Stephen.
Hans se ha comportado evasivo conmigo desde hace días y no entiendo el motivo. Ya ni siquiera estoy tan seguro de que asistir juntos a este campamento fuera buena idea. Conseguimos estar en la misma cabaña y eso me tenía muy ilusionado, pero ahora cada vez que entro en la cabaña él se sale. Hoy incluso se quedó a dormir con Víctor, quien por cierto tampoco me dice lo que está sucediendo con Hans.
Maldita confidencialidad la suya…
Justo ahora estoy recostado en la cama de Hans. No pasó mucho tiempo aquí desde que llegamos y aun así el aroma de su perfume se quedó impregnado en la almohada. Ese mismo olor que detecté hace cuatro años cubriendo el pañuelo que, si bien en ese momento no deduje que era suyo, me hizo soñarlo.
Tal vez no debería seguir aquí más tiempo, su olor me aumenta las ganas de llorar. Lo extraño demasiado. Desearía saber qué mierda fue lo que le hice, porque si de algo estoy seguro, es que aún sin saber lo que pasó, es culpa mía. Él siempre ha sido un pedacito de nube conmigo, desde que tuve mi crisis hormonal hasta el día en que Christian se marchó y Hans y yo salimos del aeropuerto.
Descubrir que Christian tenía a alguien más me destrozó, sentí que el mundo se me había venido abajo, así que, una vez afuera del aeropuerto, me eché a correr. Todo mi cuerpo temblaba y no podía ver bien el camino a causa de mis lágrimas. Yo solamente quería irme, desaparecer para siempre de la faz de la tierra, pero Hans me tomó del brazo e intentó detenerme. Me solté de su agarré en un arrebato brusco, él me persiguió y me sujetó de nuevo, ésta vez con más fuerza, aunque sin hacerme daño.
—¡Suéltame, maldita sea! —le grité—. ¡Me quiero ir de aquí! ¡Me quiero ir!
Intenté escaparme una vez más, incluso sujeté su mano con la mía y la apreté tratando de soltarme. Creo que lo lastimé porque al hacerlo oí que emitió un quejido, pero estaba tan fuera de mis cabales que no me importó. Sin embargo, Hans tiró de mi brazo y esta vez con tanta fuerza que terminé pegado a su cuerpo, algo que aprovechó para abrazarme. Todo mi ser se había descompuesto. Yo mismo me desconocía.
—Tranquilízate, mi vida, por favor. —Me dijo al oído.
En ese momento estaba tan alterado que no reaccioné en la forma en que se había dirigido a mí, tan solo me abracé de él y dejé que todo mi llanto aflorara. Su calidez me ayudó a que todos esos sentimientos negativos fluyeran y no me asfixiaran, a su lado siempre me sentía sano y salvo. Me le acurruqué en el pecho, sus manos acariciaron mi cabello, luego me besó en la frente y me limpió las lágrimas con ambas manos. Entre mis gimoteos, me tomó el rostro y se inclinó para mirarme a los ojos.
—¿Te puedo invitar a tomar algo? —Me susurró—. Te ayudará a calmarte.
Asentí en silencio. Sin soltarme me acompañó hasta su auto, tras subirnos nos marchamos hacia un lugar incierto. Al principio pensé que me llevaría a algún bar para ahogar en alcohol mis penas, que tal vez tendría identificaciones falsas que nos permitirían beber o algo por el estilo, pero no. Me llevó a un restaurante japonés que tenía pequeñas habitaciones privadas, y en cada una había un karaoke. Entramos y pidió un par de bebidas calientes.
Estuvimos sentados en silencio por largos minutos, casi sin movernos. Yo era incapaz de contener mi llanto. Me acerqué a él, y tendido sobre su hombro, me acurruqué. Sentí las manos de Hans acariciándome con ternura, estaba esperando con paciencia a que yo recuperara el aliento y la fuerza para hablar, para expresarme, aunque él sabía con certeza lo que estaba sintiendo.
No podía creer que Christian me hubiese mentido y así se lo planteé a Hans esa tarde. Me dolía más la mentira que la traición. Hans, incluso en ese momento, se portó como un ángel conmigo. Dijo que entendía mi dolor mejor de lo que yo podía imaginar, y que estaría a mi lado siempre que lo necesitara. Me separé de su cuerpo, alcé la cabeza y lo miré a los ojos.
Creo que esa fue la primera vez en la que me di cuenta de lo hermosos que son sus ojos. El color verde que tienen te seduce, son como esmeraldas que resplandecen en un mundo gris. Me incliné hacia adelante con la vista clavada en la suya, estaba tan cerca que sentí su respiración chocar contra mi nariz. No entendía por qué él respiraba tan fuerte, como si estuviera nervioso. Creí que mi cercanía lo incomodaba, sin embargo él también se acercó un poco más.
—¿Por qué siempre eres tan lindo conmigo? —le pregunté en un susurro.
A pesar de la música que resonaba afuera de la habitación, todo parecía sumergido en el silencio. Se demoró un poco en responder, aunque sin apartar nunca su mirada de la mía, después lo vi sonrojarse. El corazón me palpitaba con fuerza, cada latido me dolía y aparecía en mi cabeza la imagen de Christian y su pareja, pero al mismo tiempo tuve la sensación de que una palabra de Hans podía cambiarlo todo.
—Porque eres maravilloso —respondió, luego acarició el contorno de mi rostro con el dorso de su mano—. Eres como un sueño del que no se quiere despertar.
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Editado: 28.11.2019