Uno se da cuenta de cuando las cosas están por terminar. Lo sientes en el fondo del pecho, en el estómago. Aunque no es imposible que un final te tome por sorpresa, este yo lo vi venir desde antes; y no, no solo hablo de ti y de mí, sino de cuando salí de la escuela de música y la forma en que lo hice. Sentirlo me dio el valor de tomar una decisión.
¿Sabes? Ahora que lo pienso, no sé qué diablos esperaba de esa situación. Todo fue tan apresurado y abrupto que, ahora pienso, estaba condenado al fracaso. Desde que te confesara que me atraías en tan pocos días cuando no era más que eso, una simple atracción física —sin importar el shock que eso trajo en mí ante la revelación de mi sexualidad—, hasta haber corrido a ponerme en las manos de Adriana para que me ayudara a conseguir la beca.
Cuando volví a entrar al salón, y con el trascurso de los minutos, llamó mi atención que ni Francis ni Brenda se habían presentado a clases, mas estaba tan atrapado en mi jaula emocional que le resté importancia. Luego de que cada uno cantara frente al piano, nos diste tus observaciones y terminó la clase.
Me sentía ansioso de salir de ahí lo más rápido posible. De repente me sentía agotado, parecía tener años sumergido en esa serie de problemas, tratando de aceptar y al mismo tiempo de ocultar lo que soy y lo que siento de todo el mundo por miedo a su reacción. ¡Y apenas había pasado un mes!
Sé que fui grosero al limitarme a tomar la mochila y salir del salón de clases sin darte una verdadera despedida, como las de siempre, sin embargo necesitaba huir de ahí. Mi refugio se estaba derrumbando también. Lo odiaba. Odiaba el mundo entero. Llegué a casa sintiéndome un amargado de lo peor, me tiré en mi cama y cubrí mi cabeza con la almohada. Me dormí no sé en qué momento. Si no volvía a despertar, hubiese estado bien para mí.
Me despertó la voz de papá llamándome desde la puerta. Estaba asomando la mitad del cuerpo para respetar mi espacio personal. Da un poco de pena decírtelo, pero grité de emoción al verlo. Me levanté de la cama y corrí a sus brazos cual niño pequeño. No puedo creer la falta que me hizo. Mi papá y mi mamá —esté donde esté— son lo que más amo.
—No vuelvas a irte así —le pedí. Me envolvió en sus brazos antes de besar mi frente.
—No lo haré, pequeño —respondió.
En voz baja lo escuché pronunciar una palabra que solo utiliza cuando siente que la enfermedad es más fuerte que él. Temí lo que ocurriría a continuación, sin embargo volvió a besarme. Entendí que todo iba a estar bien. Se quedaría a mi lado. No tenía que soportar a Juan ni una noche más.
Te sonará exagerado —de nuevo—, pero fue la mejor cena que habíamos tenido en años. Papá cocinó para mí hamburguesas gourmet con papas a la francesa —son fritas como las de McDonald’s, pero siendo acompañante de algo gourmet, “a la francesa” suena más fino—. Fue exquisito. Reconozco que es una habilidad que me fascinaría haber heredado de él, pero al parecer la escondió de mí en sus genes con recelo. Si te confunde esa frase no te preocupes, a mí también. Solo quería sonar cool.
Al terminar la cena fui a asearme para irme a dormir y, quizá en un intento de auto protegerme de lo que estaba ocurriendo, tuve un lapso en el que mis emociones se apagaron. Permanecí de forma neutral hasta que me fui a la habitación. Supongo que, todo en mí estaba tan agotado que esa fue la manera en que mi cerebro le dio a mi interior un descanso.
Durante ese lapso en el que me gobernó más el raciocinio que mis sentimientos, me abordó una pregunta que me hizo replantearme todas esas semanas. Tú dijiste que, desde tu perspectiva el fin llegó el día que me trajiste a casa y viste a Juan sentado en la acera, y no. El fin empezó esa noche, con esa pregunta.
—¿De verdad te enamoraste de Christian en tan pocas semanas? —me cuestioné mirando a la nada—. No lo sé.
La respuesta me congeló, porque si mis sentimientos por ti fuesen los que creí, no la habría pensado de forma intuitiva. Creo que ambos sabemos lo que un «no sé si estoy enamorado» significa en una relación. Tú y yo no teníamos una relación romántica a pesar de lo que llegamos a sentir… o a creer que sentíamos, pero la conclusión ante esa respuesta seguía siendo la misma. No estar seguro de lo que sientes puede significar que no lo sientes. Que, tal vez, se trató de algo diferente.
Con las emociones apagadas un momento, mi interior se sintió ligero, cual pluma. Todo ese tiempo había estado cargando un peso innecesario que por fin había soltado, imaginé. Aún hoy agradezco ese lapso, porque al acostarme y arroparme, mis pensamientos no impidieron quedarme dormido. No tengo idea de si habré soñado algo bonito, pero desperté sintiéndome lleno de calma.
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Editado: 28.11.2019