Scarlett
Los pasillos eran un desierto, de nuevo.
Rayos.
Volvería a llegar tarde. Debí ser más rápida con Lincy y no quedarme media vida dándole una lección. Bueno, regañarme por mis tendencias vengativas latentes no solucionarían nada, así que hice la cosa más razonable dentro de mis posibilidades. Buscar en el portal de la escuela.
A regaña dientes encendí mi móvil, no es que odiara la tecnología o algo parecido, al contrario casi tenía una dependencia mal sana con ella. La cosa que me incomodaba eran los mapas en sí, ciertamente era una de las cosas que no entendía, no me molestaba seguir indicaciones siempre y cuando me ayudara a cumplir mis objetivos, aún así, el hecho de seguir un pedazo de letras y líneas en vez de explorarlo por mi misma me enfermaba.
Resople por lo bajo, deslizando mi dedo por la pantalla, buscando mi ubicación dentro del mapa digital. Agrande la pantalla cuando me encontré. Bien, ahora solo un par de clics y la ruta hacía el salón aparecería de inmediato.
Quizá fue por estar demasiado enfocada en el circulito sobre la pantalla, pero apenas fui consciente cuando alguien abrió la puerta y tiro de mi brazo con fuerza, metiéndome dentro.
A las justas pude mantener el equilibrio, mis dedos envolviéndose alrededor del móvil por instinto. Si esta caja electrónica sufría algún daño, perdería media vida.
—¿Qué tienes? —espeté enojada a quien sea que me hubiera metido aquí.
Di un vistazo rápido al aula, buscando al cretino que me había empujado. Lo encontré apoyado contra la puerta, ligeramente recostado. Lo observe con recelo en mis ojos, apreciando su postura quizá con demasiado cuidado, no podían culparme, el tipo parecía a punto de romperse por la tensión contenida en los brazos, no se notaba a simple vista, pero luego de ver el temblor en sus venas se volvió evidente.
El sonido de un pequeño clic llegó a mis oídos.
¿Había cerrado la puerta? ¿Para qué?
Mi ceño se arrugo. Endureciendo mi expresión.
¿Acaso este sería el tipo agresivo que debía haber mandado Fabián y no el de antes?
—Lincy esta llorando —la calma en su voz era hasta cierto punto, alarmante—. La humillaste y al hacerlo me humillaste a mi también —siseó saliendo de la penumbra.
Las palabras de Catalina llegaron a mi mente. Lo más probable es que la persona frente a mí fuera Leonel, el novio de Lincy, no se me ocurría otra persona con el suficiente grado de locura para defenderla, aunque claro, sabía tanto de ella como de cualquier otra persona aquí lo cual era nada, así que bien podría ser Leonel o cualquier otro con una malsana fijación en Lincy.
—Leonel —tanteé, menguando la duda en mi tono.
Él asintió, acercándose, las venas en sus brazos pronunciándose con cada paso.
—Expusiste su cuerpo. La dejaste sola con esos cerdos —continuó, el odio latiendo en cada palabra, acariciando sus ojos—. Iras con ella en este momento y te disculparas, de rodillas, delante de todos —explicó sujetándome del brazo.
¿Creía que yo iba a escapar como una cobarde? Bueno quizá la palabra escapar no estaba tan alejada a lo que cruzaba por mi mente. Una sonrisa burlona atravesó mis labios, era mas plausible que comiera vidrio a que me arrodillara ante cualquier persona.
—Puedes reírte ahora —avisó, como si hubiera esperado esa reacción—. Pero en los baños vas a besarles los pies si es necesario —no alzo la voz, tampoco grito, su tono plano y frio fu suficiente para darme cuenta que este tipo no sería fácil de engañar.
Quizá no tenga que hacerlo.
—¿Cuándo fue la ultima vez que follaron? —pregunté sin rodeos, emulando el mismo tono plano que Leonel había construido.
—¿A que viene esa pregunta?—por primera vez una emoción se coló en su voz.
Bien, había tocado un nervio. Reprimí la curvatura burlona en mis labios, lo que menos me convenía era que se pusiera a la defensiva, así que hablar sobre la posible infidelidad de Lincy quedaba descartado.
Mis ojos viajaron hacía la maleta tirada en el suelo. Mi maleta.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, supongo que un objeto debía tener un efecto aún mayor.
—Ábrelo —sugerí, la voz fina y calmada—. La respuesta esta ahí —informe con el tono tan distante y ajeno a la ebullición en mi piel.
La mirada de Leonel cayo sobre la maleta. Se quedo quieto, no replico, no negó, no presiono su agarre.
Vamos bien.
Tuve el deseo de murmurar, incitarlo a tomarlo ya, meterme en su cabeza. Me contuve. Una palabra en falso, un gesto y todo podría desmoronarse. No es que no confiara en mis habilidades, pero tampoco sufría delirios de grandeza, en contra de la opinión de mi padre, mis argucias se basaban en cuanto conocía de la persona y con Leonel, pues estaba corta, las únicas dos cosas con las que podía trabajar era su relación con Lincy y la frialdad mecánica de sus acciones.
Tenía que ser cuidadosa.
Leonel me soltó y avanzó en dirección al objeto rectangular de cuero, sosteniéndolo en sus manos luego de recogerlo. Posó la yema de sus dedos contra la boquilla de la correa, sin abrirlo, dudando.
Me inquiete, ahora lo ultimo que necesitaba era un momento de confianza ciego sobre su novia. Él había cogido la maleta, la tenía sobre sus brazos, tenía que abrirla, tenía que abrirla ya.
Dio una honda respiración haciendo el menor ruido posible, esforzándome por ser imperceptible, puede que supiera poco del sujeto, pero si olía la desesperación activaría las alarmas incorrectas.
De pronto la correa cedió. La tapa superior fue abierta y Leonel sacó el pedazo de tela. La examino con cuidado, su ceño frunciéndose, sin entender o no queriendo ver lo evidente.
—Puedes revisar en sus bolsillos —el desinterés tan vivido en mi tono mientras miraba en otra dirección, como si fuera algo ajeno a mí.
Leonel obedeció. Hurgó dentro y mantuvo la mano demasiado tiempo, su expresión cambio, al principio el desconcierto apareció en sus ojos, luego enojo y, por un instante, dolor.
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Editado: 01.11.2025