Era sábado y nuestro “set de fotos vintage” estaba montado en mi cuarto. Sí, mi cuarto. Con sábanas colgadas de las paredes como si fueran cortinas de estudio improvisadas.
German entró, con el delantal de barista todavía arrugado en la mochila, y apenas puso un pie en el espacio improvisado, sus ojos recorrieron todo con mezcla de horror y asombro.
—Jen… esto parece el cuarto de una loca de los años 70 —dijo, cruzándose de brazos—.
—Shhh, Germy. Es un set profesional, confía en mí. —Le lancé una sonrisa, tratando de mantener la autoridad de manager.
Se sentó en el taburete que habíamos colocado, tratando de posar con seriedad. Yo, por mi parte, tomaba el móvil con la mirada concentrada.
—Bueno, te pondrás encima del taburete, yo tomaré la foto y… —empecé a explicar.
No terminó de sentarse correctamente y ¡plaf! cayó de lado. Solté un grito de risa y casi me caigo del taburete que estaba al lado.
—¡Perdón! —me doblé de la risa—. No te dije que estaba medio roto.
German gritó, agarrándose la pierna con expresión de dolor extremo.
—¡Jen! ¡Te voy a matar cuando logre levantarme!
Lo ayudé a ponerse de pie entre carcajadas, y por fin logramos colocar el taburete estable.
—Bien… ahora sí, posa. Haz algo natural, relajado, como si fueras un chico vintage que conquista al mundo con su mirada —dije, tratando de mantener la compostura mientras él cruzaba los brazos y fruncía el ceño como un modelo profesional.
Fui al trípode, ajusté el ángulo y empecé a disparar algunas fotos. German aprobaba cada toma con un gesto de cabeza, cada vez más cómodo.
Hasta que llegó el momento “accidentalmente perfecto”. Mientras se desabotonaba la camisa para colocarse otra, su pecho quedó apenas visible en un gesto casual. Sin pensarlo, levanté la cámara y tomé la foto.
—¡Germy… espera! —dijo, pero yo ya estaba riendo al ver la pantalla.
La imagen era espectacular. Casual, sexy sin esfuerzo, y completamente auténtica.
—Jen… —dijo, ruborizado y frunciendo el ceño, tratando de parecer serio—. Esto… no puedo creer que se vea así.
—Eso es porque eres increíble, Germy —contesté, incapaz de dejar de sonreír—. Ahora sí que tenemos una foto para romper internet.
German se cambió de ropa mientras yo le aplicaba un poco de maquillaje para que no saliera con tanto brillo en la frente. Aproveché para desordenarle un poco el cabello, justo lo suficiente para que pareciera casual, pero atractivo. Él me miró con los ojos entrecerrados y suspiró.
—Dios… no pensé que estaría haciendo esta locura —dijo, colocando el pie en el taburete otra vez.
—Piensa en los cinco mil euros —le recordé, intentando sonar seria mientras contenía la risa.
—¡OH SÍ! —explotó German, agitando las manos—. ¡PIENSO EN ESO, PIENSO EN LOS CINCO MIL EUROS!
Carcajeé ante su dramatismo… y, como si el universo conspirara, el taburete se tambaleó y volvió a caer. Corrí a ayudarlo, pero no conté con el montón de sábanas que había dejado tiradas como decoración improvisada. Tropecé y terminé cayendo de lleno al suelo.
German explotó en carcajadas mientras yo intentaba incorporarme, todavía entre risas.
—Somos tan estúpidos —dijo, recuperando aire entre risas.
—Dos estúpidos que ganarán cinco mil euros —le respondí, todavía riendo y frotándome las manos del golpe.
Me ayudó a levantarme, y pude sentir la calidez de su agarre mientras decía:
—Eres un cerebro, Jena.
—Y tú eres una estrella, Derkork —repliqué, con una sonrisa traviesa.
German rodó los ojos, completamente exasperado:
—¡Que no me digas así! Para ti soy Germy.
Reí tan fuerte que casi pierdo el equilibrio otra vez.
—Pensé que era estúpido —le dije, burlona.
—¡Estúpido mis cojones! —gritó, pero con una sonrisa que no podía ocultar.
Ambos nos quedamos allí, mirando el desastre de sábanas, ropa y luces improvisadas, y riendo como si el mundo entero se hubiese detenido solo para nosotros.
La sesión de fotos finalmente terminó. German estaba exhausto, sudado y con el cabello todavía un poco desordenado, pero esa última foto donde sonreía por un chiste mío era simplemente perfecta. Sin exagerar, competía directamente con la de su pecho apenas visible de la camisa desabotonada.
Recogimos todo el desastre de sábanas, taburetes y ropa tirada, y nos sentamos frente al ordenador para editar y enviar las fotos a la marca, adjuntando la propuesta y la cuenta bancaria para recibir el dinero.
—Ese título de marketing lo estás usando a como dé lugar —dijo German, mirando la pantalla—. Eres buena en esto, Jen.
Sonreí, un poco orgullosa y un poco avergonzada.
—Sin ti no podría haberlo conseguido. Eres una estrella, Germy. Solo mírate… apenas tengo un iPhone 14 y pude lograr estas increíbles fotos por ti.