El estrés es una de las razones más comunes para la enuresis en adultos. Los cambios a los que estaba enfrentándome —como la charla que me esperaba con la directora y después contigo, la próxima cirugía, la mudanza…— eran lo bastante estresantes como para tener ese efecto en mí, o eso me dijo la tía Emma para tratar de animarme. Me obligué a creerle.
Llegué a la escuela sin ganas de entrar a clases, mas como siempre me sacudí esos pensamientos, me senté frente al piano y atendí uno a uno a mis alumnos como si nada estuviese pasando, no importaba cuantos deseos nacieran en mi interior de largarme para no volver jamás. Apenas finalizó la lección, me dirigí al despacho de la directora para contarle cómo había avanzado la situación con mi madre. Adriana, dulce y comprensiva me dijo lo mucho que lamentaba mi partida, pero que me apoyaría.
Adriana me pidió que no dijera nada hasta encontrar un reemplazo, no quería más habladurías en los pasillos de la escuela. Acepté de inmediato, aunque luego de salir de su oficina empecé a preguntarme si eso había sido una especie de advertencia. En ese momento no estuve seguro, ahora pienso que sí.
Cuando llegó la hora de darle clase a tu grupo, tenía sentimientos encontrados. Una parte de mí estaba ansiosa por verte de nuevo, la otra parte estaba asustada de saber si seguirías enfadado conmigo y cómo debía tocar el tema. Antes de que pudiera meditar mis palabras o futuras acciones ante ti, entraste al salón caminando con tal fuerza que me sorprende que no hubieses quebrado el piso.
Me intimidaste e involuntariamente me encogí buscando protegerme. Yo era más grande y fuerte que tú, pero cuando alguien está en ese estado de ira puede hacer cosas inimaginables. Por un segundo pensé que levantarías el piano sobre ti y procederías a arrancarme la cabeza.
—Stephen, lamento lo que dije —comenté con la voz más gentil que tenía, aunque también sonó temblorosa—. No quería que tú…
—Necesito que me ayude a practicar esto para la apertura de la graduación —interrumpiste estirando una hoja de papel hacia mí, tu voz fue firme y distante. Confundido la sujeté, observando con más atención. Alcé las cejas al ver de cuál se trataba. Cada día conseguías sorprenderme más, Stephen.
—¿Y quieres cantar esto para una apertura? —te pregunté. Era una canción muy difícil de interpretar que requería de una excelente condición física y amplio conocimiento en técnica vocal.
—Voy a callarle la boca a un imbécil —añadiste muy fuerte y autoritario—. Estoy harto de ser noble y que la gente piense que eso le da derecho a pasar por encima de mí. Ya tengo mucho en la cabeza como para seguir soportando insultos verbales.
Ese brillo en tus ojos llenos de determinación, seguridad y fuerte orgullo jamás lo había visto. Me sorprendió sobremanera, puedo decir que incluso me asustó un poco. Ese lado de tu personalidad contrastaba demasiado con lo que yo conocía de ti hasta el momento. Aunque ahora, después de leer tus impresiones sobre esta historia, supongo que siempre estuvo ahí.
—M-me parece bien que te defiendas —señalé con un ligero titubeo mientras comenzaba a juguetear con la hoja impresa que me habías entregado—. Y te ayudaré con gusto, es más, ¿qué te parece si empezamos justo al terminar la clase? —añadí de inmediato con voz amigable—. Y si quieres después te invito a comer. ¿Qué dices?
—No somos pareja, ¿por qué saldría a comer con usted? —Una daga en el pecho me habría dolido menos que esa respuesta.
—Stephen no me hables así, somos amigos.
—¿Lo somos? Porque al parecer para usted si una persona invita a otra a un evento que le resulta importante, o son pareja o no son nada. ¡Los amigos se apoyan sin que eso deba significar algo más, no importa si hay sentimientos de por medio! Yo lo haría por ti si la situación fuera al revés.
—Tienes razón, pequeño —respondí previo a dejar la hoja de papel sobre el piano y ponerme de pie para avanzar hasta ti. Extendí los brazos y te envolví con ellos en un fuerte abrazo. Sentí cómo hundiste tu cabeza en mi pecho—. No quise hacerte daño. ¿Puedes perdonarme? —añadí, luego me atreví a besar tu frente.
—No quiero pero lo haré —dijiste haciendo voz de niño en plena rabieta, lo que me pareció sumamente tierno—. Me gustas demasiado aunque seas un idiota.
Escucharte decir eso le dio un vuelco a mi corazón que escondí en silencio. Te separaste de mi cuerpo con una amplia sonrisa que correspondí, luego te colocaste frente al piano antes de recordarme que aún no habías cantado para mostrarme el avance en corregir los errores que te comenté en la primera clase, así que querías hacerlo ese día. Acepté de inmediato.
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Editado: 28.11.2019