Como Dos Gotas De Agua

Repetición

Aprieto la falda del uniforme hasta que mis nudillos se ponen blancos, pero ni siquiera eso me ayuda a detener los temblores de mi cuerpo mientras lloro en el asiento del copiloto. Mis oídos están tapados; puedo sentir mi cara completamente roja y no puedo calmar mi respiración. Elene está conduciendo de regreso a la escuela, está furiosa y no para de decir cosas que no termino de entender.

Mi mente sólo se puede concentrar en la imagen de mi mejor amiga recostada con una bata de hospital y una expresión de miedo y confusión que jamás había visto en mi vida. Siento que el mundo se desdibuja a mi alrededor hasta que los brazos de Elene me rodean y es su tacto el que me regresa al presente.

Estamos estacionadas frente a la entrada principal de la preparatoria. 

Sin mediar palabras nos quedamos en ese incómodo abrazo por varios minutos hasta que me calmo y sólo entonces ella saca toallitas húmedas de su bolso y una botella de agua. 

No necesito que me explique nada para limpiarme la cara y tomar un par de tragos hasta que ella se baja del auto dando un azotón a la puerta.

—¿Mamá?

Abre la puerta del copiloto y toma mi mano mientras me guía para que ambas entremos al edificio principal y se detiene justo delante de la oficina de la directora.

—Espérame aquí sentada.

Ver a los alumnos cambiar de salones cuando suena la campana de un lado del edificio, y luego cómo podan los arbustos del jardín de la entrada del otro parecen dos imágenes demasiado opuestas para existir dentro del mismo lugar. 

Escuchar cómo la plática de las recepcionistas cambia de una alegre y ruidosa a murmullos con las cabezas agachadas cada vez que la voz de Elene resuena a través de la puerta es algo que me habría avergonzado en cualquier otro momento.

—¡Mi hija ni siquiera es mayor de edad! ¿Cómo pudieron darle a ella, a ella y no a mí un tiempo límite para salir de la escuela? Me dieron el aviso de su suspensión en un momento en el que ella ya había abandonado la institución. No me hable de consentimiento, cuando la única razón por la que Anya puso un pie afuera antes de la hora de la salida es porque ustedes la orillaron a eso.

Me habrían avergonzado las miradas furtivas de las recepcionistas para comprobar otra vez que los gritos hablan sobre mí.

Me habría avergonzado pensar que a los diecisiete años mi mamá viniera hasta la escuela a regañar a la directora como si fuera una niña más. 

Me habría alterado el sentir que Elene me estaba quitando el control de lo que yo quiero hacer y sobre cómo quiero reaccionar en mi vida.

Pero después de ver a mi mejor amiga en esa camilla y darme cuenta de que no tengo idea de absolutamente nada, saber que mi mamá se está encargando de todo hace que me sienta querida, protegida y bien cuidada. 

Así que la siguiente vez que vuelvo a escuchar su voz enojada, le doy otro sorbo a mi botella de agua y me recuesto en la silla acolchada de la recepción.

Me acomodo por enésima vez en las sillas plegables de la salita de espera en el hospital. Cuando regresamos nos dijeron a Elene y a mí que Aarón seguía en la habitación con Maureen, aunque ella aún no había despertado. Pasaron pocos minutos antes de que viéramos al chico salir con la mochila al hombro y una cara de incomodidad un poco cómica. 

Estoy segura de que se puso nervioso al ver a mi mamá, pero de todas formas se acercó a ambas y se presentó primero con ella tomándola de la mano antes de decirme que, en todo ese tiempo, no pudo hablar con Maureen. No se lo había tomado a mal, simplemente estaba preocupado y cansado.

—Me alegro de que ustedes hayan podido llegar antes de que mis papás vinieran por mí.

Resulta que había llegado a este lugar pagando un taxi con todo el dinero que debía distribuir para todo el mes. Al menos sus papás habían podido recogerlo ahora. 

Él se reacomoda la mochila en la espalda, esta vez usando ambas correas para tenerla bien puesta, y no puedo evitar pensar que de esa forma se ve casi como un niño mientras se despide antes de alejarse en dirección a los elevadores.

A mí me mantiene más tranquila lo cómoda que me siento en el cambio de ropa que Elene trajo para mí.

Me da un pequeño escalofrío y estiro las mangas hasta que cubren por completo a mis manos para esconderlas debajo de mis piernas, sintiendo el roce de la tela de la sudadera contra la mezclilla de mi pantalón.

Estoy muy agradecida con Elene, pero lo único que sé hacer en este momento es quedarme en silencio.

—¿Cómo te sientes?

Aprieto los labios con incomodidad cuando escucho su voz.

—Bien… Creo que tengo un poco de hambre.

Suspiro tras unos momentos de silencio y por fin me volteo para mirarla, justo cuando está intentando acomodar un mechón de su cabello detrás de su oreja. Su cabello rizado se enreda brevemente entre sus dedos antes de dejarlos ir.

Cuando ella me mira de regreso, puedo ver que está cansada, y que aún quedan rastros de su enojo.

—¿Tú como sigues? 

Casi podía verlo en su cara: frustrada, enojada, cansada…

—Triste. Impotente —deja que el silencio inunde la sala de espera, vacía a excepción nuestra—. A una de mis niñas la sacan de la escuela por una estupidez, la otra estuvo metida en el hospital medio día antes de que el resto nos enteráramos, y en el trabajo saben que estoy aquí, pero… —se sacude el cabello con ambas manos, antes de dejarse caer hasta sus piernas con los brazos atrapados entre su torso y sus muslos—. Siento que no importa qué haga. Nunca estoy donde necesito.

Me retuerzo en mi asiento. Una vez más.

—No creo que haya alguien que pase por alto todo el esfuerzo que estás haciendo. La directora no lo va a olvidar.

Ambas soltamos una risa, pero tengo que reconocer que la suya suena más desesperada.

Sus palabras quedan volando en mi mente, haciendo eco.



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En el texto hay: amor, amistad, preparatoria

Editado: 14.07.2024

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