Me trajiste a casa a las doce quince de la noche. Entré a hurtadillas porque creí que papá estaría furioso conmigo por llegar a esa hora, pero no, me recibió con un beso en la frente. Me preguntó cómo me había ido, si tenía hambre. Le conté una versión muy diferente a la real, como podrás imaginar. Dije que había sido una fiesta escandalosa, con karaoke y música toda la noche. Le dije que estaba cansado y que quería irme a dormir, sin embargo, me detuvo en el acto.
—Te llegó esto —dijo al tiempo que extendía un paquete azul hacia mí. Me llamó la atención que estuviera envuelto en el mismo tipo de papel azul que el obsequio que me dio Hans, así que lo tomé de inmediato.
—¿Y quién lo envía?
—No lo sé, la tarjeta solo tiene tu nombre. Lo encontré aquí en la puerta cuando llegué.
—Qué raro —susurré. Di mil vueltas a la caja en mis manos y no vi nada extraño, así que la llevé a mi cuarto luego de desearle buenas noches a mi papá.
Me fui a mi recámara, dejé el paquete sobre la cama y entré al baño. Estaba tan emocionado de estar a tu lado que no preferí aguantar mis ganas de ir al baño para no cortar con el ambiente. Al estar ahí dentro me lavé la cara y me miré al espejo. Estaba radiante, más de lo que pensé que estaría después de una despedida. Me alegré de eso.
Salí del baño, me puse el pijama y de inmediato me senté sobre la cama, con el paquete frente a mí. Giré la cabeza hacia el armario, la caja que me obsequió Hans continuaba ahí arriba, guardada como una hermosa decoración. Sin duda estaban envueltos en el mismo tipo de papel, incluso eran del mismo color, lo que levantó más mis sospechas. Pensé que tal vez Hans lo había enviado, algo que descarté de inmediato. Él había estado en mi casa, pudo dármelo directamente. ¿Por qué no hacerlo? Dudé que fuera suyo, él no se andaba con rodeos.
Lo abrí. Me sorprendió descubrir que en su interior había solamente un pañuelo escrito con serigrafía, decorado con colores azules, morados y lilas. «Just a little bit of your heart», decía. No entendía qué estaba sucediendo, quién había enviado eso y por qué. Desprendía un aroma peculiar y por alguna razón que no logré entender, me hizo sentir cómodo. Lo abracé.
«Solo un poco de tu corazón».
Llevé el paquete junto al de Hans y me acosté a dormir con el pañuelo entre mis manos. El fin de semana se fue rápido, pero la semana que le siguió fue insoportable. Cada vez estabas más cerca de irte de mi lado, y el tiempo comenzó a transcurrir de forma anormal. Avanzaba rápido y desesperante.
Ya había dejado de asistir a la escuela de música, así que la única comunicación que mantenía contigo, era telefónica y solo por las noches. Me dijiste que tu vuelo salía a las siete de la mañana, así que planeé ir a despedirte de sorpresa. Le pedí a Hans que me hiciera dos favores, investigar cuál sería tu vuelo y llevarme al aeropuerto a despedirte, ya que mi padre no podía hacerlo.
Imaginé que ese día sería como como en los libros, donde ocurre un evento mágico y maravilloso para que la historia termine con una pareja que, luego de enfrentarse a cientos de problemas inmensos, terminan juntos y felices. Suena bien, ¿no? Mantener viva la esperanza y tener una historia feliz después de todo.
Sin embargo decir eso a estas alturas es exagerar. Entiendo las razones que tenías y el miedo de involucrarte emocionalmente con un menor de edad. Sinceramente, si ese día que fui a despedirte no hubiera presenciado lo que vi, escribir este cuaderno quizá habría servido de algo entre los dos.
Sabíamos que debías estar en el aeropuerto dos horas antes del vuelo, así que Hans y yo madrugamos para que yo pudiera despedirme de ti. Recorrimos gran parte del aeropuerto en tu búsqueda, no estabas donde el equipaje, en la recepción y no te encontrábamos entre la gente. Cuando vi que empezaba a hacerse tarde, me angustié. Temí que perdieras el vuelo y tuvieras problemas en casa, sin embargo, en ese preciso momento, sentí la mano de Hans sujetándome del brazo.
—No está aquí, mejor vámonos. Creo que me equivoqué de vuelo —dijo.
Tiró de mi brazo con ansiedad al tiempo que empezaba a caminar. Noté que su rostro estaba pálido y sudaba frío. Estaba intentando sacarme de ahí de con desesperación, lo que me provocó un escalofrío ante su actitud. Fruncí el ceño y, en un arrebato, me solté de su agarre de forma brusca.
—¿¡Qué te pasa!? —regañé.
Noté que sus ojos viajaron hacia algún lugar tras de mí en una fracción de segundo, después volvió a insistirme en que nos fuéramos. Sin responderle entrecerré los ojos, fijé mi vista en él de forma suspicaz, y después giré para mirar detrás de mí. Analicé con detenimiento cada rostro en el lugar. No sabía por qué Hans se había puesto tan nervioso, pero no iba a irme sin saberlo.
Cerca de la entrada, acompañados por una maleta grande y negra, había una pareja despidiéndose. Un chico no mucho mayor que yo estaba abrazado a otro más alto que él, de cabello negro. Al separar un poco sus cuerpos, se tomaron de las manos con ternura. El joven más alto fijó sus ojos grises en los del otro, después se inclinó para dejarle un beso en los labios, luego volvieron a abrazarse. Una mujer muy delgada de cabello canoso se acercó a ellos, tocó el hombro del más alto, y tras hacer una señal con la mano, los tres caminaron hacia la recepción.
Dime, Christian, ¿eso te suena familiar?
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Editado: 28.11.2019