Scarlett
—¿Qué fue eso? —pregunté mientras lo seguía sin despegar mi vista de él—. ¿Qué le hiciste? Esta inconsciente. ¿Verdad?
Justin, evadiendo mis preguntas, solo se limitó a abrir la puerta del auto y a meter a su supuestamente inconsciente hermano en la parte trasera del vehículo.
Justin se encontraba muy lejos de la palabra contento. Lo comprendía, claro que lo hacía. ¿Quién estaría feliz de encontrar a su hermano en medio de una pelea callejera?
Lo mejor sería dejar de insistir. Si tan solo mi boca fuera tan fácil de convencer como mi cerebro.
—¿Cómo lo hiciste? —interrogué por enésima vez.
Sabía que cabía la posibilidad que Justin se hartará y soltará un grito por decirlo menos. Pero él no parecía ser de las personas que se alteraban, claro que tampoco significaba que tuviera una paciencia infinita. Nadie la tenía y alguien que era hermano de aquella bomba explosiva que se encontraba en la parte trasera del auto, pues... Lo mejor sería no excederme.
—Se llama Tajo —respondió Justin con las manos en el volante luego de unos minutos.
Ya no parecía tan molesto. Parecía siendo la palabra clave en este asunto. De hecho su vista estaba fija en el camino, su ceño ya no estaba tan fruncido.
***
—Gracias —mencionó Justin colocándolo en una cama, después de haber abierto la puerta por él.
Me limite a a sentir con desinterés. Aquel montículo de husos hacía cinco minutos se había retorcido. Estaba segura que él podría tener la fuerza suficiente como para subir por si mismo las escaleras. Pero al parecer Justin no lo notó o no quiso notarlo para el caso.
—Es un desperdicio —agregué al ver como aquel saco de papas se movía en la cama—. Ni siquiera entiendo como pueden ser hermanos.
Son tan distintos. Después de todos los primogénitos suelen llevarse todas las cualidades buenas y los demás... Mi mirada viajo hasta aquel montículo de huesos. Y los demás solo se quedan con las sobras.
—Ha veces ni yo lo entiendo —susurró caminando hacía la puerta mientras apagaba las luces.
—¿No se las darás? —pregunté, talvez aquel zopenco estaba apenas consiente, pero quería ver todo lo que aquellas pastillas podían hacer. No me culpen. Los conejillos de indias son utilizados por una razón. Una buena razón en este caso.
—No —respondió apoyándose contra la puerta mientras le dedicaba una mirada melancólica—. Me matará si descubre que lo hice de nuevo —agregó antes de salir.
—¿Matarte? —pregunté casi con gracia mientras lo seguía por el pasadizo—. Él no podría hacer eso, no es tan inteligente.
No. Yo no lo estaba subestimando. Si tan solo una vez hubiera cumplido con algo de lo que amenazó quizá podría considerarlo, pero aquel tipo era vergonzoso, ni siquiera entendía como funcionaba su cabeza y francamente no quería entenderlo.
—Se ve que no lo conoces.
—Oh no. Claro que lo conozco —afirmé a recordar aquel odioso temperamento que cargaba Fabián. Al contrario, ojalá y yo no lo hubiera conocido—. Por eso lo digo.
—¿Ah sí? —interrogo con las manos en los bolsillos mientras dejaba escapar un corto bostezo.
—Sí —respondí a viva voz—. Pero nunca logró hacerme algo realmente malo. Lo intentó —aclaré—, pero nunca lo logró.
—Pues lamento no tener tu suerte —expresó encogiéndose de hombros—, a mí la ultima vez casi me deja en el hospital.
Eso era poco creíble, Justin era más alto que su hermano, y a decir verdad no era del tipo escuálido. Por favor. Tuvo la fuerza para caminar con su hermano en el hombro. No era nada creíble. A menos... ¿Acaso no trató de defenderse? Bueno. Justin no parecía del tipo violento, gracias a Dios. Quizá solo no quiso pelear con su hermanito. Eso tenía más sentido. Solo un poco más de sentido.
Aunque siempre cabía la posibilidad de que Justin solo estuviera exagerando, aunque tratándose del mismo tipo que había contratado a un matón para violarme, sin duda no estaba exagerando.
—¿Casi? —pregunte con intriga.
Sea como fuere. ¿Qué cosa pudo haber detenido a aquel cavernícola? Cualquier información de alguna debilidad suya sería de vital importancia, algo me decía que Fabián no se quedaría tranquilo por mucho tiempo.
—Resbalo en el fango el suficiente tiempo como para escapar.
Bueno, eso no me serviría. ¿Qué probabilidad habría de pelear en el fango con él? ¿Pelear? Ni hablar. Jamás sucederá.
Un largo suspiró salió de mis labios. Ya debía irme a la cama. La habitación donde me quedaba debía estar por algún...
Cuando de pronto algo azoto mi mente. No. No podía irme sin eso. Tenía que ingeniarme para tenerlas, aunque sea una.
—¿Me las prestarías? —pregunté colocándome frente a él rápidamente con una sonrisa de oreja a oreja.
Dudaba que diera resultado, pero siempre era mejor que no intentar.
—¿Qué? —la perplejidad palpable en sus verdes ojos.
—Tus pastillas —aclaré a toda prisa—. ¿Me las prestas? —repetí con entusiasmo.
—¿Para qué? —cuestionó mientras retrocedía lentamente.
Sí. Invadir su espacio personal sin duda no era la mejor forma de hacerlo. No se me ocurría nada mejor. Al menos por ahora.
—Bueno...
Talvez la frase "Para extorsionar a tu hermano por si se le ocurre acabar conmigo" sonaba bien en mi cabeza, pero en la suya... era algo que yo no podía asegurar por mucho que quisiera. Mis labios se torcieron mientras trataba de buscar algo que lo convenciera. Algo no tan descabellado y más accesible para alguien como...
Talvez...
—Te entregaré un informe. Yo también quiero ver de que son capaces de hacer. Anotaré todo, lo prometo —hablé con prontitud—. Además tú necesitas más conejillos de indias. No es problema para mí. Yo los conseguiré por ti.
Claro que él no necesitaba saber quien o quienes serían mis conejillos de indias.