—No debiste hacer eso —vociferó limpiándose el rastrojo de saliva que resbalaba por su mejilla con un destello de rabia en aquellos imponentes ojos verdes.
—¡Y tu no debiste tratar de grabarme desnuda! —alegué a viva voz tratando de ocultar el dolor apabullante que se extendía por mi brazo. Demonios. Por mucho que odiara la idea, no podría aguantar mucho tiempo. ¿Cuánto soportaría?
Una risa altanera salió de su garganta indicando que había hallado mi respuesta.
—Te dije que no te convenía meterte conmigo —habló con fascinación en los ojos—. Tú te lo buscaste —Mi expresión bien podría denotar dolor, pero mi mirada no la bajaría—. Pero descuida ahora ya no necesitaré esa tonta grabación. Esto es entre tú y yo —avisó acercando su rostro al mío dejándome sentir ese cálido aliento. Si dependiera de mí le hubiera dado un cabezazo. Lo habría hecho de no haberse alejado justo antes que me diera la oportunidad.
—Púdrete —chillé alistando mi rodilla. Él no era el único que podía usar la fuerza bruta aquí.
—No —Sujetó mi cabello con tanta fuerza que y por poco dejo escapar un quejido lastimero. No sería tan débil. Por Dios. Me negaba a serlo—. Esta vez no te libraras —profundizo el agarre—, no me patearás esta vez
Si tan solo pudiera darle un cabezazo o pisotearlo o patearlo. Pero apenas y podía pensar. Apenas y podía concentrarme lo suficiente como para no implorar que me soltará. No. Mi orgullo era demasiado grande como para tragármelo. No tenía la más mínima intención de hacerlo y menos por un idiota que se creía la gran cosa. Prefería mil veces un golpe antes que rebajarme a suplicarle algo. ¿Era arrogante? Claro que no. Lo que le sigue a esa palabra.
Para mi suerte Fabián pareció no darse cuenta de eso. Bien. Mientras él no viera realmente una debilidad en mí, aún podría voltearle la tortilla.
—Esta vez no podrás salvarte —Me sujeto del mentón con una mano. ¿Qué creía que era? ¿Una especie de mascota?
Calma. Quien ríe ultimo ríe mejor. Calma. Esas palabras no estaban dando el mejor resultado. Demonios. Tenía que pensar con la cabeza fría. Era la única forma de salir de esto. ¿Pero como hacerlo cuando el dolor en tu cabeza iba en aumento?
—¿Quieres escapar? ¿Quieres correr como una nenita asustada?
—Yo no te tengo miedo —respondí con un jadeo entrecortado el cual esperé que no tomará en cuenta, por la repelente risa que salió de su garganta, al parecer sí lo hizo.
—Cuando acabe contigo no dirás lo mismo
—Yo seré la que acabe contigo, tú no me pondrás ni un solo dedo encima —Lo sé, lo que salió de mi boca no tenía el más mínimo sentido. Unas fuertes carcajadas me lo confirmaron. Sabía que estaba siendo demasiado ridícula.
Yo no era así. Esas carcajadas burlescas estaban dañando mi cabeza. Sé que mi padre me avisó que algún día mi suerte me abandonaría. Pero en definitiva no esperaba que fuese precisamente hoy. No lo creería. Esto no había acabado. No frente a él. No aquí. No de este modo.
Con cada mueca que daba, esas horrendas carcajadas aumentaban. No lo iba a soportar por mucho tiempo. Quería que se callará. Mi cabeza dolía. Mi brazo dolía. Quería que se callará ya. Quería cerrar esa maldita boca de una vez. No me importaba como fuera solo quería dejar de sentir esa incesante fuente de burla. Lo odiaba. Estaba empezando a odiarlo más que nada en el mundo.
En una fracción de segundo mi mano impacto contra aquel horrendo rostro haciéndolo callar. Al instante deje de sentir esa opresión en mi cuerpo. Me tomo unos segundos más caer en cuenta que realmente lo había echo. ¿Cachetada? Él parecía una estatua. Una con unos horribles ojos verdes que me lanzarían cuchillos afilados si pudieran, un pequeña gota de sangre resbalaba por su labio. Misma gota de sangre que resbalaba por mi mano. ¿De verdad fui yo? ¿Yo fui quien lo abofeteó?
Esa mirada endemoniada que no se despegaba de mí me lo confirmo. No lo pude evitar. Una sonrisa socarrona invadió mis labios. Una sonrisa de autosuficiencia y petulancia. Sabía que no estaba bien. Sabía que provocarlo no era aconsejable. Pero ni siquiera podría describir lo bien que se sentía el haberme librado de ese zopenco. Esta no era una conducta normal en mí, pero no sería tan hipócrita para decir que estaba arrepentida. Si pudiera lo haría cuantas veces hicieran falta para que dejará de ser un idiota cavernícola. Fabián se lo merecía y se lo merecía bastante.
—Cállate —me ordenó cuando se dio cuenta que tenía un par de varias cosas que decirle. En un intentó desesperado porque le obedeciera trató de sujetarme.
Retrocedí para impedir que me lo hiciera. No acababa de librarme para caer de nuevo. ¿En serio creyó que tropezaría de nuevo con la misma piedra? No. Yo no era de las que no aprendían de sus errores. Él me escucharía. Le gustará o no. Él escucharía todas y cada una de mis palabras.
—Tu no me pondrás un maldito dedo encima —repetí a viva voz sin despegar mi vista de esos ojos verdes. Su expresión había cambiado. En este preciso instantes no podía asegurar que hubiera ira en esos ojos verdes, a decir verdad no podría asegurar nada. Me molestó. Me molestó no saber a que atenerme—. Tu no eres mejor que nadie —lo provoqué para ver ira en sus ojos o alguna cosa—. No puedes esperar que los demás hagan tu voluntad —continué aún si llegar a ver nada—. No puedes ir golpeando a los demás solo porque no hacen lo que quieres. No eres nadie para cambiarlos. No eres nadie para golpear a otra persona.
—Cállate —siseó con desdén pero aún muy quieto en su sitio.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no caminaba como un león enjaulado? ¿Por qué no estaba echando humo de su cabeza? ¿Acaso trataba de controlarse? Una mueca se instalo en mi rostro. Que lo intenté. No me callaré hasta verlo explotar.
—¿Callarme? ¿Quieres que me calle? ¿Por que quieres que me calle? —pregunté en tono desafiante dando un paso hacia adelante.