Como el agua y el aceite

14G

La semana ha transcurrido y sigo estando igual de enfadado que el día en el que Allegra se marchó en la moto de ese imbécil. No la he vuelto a ver desde entonces. No he pasado por casa de Kike y Nora, y mucho menos por su colegio. Aunque no han faltado ocasiones en las que he estado a punto de plantarme ahí.

Estoy poniendo a punto las cosas que necesitaré para la universidad en pocos días. Creo que va a ser lo único que me va a despejar un poco. Si es que hay algo. Recuerdo cada segundo su expresión aterrorizada y llena de decepción. Le tenía. Rocé el cielo con los dedos. Estoy frustrado porque yo no quiero traficar con droga. Ni siquiera se lo he podido explicar pero dudo que quiera oír algo. Tal vez fuera más comprensiva si ese desgraciado amigo de su hermana no hubiese traicionado su confianza. O tal vez tenía que haber ido tras ella cuando se fue hasta que hubiese conseguido que me escuchara. La culpa es mía, está claro. Yo estoy metido en este lío. Quería hacer lo correcto y he terminado fastidiándolo todo.

Roberto se presenta en mi cuarto y entra de repente sin llamar.

- Gonzalo Santo Domingo ¿cómo coño has podido? –está enfurecido.

- ¿Qué pasa?

- ¿Que qué pasa? ¿Qué es esto?

Me sostiene en alto las bolsitas de plástico llenas de droga. Y se sienta en la cama. Coloca los codos entre sus rodillas y se tapa la cara con las manos. Comienza a llorar y se me parte el alma. No puedo verlo así y me arrodillo ante él en el suelo.

- Rober, puedo explicártelo, lo juro.

Coge mis manos y sigue llorando.

- Yo siempre intenté ser el mejor ejemplo a seguir –dice triste.

- Y lo eres. Eres mi padre, Rober. Eres el mejor ejemplo a seguir, como padre, persona y médico. Siempre he querido ser como tú. Desde el día que te conocí.

Me doy cuenta de que yo también estoy llorando. Me abraza y me aprieta fuerte contra su pecho,

- Prométeme que lo vas a dejar, por favor, hijo.

- Te prometo que no he consumido ni una dichosa pastilla de esa caja. Te lo juro.

Mi móvil suena y veo el número de la clínica. Los dos nos ponemos alerta. Solo espero que mi hermana esté bien.

Roberto conduce a toda prisa hasta llegar al hospital. Voy corriendo hasta la habitación doscientos once. Mi hermana sigue ahí medio dormida. Con su pulsera de cascabeles y su pelo rizado rodeándole la cara. Voy a agarrar su pequeña mano mientras Roberto habla con los médicos.

- Bom dia. Minha querida.

- Bom dia, Gonça.

Su voz es suave y débil y me enseña su adorable sonrisa, a la que le faltan los colmillos. Juguetea con la pulsera de hilos que Allegra me dio cuando estábamos ayudando en la casa de Kike y Nora. Eran los colores de Brasil y me dijo que yo la luciría con más orgullo y que quedaba mejor con mi color de piel canela.

- Esta noche he soñado que andábamos por un campo verde y lleno de girasoles y que volábamos una cometa con forma de mariposas –me dice ilusionada.

- Esperemos que seas fuerte y que pronto puedas curarte. Volaremos todas las cometas que quieras.

Pasamos el resto de la tarde pintando y viendo dibujos animados, de pronto empieza a toser sin parar y parece que se ahoga. Llamo a la enfermera a todo correr. Se la llevan en camilla y yo me quedo solo en esa habitación. Por lo menos ahora cada vez hay más dibujos y fotos y posters. Más vida en la muerte.

Ale y Nora aparecen en el umbral de la puerta. Nora dice que nos espera en la sala de espera y Ale, permanece ahí de pie. Está con ropa de deporte y el pelo suelto le cae en ondas despeinadas. Sigue estando guapísima. Sus ojos miel me miran confundidos.

- Puedes entrar, si quieres.

Entra y se sienta en una silla no muy lejos de la mía.

- ¿Qué está pasando, Gonzalo? –me pregunta nerviosa.

- Nada.

- Parece que no te conozco, esto tampoco lo sabía –me reprocha.

Sé que va a romper a llorar, se lo noto en la voz y es lo peor que puede hacer porque en ese caso no podré hacerme el duro mucho más tiempo. No le respondo y voy hacia la ventana. Ya casi ha anochecido. El sol acaba de acostarse y por primera vez he visto el rayo verde del que nos hablaba mi padre. El que se ve cuando el sol se va. Nunca lo vi y no había vuelto a fijarme si quiera pero estando con Allegra también pasan cosas que nunca he vivido. Me fallan las fuerzas.

- ¿Cómo pudiste, Ale? –digo con frente apoyada en la pared.

- ¿De qué hablas? – me pregunta dudosa.

- Contarle a Roberto lo de la mercancía.

- Con mercancía te refieres a droga.

- Sí.

- Yo no dije nada –me dice muy seria– no sé ni cómo puedes pensar que yo iba a hablar de eso.

- ¿Estás segura?

- Tan segura como de que te tengo enfrente.

Me doy la vuelta y clava sus ojos en mí firmemente con una expresión inescrutable. Me acerco a ella y cuando se va a levantar se lo impido. Quiero contárselo.

 



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En el texto hay: juvenil, drama, amor

Editado: 28.10.2020

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