Complicado

Capítulo 22: Gas pimienta

Scarlett

—¡¿Qué mierda haces aquí?! —se estrelló un alarido contra mi oído.

En otro momento hubiera reaccionado ante la provocación. Ahora, no tenía interés. Hasta hablar demandaba de un gran esfuerzo que francamente no tenía ánimos de realizar. No por él.

—¡Te estoy hablando!

Poco me importaban sus palabras. No estaba de animo para discutir de... No estaba de ningún animo. Punto.

Al menos ya sé lo que se trae en manos. O al menos algo de lo que esta planeando. Planeando con ella. Con ella. No eres importante. No lo eres.

Gritos y más gritos. Como si eso cambiará algo. La bomba de tiempo que estaba frente mío hubiera sido motivo suficiente para sacar mi lengua afilada y hacerlo suplicar perdón, pero ¿Para qué? No es como si me fuera a hacer algo realmente. Solo gritaba y hablaba sin parar. Perro que ladra no muerde, no es más que un perro después de todo.

Un perro irascible al que ya no me importa controlar.

Mejor sería caminar lejos. Un lugar tranquilo donde deprimirme tranquilamente. Al menos hasta que mis pensamientos se organicen de algún modo. 

Él la quiere a ella. Lo viste en el aeropuerto. Se besaron poco después que bajaron. Compañera de trabajo o no, están juntos. Compañera de trabajo o no, te reemplazo.

Mi corazón se encogió. Mis ojos picaron.

—¿Puedes soltarme? —pregunté apenas reconcomiendo el timbre de mi voz. Por lo general mi voz no sonaba tan rota o apagada. Mucho menos tan frágil y débil.

Lo hizo. En otro momento le hubiera dado mil vueltas. Queriendo entender un poco para manejarlo después, ahora, en tanto obedeciera no me importaba lo que pasará por su mente.

—¡No creas que te libraras tan fácil! —me sujetó del brazo con más fuerza esta vez.

Mi mirada se poso en su agarre. ¿Qué querría lograr con eso? Que él me sujetara o no, no hacía la mayor diferencia en cuanto a mis ánimos. Daba igual. ¿Así que esto era estar deprimida? No era bonito. Pero tampoco importaba. Costaba pensar en algo que impostará realmente.

Mi mente se sentía vacía. Sin un ancla al cual apoyarse. Talvez siempre fui muy dependiente a mi padre. Demasiado dependiente. Yo sabía que era malo. La necesidad y la dependencia emocional eran cosas que te hacían débil. Yo lo sabía, por eso rara vez me apegaba a alguien. Solo lo hice con mi padre. Creí que él nunca me defraudaría. Creí que él nunca podría hacerme aún lado. Quizá nunca debí idealizarlo tanto. Era una persona. Era un hombre. Con defectos y necesidades. Odiaba sus necesidades. Odiaba los instintos. Odiaba los impulsos tan básicos y primitivos.

Mi ceño se frunció. Mi mirada se oscureció. Después de todo tuve razón todo el tiempo. No se debía confiar en nadie. Las personas siempre terminaban traicionándome de un modo u otro. Las personas siempre prometía cosas que no podían cumplir. Sea una pareja, una amistad o hasta la familia. Solo se podía confiar en uno mismo. La palabra de los demás no valía nada. Nada.

Al fin y al cabo mi padre termino enseñándome otra cosa. Los sentimientos solo te hacían débil y vulnerable. Era buena comprimiendo mi sentimientos hacia los demás. Hacia mi padre, aprendería. De algún modo. Lo haría.

Mi mirada se poso en Fabián. Ese rostro tan colérico. En esa vena latiendo en su mejilla. Tan impulsivo y emocional. Tan bárbaro y básico. Representaba todo lo que nunca debía ser. Todo lo que debía evitar a toda costa.

Mis pasos se clavaron en suelo. Una fría y dura mirada se acentuó en mi rostro. 

 

Fabián

Mi ceño se frunció. Esto no estaba saliendo como lo imagine. Mis brazos se sentían pesados y mis piernas dolían como el infierno. Creí que al menos algo podría hacer que la desquiciará o que la hiciera romper en llanto, pero... 

Me gustará reconocerlo o no. Ella no actuaba de forma normal. Por lo general hubiera reaccionado al primer grito con alguna palabra mordaz o alguna amenaza. En cierto modo hubiera sido gratificando recibirlo, significaría que la molestaba demasiado. En cambio ahora se veía apagada.

Era como si intentaras hablar con una estatua. Si esa estúpida no cambiaba pronto su animo pronto, esto empezaría a joder mi cabeza.

Quizá sea mejor, esta apagada, no se defenderá si le haces algo.

Una sonrisa maliciosa apareció en mi semblante. Genial. ¿Genial? Retrocedí un paso extrañado de mis pensamientos. ¿Qué de genial tendría eso? Si ella no se defendería, si ella no suplicaría. ¿Qué gusto tenía esto?

Un gruñido salió sin poder evitarlo. No importaba que tan fuerte sujetara su cabello, no había nada en su mirada. Nada de la humillación que creí que vería. Nada de ese odio u orgullo herido. Ninguna chispa que amenazaría con someterme.

Una risa casi rota y desagradable salió de mí. La situación parecía ridícula. Hasta hilarante.

Increíble. Totalmente increíble. Mis puños no harían nada en ella. Genial. El único puto día que tenía tarjeta libre para hacerla añicos y resulta que no funciona si ella no lucha, sino pone resistencia. Increíble.

Solté su cabello molesto por la situación. Si al menos se quejará. Si al menos soltará algo mordaz. Si al menos me insultará. Nada. Otro gruñido salió sin poderlo contener. Mejor sería largarme o dormir bajo este puente. 

Antes de que esta estúpida me molestará lo suficiente como para meterse en mi cabeza.

Tras dar mi primer paso me detuve. Esto no era normal. Pero, ella no estaba actuando de forma normal. No. Ya se había metido en mi cabeza. ¿Qué mierda le sucedía? 

¿Por qué te importa? Preguntó una voz en el fondo de mi cabeza. Casi un susurro que resonaba al compás con varias voces.

No. No me importaba. Solo... mientras más rápido volviera la vieja Scarlett, más pronto podría disfrutar de humillarla. Sí. Era eso. Solo eso.



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En el texto hay: amor odio, despedidas, problemas y amor

Editado: 30.09.2024

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