir atracción por mí. No es por sonar engreído pero sé que tengo mis encantos y esto no es nada nuevo. Necesitas calmarte y no sofocarte con algo tan trivial…
—¡Esto no es nada trivial! —me exasperé alejándome de tu cuerpo. Detesté esas palabras desde el primer momento en que las oí salir de la boca de mi padre y en ese momento, pronunciadas por ti, fueron mucho peores—. Eres hombre, Christian, no debería sentirme así por ti. Pff… es que no entiendes.
—¿Qué es lo que no entiendo? ¿Que estás confundido al descubrir que la razón por la que siempre te has sentido aislado de todos, como si fueras una pieza sobrante de un rompecabezas, es porque eres gay? Claro que lo entiendo. Ya estuve en tus zapatos, Stephen. Entiendo más de lo que crees.
Al escucharte decir eso alcé la cabeza de forma brusca. Me sonreíste de nuevo con esa encantadora amabilidad, mas en esta ocasión me fue imposible devolver el gesto. En ese momento pensé que había entendido mal, que mis oídos o mi comprensión me traicionaron, pero entre más lo medité tus palabras cobraban ese mismo rumbo. Tú me entendías porque eres igual que yo. Igual que yo. Comencé a sonrojarme, de modo que me di la media vuelta para que no lo notaras. Aun así lo hiciste, te escuché reír. Un aire de alivio se apiadó de mí. Sonreí fuera de tu vista.
—Y si te sirve de algo, eso no evitará que sea tu amigo, pequeño Stephen.
¿Amigo? ¿Pequeño Stephen? Antes de que pudiera meditar esas tres palabras el sonido de la llamada que recibió mi teléfono fomentó que me relajara un poco, desvió mi atención. Era papá, así que contesté dando algunos pasos para salir del salón, la recepción era muy mala estando adentro. La voz animada de mi padre me hizo sonreír incluso antes de saber las noticias.
Mi graduación de la secundaria estaba a tan solo tres meses de distancia, la planeación estaba en pleno auge para celebrarse en julio, dos semanas después de mi cumpleaños número quince. Como regalo para mí por ambas cosas, mi padre habló con el director para que yo cantara en la graduación. Al principio —según dijo papá—, el director no estaba convencido, pero luego de mucha insistencia, me mandó a llamar la mañana siguiente; quería hacer una prueba, si mi voz le gustaba aceptaría la petición de mi padre.
Estuve meditando en silencio qué debía hacer mientras papá me relataba la historia, indeciso de aceptar o no. Giré el cuerpo para ver hacia ti. Pensé en solicitar tu consejo, pero entonces me di cuenta de que estabas tocando el piano en el aire, sin emitir sonido para no interrumpir mi llamada. ¿Podría invitarte a mi graduación? Dijiste que podíamos ser amigos, tal vez sería una buena idea, incluso podrías ayudarme a ensayar para que todo saliera perfecto. Me sentí emocionado y acepté apenas papá me preguntó por teléfono si estaba de acuerdo.
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Editado: 28.11.2019