Hans.
Hay pocas cosas que Stephen no sabe sobre mí, y aunque procuro ser sincero, no puedo evitar que de repente algo se me quede atrapado en la garganta. Hace unos días, por ejemplo, dejó olvidado un cuaderno de pasta verde en mi casa. No sabía qué era, así que lo abrí...
Es mi novio y está escribiéndose con otro para recordar lo que vivieron, el amor que se tenían. Decidí no leer más allá de algunas páginas con las intervenciones de ambos porque él se merece que respete su privacidad, y si por mí fuera nunca lo hubiese visto, pero me tiene angustiado. Lo peor es que ni siquiera puedo preguntarle al respecto, él no sabe que lo vi.
Leerlo también a mí me regresó a esa historia de hace cuatro años, sé cómo termina tan bien como sé lo importante que fue en la vida de Stephen, estuve ahí mucho más de lo que me hubiese gustado. Jamás se lo confesé, pero en cada escena en esa historia en la que estoy como intermediario entre ambos, aunque él pensaba que me portaba cual ángel, por dentro estaba ardiendo de celos.
Stephen me ha tenido cautivado desde el día en que lo conocí, pero pensé que no sería más que una ilusión pasajera. Él estaba interesado en alguien más y yo estaba en una relación, asfixiante y al borde de volverse tóxica si quieres, pero en una relación y la respetaba. El problema llegó después.
Doris y yo terminamos definitivamente, y aunque fue por mutuo acuerdo, dolió demasiado. En ese momento yo era amable con Stephen porque me conmovía, pero luego me topé de frente con otra parte de él. Es el chico más dulce y encantador del mundo; y cuando Christian se fue de viaje, tuvimos la oportunidad de acercamos más. Su padre también estaba fuera de la ciudad, por lo que se sentía muy solo.
En ese tiempo, que no fue mucho, descubrí que él me atraía más de lo que pensé al principio. Stephen es como un imán y yo un trocito de acero que no puede resistirse a él. El tiempo que pasé contemplando su sonrisa hermosa y sus ojos cautivadores, solo hizo que empezara a enamorarme.
Intenté volverme cercano a él, ganarme su confianza, y lo conseguí, mas él sentía cosas por su profesor de canto; a pesar del temor que sentía por no saber si su relación funcionaría, decidí portarme como un buen amigo y le di todo mi apoyo. De vez en cuando le mandaba indirectas o le coqueteaba, hasta que empecé a notar que teníamos una conexión particular. Lo veía cómodo a mi lado, por lo que un día me armé de valor y decidí confesarle lo que sentía.
Me vestí con la mejor ropa que tenía, casual pero elegante, y preparé un obsequio para él: un pañuelo serigrafiado con la frase «just a little bit of your heart» envuelto en una cajita del tono de azul que tanto le gusta. Al llegar a su casa y ver el auto de su padre estacionado afuera, preferí dejar el obsequio en mi auto e invitarlo a salir.
Cuando toqué a su puerta, choqué de frente con una noticia que me desgarró: tendría una cita con su maestro de canto. Me pidió ayudarlo a elegir la ropa ideal para eso. Si no me atreví a rechazar su petición, mucho menos a declararme en semejante situación. No logré resistirme a esa mirada de súplica, de modo que me limité a mantener mi rol de amigo y tragarme el dolor.
Al llegar la noche me ofrecí a llevarlo al restaurante donde sería la cita, pero antes de que se subiera a mi auto, me aseguré de esconder el obsequio. No quería generarle controversias ni problemas, sabía que esa cita era muy especial para él. Para mí fue un infierno. Toda la noche estuve pendiente de mi celular deseando que me llamara, quería oír su voz pidiéndome que lo llevara a casa, pero no pasó.
Antes de volver a mi casa pasé por la suya, estaba sola. Me estacioné afuera, tomé el obsequio y lo abrí. Sostuve el pañuelo en mis manos varios segundos antes de llevármelo al pecho y abrazarlo con fuerza. Se me humedecieron los ojos. Solo un poco de su corazón era todo lo que yo quería. Un pedacito. Al sentir que estaba por soltarme a llorar, metí el pañuelo en la caja y la cerré bien, después la dejé en el piso cerca de la puerta y me marché.
La noche entera di vueltas en mi cama, tenía imágenes desagradables en la cabeza. Stephen se veía tan precioso con ese traje azul que era imposible que Christian se le resistiera. Pensar en eso me hizo sentir tantos celos que no logré dormir. Al día siguiente charlamos, me dijo que se besaron. Pensé que lo había perdido definitivamente… hasta que fuimos al aeropuerto.
La forma en que lloró ese día me volvió trizas. Lo abracé y traté de tranquilizarlo, incluso lo invité a un restaurante japonés, luego lo acompañé a sus ensayos de graduación. A lo largo del día me dijo que se sentía mejor, pero sus ojos revelaban otra cosa. Me propuse animarlo, así que lo abrazaba cada vez que bajaba del escenario, le aplaudía y lo alentaba. Ver su expresión de tristeza era un martirio.
A lo largo del mes siguiente el brillo en los ojos de Stephen volvió. Sabía que todavía estaba herido por lo de Christian, incluso me contó que muchas veces rechazaba sus llamadas telefónicas, y cuando salíamos a pasear lo veía desganado, pero tenía la certeza de que, muy a su manera, se estaba reponiendo.
Desde ese día creció en mí la esperanza de que, tal vez, pudiera ganarme el corazón de Stephen. Le confesé mis sentimientos un año y medio después de su historia con Christian, una vez que creí estar seguro de que lo había olvidado. Incluso aceptó tener una relación conmigo. Pensé que todo estaría bien en adelante y ahora me vengo a encontrar ese maldito cuaderno.
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Editado: 28.11.2019